Podría parecer una medida dirigida a los oligarcas pero el cierre de las tiendas y firmas de lujo es también una forma de presionar a los ciudadanos rusos.
"Es lo único que rompe la vida cotidiana de Moscú", explica María a esRadio. "Eso – continúa - y el veto a las aerolíneas, porque ahora mismo sólo se puede volar a Dubai" desde que Putin cerró el espacio aéreo para todas las compañías menos para Qatar Airlines y Emirates.
Ella es española pero trabaja en Moscú desde hace años, precisamente, investigando cómo funcionan las relaciones internacionales. Conoce perfectamente la ciudad y "la normalidad es escalofriante. Excepto las tiendas, todo sigue abierto, incluso las discotecas siguen abiertas". De hecho, dice "sentirse segura en Moscú porque si alguien llegase a entrar sería la hecatombe mundial".
Sandra tampoco temía por su seguridad y ve impactada desde España las noticias. Ella también estudiaba en Rusia y pudo volver antes de que estallara la guerra. Lo hizo porque se lo pidieron sus padres pero ella "allí estaba bien". "Yo vivía en la calle Arbat, a cinco minutos del Kremlin y sólo noté algo más de presencia policial; lo normal cuando hay reuniones con Putin".
La vida transcurre ajena a Ucrania y la censura del régimen ayuda. Las redes sociales han sido cerradas, se prohíbe hablar de guerra a los medios de comunicación y se pena con 15 años de prisión, cualquier información contraria al Kremlin. "Si queremos acceder a medios extranjeros, tenemos que usar una VPN distinta", explica María. Ella está convencida de que las últimas sanciones de la empresa privada "no están dirigidas sólo a los oligarcas, como se está diciendo, si no al conjunto de la población civil, que no termina de empatizar".
A 800 km del horror
Su tranquilidad contrasta con lo que vive Ana a 800 Km de Moscú: "Aquí estamos en una guerra; sufrimos cada minuto, cada segundo". Ella tuvo que huir de Kiev y refugiarse en un pueblo más alejado de los bombardeos. Tiene suerte, porque "los supermercados y farmacias todavía tienen género, a pesar de los saqueos. Pero se está acabando porque no entra nada nuevo".
Cuenta que "algunas ciudades cuentan con refugios antiaéreos y algunos bloques de pisos con sótanos". Sin embargo, ella y su marido, tienen que limitarse a tumbarse "en el suelo cuando empiezan los bombardeos".
Sus padres se han quedado en Ivankiv, junto a los de su prima Olga que explica a esRadio cómo el "pueblo ha sido tomado por los rusos, que están masacrando a civiles". Para detener la invasión, el Ejército ucraniano voló el puente que comunicaba la localidad con Kiev, por lo que han quedado incomunicados sin luz y sin agua.
Las carreteras están cortadas y la ayuda humanitaria aún no llega. Eso fue lo que motivó a Oleksander, a sus 20 años, a unirse a las filas del Ejército: "No podía más -nos cuenta – no puedo perdonar". Él es uno de los militares que descubrió en un viejo tanque ruso abandonado, la comida caducada que el Kremlin da a su ejército.
"Había paquetes de comida de hace 8 años y el convoy estaba abandonado porque era tan viejo que estaba inutilizado. ¿Qué clase de dirigentes tienen que les envían a una guerra en esas condiciones?", se pregunta. La mayoría de sus amigos, también se han alistado al Ejército o son voluntarios en hospitales. "Los enfermos de cuidados intensivos, han sido trasladados a los sótanos, pero dentro de poco no habrá ni suero que ponerles".
Si algo tiene claro Oleksander, que desde el inicio de la invasión ve lo que sucede en el terreno, es "que no habrá final de la guerra, hasta que Putin termine como Gadafi".