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El pacifismo agresor

Los demagogos de nuestro tiempo pretenden hacernos ver, a pesar de vivir en un continuo belicismo, que alcanzaremos la paz en la tierra.

"Los conflictos modernos se originan menos en el propósito de vencer al adversario que en el anhelo de suprimir el conflicto."

Nicolás Gómez Dávila, Escolios a un texto implícito.

Probablemente, no se ha descubierto del todo la noción de Estado. Cuando, en múltiples ocasiones, las FARC han dinamitado oleoductos y minado poblaciones enteras lo han hecho porque, según ellos, vulneraban un brazo del Gobierno colombiano. Aún las FARC y sus cómplices aseguran que libraban una guerra contra el Estado, con lo cual se exculpan de vejámenes y crímenes de lesa humanidad contra el ciudadano y el campesino porque, de acuerdo con tan torpe ideología, aquel ciudadano o campesino no era parte del Estado. Actitud semejante ha sido convenientemente asumida por el actual presidente colombiano que ha derrochado el arca de los contribuyentes para imponer, no una paz justa, sino un pacifismo ideológico. Como buen demagogo se la ha pasado trinando una de las palabras con menos sentido entre las que posee el lenguaje humano: la palabra paz.

Tuvo otrora Colombia la tradición de presidentes gramáticos, preocupados por la sintaxis y el lenguaje. Nada de ello se advierte en la redacción de las 297 páginas de las que consta el Acuerdo para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera. Conflicto, por cierto, tiene la misma raíz etimológica que convivencia, con lo cual se advierte que por el afán de eliminar el conflicto se han cometido grandes exterminios.

La redacción del Acuerdo… abunda en enumeraciones. Una enumeración es –así se conoce en gramática– la expresión sucesiva de las partes de que consta un todo, ya sea total o parcialmente. Hay enumeraciones simples (abiertas y cerradas) y enumeraciones complejas. En estas últimas los componentes de la enumeración ya no son las palabras que corresponden a un solo concepto; pueden pertenecer a dos núcleos coordinados entre sí, pero para indicarlos ya no basta con la coma; hay que, obligatoriamente, separarlos por puntos seguidos. Sin embargo, en las enumeraciones redactadas en el Acuerdo…, que tratan de encerrar varios conceptos en una sola enumeración compleja, vemos que los redactores se conformaron con marcar o separar meramente a través de la coma, con lo cual todo ello se presta a malentendidos y confusiones. Pongamos un ejemplo.

Son millones los colombianos y colombianas víctimas de desplazamiento forzado, cientos de miles los muertos, decenas de miles los desaparecidos de toda índole, sin olvidar el amplio número de poblaciones que han sido afectadas de una u otra manera a lo largo y ancho del territorio, incluyendo mujeres, niños, niñas y adolescentes, comunidades campesinas, indígenas, afrocolombianas, negras, palenqueras, raizales y rom [con rom se refiere aquí a las comunidades gitanas], partidos políticos, movimientos sociales y sindicales, gremios económicos [esta mención aquí de gremios económicos es de no creer: ¿a qué se referirán?], entre otros.

El primer error gramatical está en mezclar grupos de personas individuales con el de comunitarias, como cuando dice incluyendo mujeres, niños, niñas y adolescentes, comunidades campesinas, lo cual significaría que las comunidades campesinas, al mencionarlas aparte de las niñas, niños y adolescentes, parecieran extraterrestres. No se respeta una categoría para la enumeración y se incurre en un oxímoron. El aparente discurso por la víctima se viene abajo por la misma estructura gramatical y semántica porque, lejos de admitir se ha hecho daño a todos los ciudadanos, el lenguaje del Acuerdo pretende crear subdivisiones abstractas. Basta releer tal enumeración para advertir la escasa lógica (recordemos que lógica viene de logos, palabra en griego).

El fondo del Acuerdo… está inundando del lenguaje de lo políticamente correcto, una corrección que no necesariamente se traduce en buena redacción o pensamiento claro, sino en todo lo contrario. La "Political Correctness" se consolidó en las universidades estadounidenses a partir del triunfo de la Guerra Fría. Pero ya al final de la Segunda Guerra Mundial, el jurista alemán Carl Schmitt denunció la sistemática campaña anti-histórica y anti-científica en la era de la más impresionante tecnología por parte del imperio angloamericano. Puesto que nuestro planeta es una nave espacial que ha irrumpido en el cosmos, por lo tanto, se debe minimizar y hasta ridiculizar la historia de las civilizaciones bajo la ideología de del colonialismo (sea derrumbando estatuas de Cristóbal Colón o anegando en la leyenda negra, especialmente, la historia del mundo hispano). La globalización o robotización del mundo contemporáneo ha modificado la concepción de la guerra. Si la acción guerrillera (por ejemplo, en en la España de la invasión napoleónica) procurara ocupar el espacio, ahora la guerra moderna –el terrorismo– se esfuerza por ocupar la mente. La historia del terrorismo es inseparable de la historia de la comunicación.

