Valérie Trierweiler, ¿la última reina sin corona?
Hay algo de lo que los franceses están aún más agotados que del affaire Hollande: de la primera dama francesa.
Las fotografías delatoras, la aparición de Julie Gayet, el silencio del presidente, la hospitalización de Valérie Trierweiler, las especulaciones... durante los diez últimos días, el affaire Hollande ha sido monotema al otro lado de los Pirineos. Al menos en el panorama mediático. Porque mientras las publicaciones continúan escarbando en los pormenores de la barahúnda -a la espera de que Trierweiler destape la caja de los truenos- los franceses se confiesan hartos de este vodevil de alcoba presidencial, según los últimos sondeos.
Lo curioso es el efecto de este hartazgo, ya que el más perjudicado no ha sido François Hollande. Desde el principio del escándalo, los franceses manifestaron un claro desinterés en los asuntos privados del Elíseo y declinaban censurar o aplaudir la conducta del presidente y su juego sentimental a tres bandas. Las iras se han dirigido contra quien a priori resultaba la parte más frágil del culebrón: Valérie Trierweiler.
Parte de la explicación se encuentra en el paulatino desencanto con la primera dama. La periodista generó una ola de simpatía a su llegada al Elíseo, prometiendo no ser "un florero" ni un mero figurín en los besamanos. El enfrentamiento público con la expareja de Hollande, Sègoléne Royal y una actitud algo altiva con la prensa fueron minando una fascinación que se reveló más temporal de lo que se vaticinaba. Fue apodada Rottweiler, y su aspecto de mujer fuerte e independiente pasó a ser interpretado como exceso de arrogancia.
Inmediatamente antes de que Gayet irrumpiera en escena (pública) la popularidad de Trierweiler superaba a la de Hollande -que alcanzaba la peor de las valoraciones históricas- pero se encontraba aún así bajo mínimos. Una vez destapado el affaire, muchos la han acusado de una cierta sobreactuación en su dolor, ya que lo que ocurría en el piso de Cirque era público y notorio cuando Closer pusiera en los quioscos la prueba definitiva.
Pero, ¿solo eso explica que la persona 'engañada' acabe siendo la peor parada a ojos de los franceses? No. Ocurre que la infidelidad de Hollande ha traído de vuelta una corriente cada vez más mayoritaria en el sentir galo: la oposición a la existencia de una primera dama.
La figura como tal no existe en la legislación francesa, que solo referencia la pensión de la pareja del presidente en el caso de enviudar. Todo lo demás -presupuesto, funciones, personal- queda en manos de las sucesivas Presidencias y de sus aleatorios criterios. En el caso de Hollande, ha designado 19.742 euros mensuales, cinco asesores y un dispositivo de seguridad al gabinete de Trierweiler. Esta asignación ha sido destinada por Valèrie a causas fundamentalmente humanitarias, ya que desde el principio manifestó su intención de mantenerse "económicamente independiente" y ha seguido publicando en Paris Match.
Desencanto con la "reina sin corona"
Como con Valérie, el desencanto con las consortes francesas ha sido progresivo. El movimiento anti primera dama es una suerte Guadiana, que aparece y desaparece siempre ligado a las dosis de polémica que provean las parejas de los presidentes.
Pero, según explica un exasesor de la presidencia gala, existe un momento clave en la historia que contribuyó a que la percepción ciudadana se posicionara definitivamente en contra: el mandato de George Pompidou.
Su esposa, Claude Pompidou también aterrizó en el Elíseo con intenciones de renovación. Era moderna, independiente y asidua de la esfera intelectual francesa. Una alérgica al boato y apasionada del arte, que impulsó un sinnúmero de iniciativas culturales pero acabó con la paciencia de los franceses, especialmente con la construcción del Centro George Pompidou en 1972 y la odisea que supuso. El edificio, hoy reconocido como uno de los primeros en revolucionar los términos de la cuestión constructiva, costó más de 993 millones de francos.
La oposición a su construcción fue más que notable. Hubo que demoler el emblemático mercado de Las Halles y realojar a quienes vivían en los 90.000 metros cuadrados que acabaría ocupando. Disgustó también el aspecto del edificio, uno de los primeros high-tech, que cuando empezó a ser levantado asemejaba una fábrica abandonada y gris que oscurecía la ciudad de la luz. Las iras se dirigieron hacia Claude -que ni siquiera pudo ver el proyecto terminado durante la presidencia de Pompidou- quien fue tachada como una derrochadora 'demasiado' innovadora.
Tras ella, las esposas de De Gaulle, Giscard d'Estaing y Mitterrand aplacaron significativamente la ola de desencanto y minimizaron un debate que volvió a la vanguardia con Carla Bruni. El culebrón con Nicolas Sarkozy y su adicción al papel couché molestaron sobremanera a los franceses, que volvieron a preguntarse qué tipo de papel debe jugar quien comparte la vida de su presidente.
Y con Valerie, la olla a presión ha vuelto a estallar. La encuesta de Le Parisien no solo la sitúa como la primera dama menos querida, sino que expresa el clamor de Francia por acabar con la figura de primera dama tal y como hoy se entiende. El 54% de los franceses apuesta por no concederle ningún tipo de posición oficial y acabar de una vez por todas con la ambigüedad reinante.
Más Alemania y menos EEUU
Lo que Francia pide a gritos puede resumirse en dos palabras: Joachim Sauer. El marido de Angela Merkel, en un tercer o cuarto plano en el país germano y un completo desconocido fuera de sus fronteras. