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¿Quién mató a Alexandr Litvinenko?

El exespía ruso se había granjeado unos cuantos enemigos dentro y fuera de Rusia pero, ¿quién dio la orden de matarlo y quién cumplió el encargo?

El principal sospechoso, Andrey Lugovoy, en una curiosa imagen de 2008 | Cordon Press

"¿Crees que estás seguro en Gran Bretaña? Pues no es así, recuerda a Trotsky". Es la demoledora frase que un excolega del FSB, el organismo que heredó la estructura y las funciones de la KGB, le dijo a Alexander Litvinenko. Lo cierto es que la advertencia –o amenaza– se confirmó no mucho tiempo después, como todos sabemos.

¿Quién podía desear ver muerto a Litvinenko? La lista, por desgracia, no era corta: muchos de sus antiguos compañeros en el FSB –heredera de la KGB– lo consideraban un traidor; algún alto cargo en Rusia se habían enterado de que el exespía preparaba y vendía informes sobre él; la mafia rusa no debería estar muy satisfecha de la colaboración de su compatriota con la policía española…

Pero quizá nadie deseaba la muerte de Litvinenko tanto como el propio Putin: gran blanco de las críticas de las investigaciones y las colaboraciones periodísticas del exespía, que en uno de sus artículos llegó a afirmar, para que se hagan ustedes una idea, que el presidente ruso es pederasta, y por esa razón su carrera dentro de la KGB no había sido la normal –trabajar en el extranjero– para alguien de su cualificación.

Además, sólo unas semanas antes del envenenamiento de Litvinenko se había producido –el 7 de octubre de 2006– el asesinato en Moscú de Anna Politkovskaya, una periodista rusa también enemiga declarada de Putin y con la que nuestro protagonista no sólo compartía causas comunes sino también una profunda amistad e, incluso, trabajos de investigación que realizaban en común.

Aunque no está probado, hay sospechas de que el propio Litvinenko estaba investigando el asesinato de Politkovskaya. De lo que no hay ninguna duda es de que culpaba del crimen al propio Putin y de que lo hizo en público: por ejemplo, en un homenaje a la periodista el 19 de octubre en Londres.

El rastro del polonio-210 en Londres

Las investigaciones policiales y científicas encontraron restos inequívocos de radiación causada por el polonio-210 en varios puntos de Londres, en algunos casos de tal intensidad que revelaba un contacto directo del material radiactivo con alguna superficie.

Las pruebas se desarrollaron semanas después pero, aún así, fue posible encontrar estos rastros de radiación en varios lugares que habían sido visitados por dos ciudadanos rusos,que fueron dos de las cuatro personas con las que se reunió Litvinenko el 1 de noviembre, el día en el que, según todos los indicios, fue envenenado.

Se encontraron, por ejemplo, en el avión en el que ambos llegaron a Londres el 16 de octubre y también en unas oficinas en las que ese mismo día tuvieron una reunión con Litvinenko. Esta reunión coincidiría, por tanto, con las fechas probables para el primer envenenamiento que sufrió el exespía y que, según todos los indicios, habría ocurrido en ese encuentro.

También se encontró contaminación radiactiva en tiendas que ambos visitaron, en un restaurante y, sobre todo, en las habitaciones que ambos ocuparon en un hotel de la ciudad. De hecho, incluso había rastros de radiación en un segundo hotel al que se cambiaron sin que se tenga seguridad del por qué de este cambio.

Se trataba de Andrey Lugovoy y Dimitri Kovtun. El primero era amigo de Litvinenko, un hombre de su confianza que ahora es diputado en la Duma rusa y que antes había sido también agente del KGB. Su relación con Litvinenko era tan cercana que había llegado a colaborar con él en algunos trabajos en el Reino Unido, a pesar de que, curiosamente, amigos y clientes del exespía le habían advertido respecto de él.

Lugovoy y Kovtum vuelven a Moscú el 18 de octubre, pero el primero vuelve a Londres sólo unos días después, el 25, y lo hace sin tener el viaje tan planificado como el anterior: las reservas se hacen y los billetes se compran el día antes de partir. De nuevo, en el avión en el que llega a la capital británica se encontraron posteriormente rastros de contaminación radiactiva, así como en la habitación que ocupó en un hotel de la cadena Sheraton.

Durante este viaje Lugovoy se encontró con Berezovsky, de quién también era amigo por razones que, según varias fuentes, podrían haber sido prefabricadas por los servicios de inteligencia rusos. Una vez más, en estas oficinas se registraron después lecturas altas en niveles de radiación.

Lugovoy volvía a Moscú el 28 de octubre, el mismo día en el que Kovtun viaja a Hamburgo, dejando otro rastro de contaminación radiactiva y, sobre todo, encontrándose con un antiguo colega al que pidió el contacto de algún cocinero en Londres y –siempre según el relato que este testigo le hizo a la policía alemana en varias ocasiones– le confesó, aunque éste no llegó a creerlo, que necesitaba a un cocinero para envenenar la comida o la bebida de Litvinenko.

Un té mortal

El día 1 de noviembre Kovtum viaja a Londres desde Hamburgo. Lugovoy lo había hecho el 31 de octubre desde Moscú. El segundo tiene, en teoría, un motivo de lo más prosaico: ver un partido de fútbol entre el Arsenal y el CSKA de Moscú. Como si quisiera dar mayor credibilidad a esta coartada viaja acompañado de su familia y algunos socios, pero lo cierto es que los preparativos de este viaje son de algunas semanas antes. El primero, por el contrario, no logró nunca explicar de forma satisfactoria los motivos de este viaje.

