Europa contiene la respiración mientras Francia vota
Macron, Le Pen, Fillon y Mélenchon llegan a la primera vuelta separados por muy pocos votos, según las encuestas.
Europa mira a Francia. En una Unión Europea que se tambalea, el resultado de las elecciones presidenciales galas pueden marcar un punto de inflexión en la supervivencia o casi definitiva desaparición de la unión política que el pasado 25 de marzo celebró sus 60 años. Como pasara en Austria o Países Bajos, la sombra de una extrema derecha contraria a toda unión política entre estados europeos acecha de nuevo.
Todo parece indicar que serán unas elecciones ciertamente atípicas. Desde que François Mitterrand se hiciese con el poder de la República a principios de 1981, todos los presidentes que le siguieron formaron parte o de la UMP (ahora Les Republicains) o del Partido Socialista. Ahora, con un Frente Nacional reforzado, un Emmanuel Macron rompiendo esquemas políticos y un Jean Luc Mélenchon que subían en las últimas encuestas, puede que no haya un solo representante del bipartidismo francés en la segunda vuelta de principios de mayo.
Unas elecciones atípicas
Los comicios en Francia prometían ser una rara avis desde noviembre del año pasado. Sendas victorias de François Fillon en las primarias de Les Republicains y de Benoit Hamon las socialistas marcaron ya un punto de inflexión con respecto a otras elecciones. Candidatos de segunda fila, candidatos que a su manera –Fillon con un programa económico netamente liberal y Hamon proponiendo una renta básica universal– rompían con lo habitual en sus respectivos partidos.
Para bien o para mal, este cambio de tendencia en los dos principales partidos y su escoramiento hacia posiciones políticas más radicales de lo que se recuerda puede acabar este domingo en agua de borrajas. A la imputación de Fillon por presuntos contratos fraudulentos para emplear a su mujer y el mal sueño que representa para muchos franceses el quinquenio de François Hollande debe sumarse el vendaval de caras nuevas y no tan nuevas. El centrista Emmanuel Macron, la candidata de extrema derecha Marine Le Pen y el desde hace muchos años representante de la izquierda más radical, Jean Luc Mélenchon, pueden conseguir lo nunca visto.
Francia se debate entre el europeísmo de Macron, la eurofobia de Le Pen o el revisionismo europeo de Jean Luc Mélenchon. El país galo ha visto cómo subía el paro, su industria rural desaparecía obligando al campo a sobrevivir a duras penas de la agricultura y aumentaban las actividades terroristas en su territorio; todo ello determinante para culminar esta desafección política convertida en apoyos a opciones alternativas.
Los sondeos no dejan entrever ningún atisbo de certeza. Hace menos de un mes, Marine Le Pen y Emmanuel Macron pugnaban por la primera plaza, mientras que el señalado por la justicia Fillon y el eterno candidato Mélenchon les observaban desde lontananza. Ahora, Mélenchon se ha convertido en el dueño y señor de la izquierda política y Fillon se ha recuperado lo suficiente como para que ambos se hayan acercado a quienes hasta hace nada eran considerados casi con certeza como los futuros contendientes para la segunda vuelta de mayo.
A lo apretado de las encuestas han de sumarse dos datos que pueden determinar los resultados de este domingo. Según la encuestadora Ipsos Sopria-Steria para Le Monde, casi un 28% de los encuestados no tiene pensado acudir a las urnas. Esto es, del 79% de participación de las elecciones presidenciales de 2012 que enfrentaron a Hollande y Sarkozy se podría pasar a un 72% de participación para la primera vuelta de las elecciones. Otro dato a tener en cuenta es la volatilidad del voto: un 33% de los franceses no sabe todavía a ciencia cierta a quién otorgar su confianza para presidir la República.
La batalla de la identidad
Francia se debate estos días entre el radicalismo y la novedad. La todavía presente crisis económica y las paupérrimas tasas de crecimiento y de reducción del paro, el aumento del euroescepticismo entre los franceses y la percepción de inseguridad en Francia tras los atentados de Charlie Hebdo, Bataclan y Niza forman un cóctel molotov que ha acabado por dar la vuelta a todo lo previamente conocido con respecto a anteriores elecciones.
Al debate entre la tradicional forma de hacer política y las nuevas propuestas –en la extrema derecha, el centro y la extrema izquierda– para gobernar Francia se encuentran otras divisiones de calado en el seno de la sociedad francesa. Las grandes ciudades optan por opciones más moderadas y europeístas, mientras que el campo, devastado por la desindustrialización y la crisis económica, se refugia en opciones más extremistas. Como ya sucediera con Donald Trump, el voto alejado de las grandes urbes podría dar un vuelco a los resultados esperables y superar al voto moderado de las ciudades.
Se presenta también una batalla de identidades, de identidad nacional y de identidad de clase. Muchos franceses sienten que la grandeza de lo que antes fuera Francia se ha acabado difuminando para convertirse en lo que hoy solo es un recuerdo del pasado. Además, las clases populares han cambiado radicalmente su voto, pasando de depositar su confianza en los socialistas a hacerlo en masa al Frente Nacional. Muchos de ellos sienten que el Partido Socialista ha primado de manera clara a los inmigrantes frente a las clases trabajadoras.
A la cabeza de los sondeos, Emmanuel Macron (24%). El que fuera ministro de François Hollande entre 2014 y 2016 lidera hoy la candidatura más centrada, y la que más opciones tiene de superar a Le Pen en una hipotética segunda vuelta contra la extrema derecha. En su haber, un programa económico socioliberal y un ferviente europeísmo. Le sigue la zaga Marine Le Pen (23%), que aprovechándose de los estragos de la situación económica actual y la inseguridad palpable juega la baza del yo contra el resto.
A sólo tres puntos de distancia, François Fillon (20%) y Jean Luc Mélenchon (18%). Aquellos que hace unas semanas parecieran ser meros espectadores de lujo de las elecciones cuentan con serias opciones de dar el vuelco y continuar en la carrera electoral por hacerse con la presidencia de Francia.
Con todo esto, con un país dividido, con una sociedad que se despierta cada vez con mayor frecuencia con la detención de yihadista o con ataques terroristas, con una situación económica que no acaba de remitir, la votación del domingo parece más incierta que nunca.
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