Benedicto XVI llegó a la basílica de San Pedro de manera tímida y discreta, algo que siempre le ha caracterizado. Desde que renunció tuvo muy claro que su papel tenía que ser secundario y por eso quiso descansar en el interior de un monasterio. Las únicas apariciones públicas que ha tenido han sido porque Francisco le pidió que asistiera.
Esta canonización era también muy importante para él puesto que fue el gran apoyo y colaborador de Juan Pablo II. Un amigo. Y por ende su sucesor. Además, para él Juan XXIII también tiene un especial significado puesto que Joseph Ratzinger fue uno de los participantes más jóvenes en el Concilio Vaticano II, que el ahora santo convocó.
Benedicto XVI llegó a San Pedro sin hacer ruido y sin participar en la procesión inicial. Se le vio bien pero muy mayor. Se colocó en un segundo plano y se sentó en el lugar reservado a los cardenales.
Sin embargo, la multitud de fieles se percató de su presencia y le dedicó una de las ovaciones más grandes de la mañana. El amor del pueblo católico por el Papa emérito sigue intacto.
Además, uno de los gestos más emotivos de la celebración se produjo con la llegada de Francisco, que se acercó a Benedicto XVI y ambos se fundieron en un gran abrazo.
El papel del Papa emérito se convirtió ya en el de un invitado de lujo y desde la distancia observó la ceremonia pues no concelebró con el Papa Francisco en el altar, como si hicieron los decanos del colegio cardenalicio, el obispo de Bérgamo (lugar donde nació Juan XXIII) o el cardenal Dziwisz (secretario de Juan Pablo II) y el cardenal Vallini, vicario del Papa para la diócesis de Roma