Tras las lágrimas de Angela Merkel de la semana pasada estaban las cifras en ascenso del coronavirus en Alemania: día tras día, el Instituto Robert Koch contabiliza cómo crecen contagiados y fallecidos, en ascenso desde octubre sin que medidas como el cierre de la hostelería todo noviembre para, en teoría, salvar la Navidad hayan conseguido frenar la tendencia. Este jueves, los fallecidos en las últimas 24 horas han sido 698 y los contagiados, más de 30.400.
La canciller pidió en su dramático discurso que los alemanes hicieran cuarentena si querían ver a sus abuelos en Navidad para que esta no fuera "la última" que pasaran con ellos. A sus palabras siguieron este miércoles nuevas medidas restrictivas: el cierre de todas las tiendas salvo supermercados y farmacias y las vacaciones anticipadas en guarderías y colegios. Tampoco se puede beber en espacios públicos, se aconseja no viajar ni dentro ni fuera del país, se pide teletrabajar y las reuniones se han limitado a cinco personas de un máximo de dos unidades familiares. Tras meses siendo el ejemplo de Europa, Alemania ha superado en incidencia acumulada a España: 310 frente a algo más de 200. Hay preocupación sobre todo por el este del país: regiones de Sajonia superan los 600 de incidencia acumulada.
La prensa alemana se fija hoy en las residencias de ancianos, la gestión de Merkel y los Länder y la situación de los hospitales: tras una primera ola que pasó casi inadvertida en comparación con las catástrofes vividas en Italia o España, ayer fue noticia la escasez de camas en un hospital de Sajonia, lo que ha llevado a los medios el debate sobre quién debe disponer de una plaza en la UCI en caso de saturación y a que el Robert Koch Institut haya emitido una nota afirmando que, en efecto, la alta incidencia puede poner en jaque a algunos hospitales y que hay en marcha un plan para el posible traslado de enfermos a zonas del país menos saturadas. Hace sólo unos meses, Alemania era noticia porque estaba acogiendo en sus clínicas a enfermos de países limítrofes como Francia o Checoslovaquia.
Durante la primera ola, el éxito germano se achacó a varios factores aunque destacaron sobre todo dos: la rapidez en tomar medidas —su virólogo de cabecera, Christian Drosten, enfatizó que allí al coronavirus se le detectó en laboratorio y no en los hospitales— y el rastreo y aislamiento de contactos. Esta vez, sin embargo, los test no han bastado: ya en octubre, se había comenzado a advertir de que la transmisión estaba empezando a descontrolarse y se estaba haciendo imposible localizar todos los focos de contagio. Semanas después, la situación se ha confirmado en especial en el este, la zona más golpeada por el coronavirus y también la que menos lo sufrió en la primera ola.
Precisamente ese es otro de los factores que podrían estar influyendo en lo que ocurre ahora: el escaso impacto de la primera ola podría haber provocado que no se estén tomando las suficientes precauciones ahora por parte de la población. La viróloga Sandra Ciesek también enfatiza el volumen de escépticos en Alemania y las manifestaciones que se han producido contra las restricciones, especialmente numerosas en el este. Esas fotografías, avisa, podrían haber tenido un impacto en la población.
La segunda ola se recrudece, además, en los días en los que tradicionalmente Alemania celebra más su Navidad: desde mediados de noviembre hasta Nochebuena las compras, la afluencia a los mercadillos, ahora clausurados, y las reuniones de amigos y familiares en domicilios son habituales. De ahí el énfasis de Merkel en su discurso: las medidas de noviembre no han servido para salvar la Navidad y ahora está por ver si los avisos sirven para evitar un colapso hospitalario en enero tras las fiestas.