A día de hoy dos presidentes de la V República han sido tumbados. Sarkozy y Hollande.
El primero –el más guerrero– pierde luchando. El segundo, renunciando al combate. El presidente Hollande no quiere verse en el furgón de cola de unas primarias. Y anuncia que no se presentará a las presidenciales de 2017. Los dos sellan su propia derrota con un discurso a la nación que convierte un difícil trance personal en un acto de grandeza institucional. Vive la République! Vive la France! Ambos se saben portadores de valores superiores incuestionables. Trabajaron para la ciudadanía, cada uno con su estilo. Y entrarán en los anales de la posteridad.
Sin embargo, la lidia en el ruedo político fue brutal. Sangrante. Nada pomposa como en los discursos. Ambos quedaron fuera de combate. Sin olvidar al otro gran derrotado, el ex ministro Alain Juppé.
Los tres, por razones bien distintas, quedaron fulminados por un muy legal, pero no por ello, menos despiadado, fuego amigo.
La dinámica de las primarias tiene mucho que ver con esos fracasos.
Tal vez las primarias tengan más desventajas que ventajas. Cuesta creer que las escasas diferencias ideológicas entre estos gestores experimentados de la cosa pública sean causa suficiente para tanto escarnio. Tal vez los franceses se cansaron de una política demasiada opaca y personalizada y quieran ver luchas menos palaciegas y más carroñeras.
En cualquier caso, el espectáculo va a continuar después de las fiestas navideñas. En enero de 2017 toca el turno de las primarias de la izquierda. La rotunda victoria de Fillon debería alarmar a una izquierda sin rumbo, huérfano de líder y con un programa puesto en la picota.
La renuncia de François Hollande a presentarse a las elecciones modifica esencialmente el tablero de la izquierda pero obliga también a un reajuste global que afecta a ambos campos.
Pasadas las primeras alegrías post-primarias, François Fillon se puso manos a la obra y en pocos días reestructuró la dirección del Partido (LR) dando mayor espacio al equipo de Sarkozy. Por el apoyo prestado, como es lógico. Alain Juppé se sintió ninguneado y le recordó que él representaba a un tercio de los votantes de la derecha y de centro. No le faltaba razón. Las primeras fisuras en la familia conservadora aparecen. Pero todos se quedarán en sus puestos. El envite es muy goloso.
La derecha de Fillon se siente ganadora, cohesionada. Abiertamente confesional. Algo inusual hasta ahora en la tradición republicana. Una señal de alarma en cualquier caso. La situación de repliegue, de autodefensa que muchos ciudadanos viven sin admitirlo abiertamente, parece que ha dado sus frutos en las urnas. "La derecha ha elegido una derecha total". Es la conclusión del socialista Benoît Hamon. Triunfa una derecha que se reconoce como tal, como fuerza social, como una fuerza intelectual, que se acepta sin necesidad de incorporar elementos exógenos a su credo para sentirse aceptada.
Siguiendo esa misma dinámica, la izquierda debería buscar a su vez, su "izquierda total" para ganar. El lenguaje frentista es inevitable.
Pero de momento, la izquierda espera. Manuel Valls, el vencedor del Elíseo, ha conseguido su propósito: eliminar a Hollande del juego político. El jueves uno de diciembre el presidente dolido pero no cabizbajo, reconoce ante las cámaras: "Soy consciente de que no tengo la fuerza para reunir, agrupar a todas las fuerzas de la izquierda".
La pregunta que se plantea ahora es: ¿Qué puede hacer la izquierda socialista y no socialista en cinco meses? ¿Podrá recomponerse con los hombres más valiosos que fueron cercanos a Hollande como Emmanuel Macron, ex ministro de Economía, Montebourg o el propio Valls?
Hollande no deja un vacío. Deja a muchos enemigos
El periódico Le Figaro lamenta que Hollande se vaya sin dejar un testamento espiritual. Pero ¿a qué ciudadano le interesa el testamento espiritual de un presidente condenado a serlo hasta mayo de 2017 sin ninguna voluntad de perpetuarse? Es una situación insalvable. Los analistas saben que esta decisión llega demasiado tarde.
La V República es tan fuerte que lo resiste todo. ¿Pero hasta cuándo?
Emmanuel Macron, la joven promesa, ministro de economía, finanzas e Industria (2014-2016) apela a la responsabilidad y propone un acto de fe institucional: agrupar a todas las fuerzas de la izquierda socialistas, centristas progresistas liberales…
Pero sabe que no ha llegado su tiempo.
Es difícil borrar de un plumazo una generación de políticos omnipresentes desde la década de los 80. Juppé, Hollande , Sarkozy, una generación que llega a su fin. No son hombres viejos, pero son políticos con un estilo que caduca.
Las primarias diluyen la forma tradicional de construir un líder. Se rigen por otros mecanismos, imprecisos y hasta ahora bastante experimentales. La impresión resulta caótica. Dejan muchos humillados en la cuneta. Las redes sociales fuera de control exacerba la ceremonia de la confusión cuando no del insulto. En una palabra: hacen su triste trabajo hasta que alguien le pare los pies.
Paradójicamente, Marine Le Pen (FN) se presenta como la líder ya incuestionable que no pierde su tiempo con batallas internas. Llama a cada puerta. Es una populista incansable. Espera pasar a la segunda vuelta de las presidenciales. Prepara el paso a la VI República.
Un peligro que tal vez Fillon y otros consigan frenar.
Pero parece que las desgracias no cesan para Hollande . Le Monde de ayer viernes 3 de diciembre llevaba a su portada la siguiente noticia: Paris y Berlín temen un ciberataque ruso durante las elecciones de 2017 en Francia y en Alemania con fines desestabilizadores.