El largo preámbulo del Acuerdo arranca con 22 párrafos, de los cuales dieciocho se enuncian con un verbo en gerundio a la manera de un acta notarial. En uno de aquellos puntos del preámbulo sentencia:

subrayando que la paz ha venido siendo calificada universalmente como un derecho humano, y requisito necesario para el ejercicio de todos los demás derechos y deberes de las personas y la ciudadanía.

Preguntémonos desde cuándo la paz ha sido calificada universalmente como derecho humano. Para el católico auténtico toda utopía de paz en la tierra es una herejía, puesto que ésta sólo existe en el cielo. Hay que ir al Nuevo Testamento Juan 14:27: "La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo." De acuerdo con la edición de la Biblia del Consejo Episcopal Latinoamericano, la palabra paz fue originalmente usada por los semitas en el saludo y en la despedida.

No es ciertamente de las Escrituras de donde los copistas del Acuerdo… han apuntado aquello de que "la paz ha venido siendo calificada universalmente como un derecho humano, y requisito necesario para el ejercicio de todos los demás derechos y deberes de las personas y la ciudadanía". Se trata de un mito ideado por Kant en su famoso libro Hacia la paz perpetua (1795). Kant acusó de casuística jesuítica (he ahí el desprecio a la herencia hispana) el dudar de un tratado de paz a través de la reservatio mentalis, es decir, en tener alguna reserva por una paz que se firma porque las partes están demasiado agotadas para proseguir la guerra, pero no porque las causas hayan sido eliminadas; para Kant, pues, el verdadero honor del Estado, del Estado ilustrado, se sitúa "en el continuo incremento del poder sin importar los medios." Kant declara que los ejércitos permanente (miles perpetuus) deben desaparecer totalmente. Que, de los tres poderes, el militar, el de las alianzas y el del dinero, sólo este último podrá ser ciertamente el medio bélico más seguro. ¿No profetizó, justificó y legitimó el Estado plutocrático de nuestros días? Aún más, para el filósofo que nunca salió de Könisberg toda paz debe, por tanto, ser instaurado. Además, se debe marginar a aquellos filósofos o intelectuales sospechosos de difundir una propaganda contraria.

La crítica más rotunda contra esta filosofía de la historia de signo idealista y orientación estatista, la ha hecho, recientemente, el filósofo español Gustavo Bueno. La argumentación jurídica de Kant, según Bueno, se mantiene en el más ingenuo (o ignorante) idealismo histórico. El mito de la paz perpetua kantiana no ha acabado con las guerras reales a pesar de que nos obligue a decir no se debe hablar de «guerra», sino de «métodos para resolución de conflictos». Como toda ideología, la de la paz se mueve en el terreno psicológico subjetivo, o incluso en el terreno de la historia ficción, pero se desmorona en el terreno de la historia real.

Dicen los redactores del Acuerdo, desde el Preámbulo, que se basarán en el Derecho Internacional de los Derechos Humanos del Derecho Internacional Humanitario. Éste contempla, efectivamente, el caso de un conflicto armado no internacional en el que fuerzas gubernamentales combaten contra insurgentes armados o, bien, en que grupos rebeldes combaten entre ellos. Todas estas proclamaciones de Derechos, incluido el Estatuto de Roma, el Derecho Internacional Penal, la Corte Interamericana de Derechos Humanos, tienen su partida de nacimiento en la ONU, que se fundó en San Francisco, Estados Unidos, el 24 de octubre de 1945 inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial. Se suscribe particularmente al Acuerdo 3 común a los Convenios de Ginebra de 1949. ¿Qué dice este Acuerdo? Dice lo siguiente:

En caso de conflicto armado que no sea de índole internacional y que surja en el territorio de una de las Altas Partes Contratantes cada una de las Partes en conflicto tendrá la obligación de aplicar, como mínimo, las siguientes disposiciones:

1) Las personas que no participen directamente en las hostilidades, incluidos los miembros de las fuerzas armadas que hayan depuesto las armas y las personas puestas fuera de combate por enfermedad, herida, detención o por cualquier otra causa, serán, en todas las circunstancias, tratadas con humanidad, sin distinción alguna de índole desfavorable basada en la raza, el color, la religión o la creencia, el sexo, el nacimiento o la fortuna o cualquier otro criterio análogo.