Nuestros tres protagonistas se encontraron en el bar del Millennium Hotel el 1 de noviembre a las 4 de la tarde. Litvinenko había mantenido dos breves reuniones con un amigo inglés y con el abogado italiano Mario Scaramella. En sus primeras declaraciones policiales antes de morir el exespía señaló a Scaramella con la intención de que eso tranquilizase a Lugovoy y Kovtum y que así no se preocupasen por volver a Londres, donde podrían haber sido detenidos. La táctica, obviamente, no dio resultado.

Un dato relevante es que el tren y el autobús que Litvinenko usó para desplazarse hasta el centro de la ciudad fueron examinados y no se encontró rastro de radiación en ellos. Sí se encontraron, en abundancia, en el hotel, especialmente en la mesa en la que se produjo el encuentro, en la habitación que ocupaba Kovtum y, sobre todo, en una de las teteras del bar, que arrojaba lecturas que se salían de la escala. Por último, también se encontró contaminación en el coche particular de un amigo con el que Litvinenko volvió a su casa.

La conclusión evidente es que nuestro protagonista ingirió el polonio 210 durante su reunión en el bar del Millenium Hotel. Los registros de contaminación permiten concluir que fue vertido en la tetera y el propio Litvinenko aseguró haber bebido algo de te –no demasiado– de ella.

La investigación de Sir Robert Owen descarta completamente que hubiese sido el propio Litvinenko el que, como una forma brutal de suicidio o por accidente, se hubiese administrado el polonio 210. Muy al contrario, asegura que fueron Lugovoy y Kovtun los que vertieron el material radiactivo en la tetera y lo hicieron con la intención de matar a Litvinenko, algo que ya habrían intentado el 16 de octubre.

¿Quién ordenó el asesinato?

La lista de interesados en la desaparición de Litvinenko no era corta, pero lo cierto es que, tras las cuidadosas investigaciones, la mayor parte de las versiones no tienen en qué sostenerse.

Por ejemplo, la mafia rusa podría haberse librado de un hombre que estaba colaborando con la policía española y que les produjo serios problemas en nuestro país, pero nada en la investigación sugiere siquiera tal conexión. Del mismo modo, la teoría del abogado Scaramella tampoco se sostiene si tenemos en cuenta los rastros de polonio 210 en Londres con los que él sólo se cruza de forma accidental.

Por el contrario, algunos aspectos del caso nos llevan a pensar inmediatamente en el Estado ruso. Por ejemplo, que tanto el polonio 210 ingerido por Litvinenko como la contaminación en numerosos puntos de Londres suponen que los asesinos manejaron una cantidad considerable de este rarísimo material. Tanto que la única forma de conseguirlo serían las instalaciones, de propiedad estatal, en las que se fabrica en Rusia.

Como hemos visto, los motivos de la maquinaria estatal rusa para matar a Litvinenko serían más que suficientes desde su perverso punto de vista. Además, durante esa época bastantes opositores rusos fueron asesinados de diferentes formas, una de ellas la periodista Anna Politkovskaya, amiga personal del exespía y que fue tiroteada en Moscú sólo tres semanas antes de que Litvinenko fuese envenenado.

Tanto Lugovoy como Kovtum fueron miembros de distintos cuerpos de seguridad en Rusia y, aunque formalmente ninguno de ellos seguía siéndolo en 2006, los negocios del primero resultan muy poco convincentes y no es posible descartar este vínculo. Más sospechosa aún es la protección con la que han contado desde el 2006: además de poner todas las trabas posibles a las investigaciones Rusia siempre se ha negado a cualquier tipo de extradición y han recibido incluso condecoraciones. Hay que recordar que, de hecho, Lugovoy es hoy en día diputado electo. Y no hay que olvidar tampoco que ninguno de los dos supuestos asesinos tenían una razón personal para su crimen.

¿Estaba al tanto Putin de la operación? Respecto a esto Sir Robert Owen se muestra más cauto y no lo da por seguro aunque sí por probable. La estrechísima relación del por entonces director del FSB, Nikolái Pátrushev, con el presidente ruso parece indicarlo así, y también hay algunas otras razones, sobre todo la amplitud de una operación que no sólo implicaba a agentes de la agencia de seguridad sino también material radiactivo fabricado por una compañía estatal, pero completamente civil, y a la que desde el FSB no se le habrían podido dar órdenes.

La investigación llevada a cabo por Sir Robert Owen es extremadamente minuciosa y contó con muchísimos medios, sin embargo no se trata de un procedimiento judicial con todas sus garantías. Es decir, no podemos considerar condenados ni a Lugovoy ni a Kovtum ni, por supuesto, a Putin. Sin embargo, la cantidad y calidad de las pruebas acumuladas dan poco margen a la imaginación y parece imposible negar que el asesinato de Alexandr Litvinenko es un crimen de estado en la peor tradición de una Rusia en la que, desde la época de los zares a la del polonio 210 pasando por el piolé de Ramón Mercader, quizá no sean los mismos los que dan órdenes y se hayan modernizado los métodos, pero han cambiado muy poco las intenciones.

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