Terrorismo yihadista: primero vinieron a por los judíos...
Nadie está a salvo: el islamista es un terrorismo genocida.
Al menos 84 personas fueron asesinadas anoche en la ciudad francesa de Niza por un terrorista de origen tunecino, y varias decenas resultaron heridas. El atacante embistió con un camión de 19 toneladas a una multitud que estaba celebrando el Día de la Bastilla, la fiesta nacional francesa, atropellando a hombres, mujeres y niños en un tramo de dos kilómetros de calzada y aceras.
El 2 de julio, nueve ciudadanos italianos fueron asesinados por islamistas en un atentado contra un restaurante en Daca, Bangladés. Fueron torturados y asesinados con “cuchillos bien afilados”, blandidos por terroristas sonrientes que perdonaron la vida a los que conocían el Corán. Los pobres bangladesíes llevan ya casi un año sufriendo traumáticas masacres parecidas. Pero esas víctimas no eran extranjeros ricos no musulmanes; eran blogueros musulmanes anónimos, acusados de blasfemia y asesinados con “cuchillas afiladas”. Cinco personas en 2015 y otras dos en 2016 –un estudiante de Derecho y un sacerdote hindú– fueron asesinadas a machetazos.
La misma secuencia se ha producido en Siria y en Irak, donde los decapitadores del Estado Islámico tomaron primero como objetivo a –numerosos– periodistas occidentales, luego expulsaron y mataron a los cristianos de Mosul y después aterrizaron en París para exterminar civiles occidentales.
Hace dos semanas, una israelí de 13 años fue asesinada a apuñaladas mientras dormía en su cama. Como en Bangladés, el terrorista árabe palestino utilizó un cuchillo para matar a Halel Yafa Ariel. No se trata de un simple crimen: se trata de un asesinato que erróneamente equipara la construcción de una casa con el asesinato de una cría. Los periódicos italianos incluso la despojaron de su identidad: Il Corriere della Sera, el segundo periódico del país, reportó: “Margen Occidental: matan a una americana de 13 años”.
Cuando el mes pasado fueron asesinados cuatro israelíes en el restaurante Max Brenner de Tel Aviv, la prensa internacional volvió a publicar titulares incorrectos. Desde Le Monde a Libération, la prensa francesa utilizó la palabra tiroteo en vez de terrorismo. La CNN habló de “terroristas” así, entrecomillando el término. La Repubblica, el principal periódico italiano, denominó “agresores” a los terroristas árabes palestinos.
¿Qué significan estos titulares distorsionadores? Que en Occidente creemos ingenuamente que hay dos tipos de terrorismo: el internacional, que toma por objetivo a los occidentales en Niza, París, Daca, Raqa o Túnez, y el nacional, que es algo entre los árabes e Israel, y frente al cual los judíos israelíes deben replegarse y rendirse. También hay un terrorismo sin rostro, como en Orlando, donde un musulmán afgano-estadounidense masacró a 50 americanos y todo el mundo, como suele ocurrir en América, se negó a mencionar el islam.
Es la reacción del apaciguador, “el que alimenta a un cocodrilo con la esperanza de lo devore el último”, según Winston Churchill. El problema es que da igual que seas pacifista o belicista, gay o heterosexual, ateo o cristiano, rico o pobre, blasfemo o devoto, francés o iraquí: el terrorismo yihadista no hace distinciones. Cada uno de nosotros somos un objetivo: el terrorismo islamista es genocida.
Pese a eslóganes fáciles como Je Suis Charlie, pocos en Occidente hemos demostrado solidaridad con los dibujantes franceses de Charlie Hebdo. La mayoría de los europeos pensaron que esos periodistas se estaban buscando problemas y los encontraron. O peor aún: el director del Financial Times dijo que eran “estúpidos”. Pero después del 7 de enero vino el 13 de noviembre. Entonces nadie culpó a las viñetas de Mahoma de los atentados en París.
Mientras el Estado Islámico esclavizaba y violaba a cientos de yazidíes, nuestras intrépidas feministas de Occidente estaban muy ocupadas luchando por un referéndum irlandés sobre el matrimonio gay. Obviamente, no les importaba el destino de sus hermanas yazidíes y kurdas. Estaban ocultas allá, en el remoto y exótico Oriente, como los blogueros laicistas asesinados en Daca.
Es hora de recordar el famoso poema de Martin Niemöller, pastor cristiano alemán al que el régimen nazi encerró durante siete años en un campo de concentración:
Primero vinieron a por los socialistas, y guardé silencio
porque yo no era socialista.Después vinieron a por los sindicalistas, y guardé silencio
porque yo no era sindicalista.Después vinieron a por los judíos, y guardé silencio
porque yo no era judío.Después vinieron a por mí,
y para entonces ya no quedaba nadie que pudiera hablar en mi nombre.
De forma similar, cuando los terroristas islamistas van a por los blogueros musulmanes disidentes o, allá lejos, a por las niñas israelíes o las mujeres yazidíes –que son esclavizadas, flageladas, violadas o asesinadas–, en Occidente deberíamos sentirnos concernidos. Los islamistas sólo están afilando sus cuchillos antes de venir a por nosotros.
Si no hablamos hoy, mañana seremos castigados por nuestra indolencia.
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