A este respecto, se prohíben, en cualquier tiempo y lugar, por lo que atañe a las personas arriba mencionadas:

a) los atentados contra la vida y la integridad corporal, especialmente el homicidio en todas sus formas, las mutilaciones, los tratos crueles, la tortura y los suplicios;

b) la toma de rehenes;

c) los atenta dos contra la dignidad personal, especialmente los tratos humillantes y degradantes;

d) las condenas dictadas y las ejecuciones sin previo juicio ante un tribunal legítimamente constituido, con garantías judiciales reconocidas como indispensables por los pueblos civilizados.

2) Los heridos y los enfermos serán recogidos y asistidos.

Un organismo humanitario imparcial, tal como el Comité Internacional de la Cruz Roja, podrá ofrecer sus servicios a las Partes en conflicto.

Además, las Partes en conflicto harán lo posible por poner en vigor, mediante acuerdos especiales, la totalidad o parte de las otras disposiciones del presente Convenio.

La aplicación de las anteriores disposiciones no surtirá efectos sobre el estatuto jurídico de las Partes en conflicto.

Dicho sea de pasada, Rusia ni China ­–es decir, casi la mitad del mundo– no se suscribieron en 1945 a la ONU. Aún hoy, China apenas contribuye con un 5.14% al presupuesto de la ONU, mientras que Rusia 2,43 %. ¿Podemos aún llamarla Naciones Unidas? Debería llamarse, más bien, Naciones Unidas del Atlántico Norte, puesto que sus grandes contribuyentes son Estados Unidos y la Unión Europea.

Ahora bien, el preámbulo del Acuerdo, que como decimos abunda en gerundios, valorando y exaltando dice que el eje central de la paz es impulsar la presencia y la acción eficaz del Estado en todo el territorio nacional. Los redactores del Acuerdo citan, sin mencionarlo, la Cláusula Martens (basada en el diplomático y jurista ruso Fyodor Fyodorovich Martens), una cláusula que se introdujo en los preámbulos de la Segunda Convención de La Haya sobre Leyes y Costumbres de la Guerra Terrestre de 1899 y que dice así: "en los casos no previstos por el derecho vigente, la persona humana queda bajo la salvaguardia de los principios de humanidad y de las exigencias de la conciencia pública". Haciendo un poco de historia, la cláusula Martens ganó mayor legitimidad en el artículo 6º del Estatuto de Núremberg. Pero lo que debe llamarnos la atención aquí es el término de guerra terrestre. Sin duda lo ha sido la colombiana, una guerra terrestre librada en la inmensidad de su territorio. La guerra terrestre se opone aquí con la guerra aérea u oceánica. El jurista Karl Schmitt lo formuló mejor en su libro Tierra y mar (1942) cuando admitió, en medio del nazismo, que Alemania no era sino un ratón terrestre en medio de las ballenas que representaban los imperios angloamericanos, Inglaterra y Estados Unidos.

Antes de derrotar a Alemania, el imperio anglosajón conspiró para hundir a España con la guerra civil. En "Epílogo para ingleses", firmado en 1937, José Ortega y Gasset acusó de superficiales y planos a los periodistas e intelectuales británicos que, desconociendo la realidad española, se inclinaron por el bando republicano y auparon la propaganda mundial para que voluntarios entusiastas de medio mundo viniera a luchar por el Frente Popular:

Mientras en Madrid los comunistas y sus afines obligaban, bajo las más graves amenazas, a escritores y profesores a firmar manifiestos, a hablar por radio, etcétera, cómodamente sentados en sus despachos o en sus clubs, exentos de toda presión, algunos de los principales escritores ingleses firmaban otro manifiesto donde se garantizaba que esos comunistas y sus afines eran los defensores de la libertad.

Las técnicas de coacción y represión se han perfeccionado tanto que los demagogos de nuestro tiempo pretenden hacernos ver, a pesar de vivir en un continuo belicismo, que alcanzaremos la paz en la tierra. Por lo tanto, los discursos utópicos fingen una humanidad angelical susceptible de ser armonizada sin conflicto. Tal es la lógica de los totalitarismos. Con los utopistas de la paz cada vez más se ha imposible dialogar, puesto que semejante utopía es la negación de toda política.

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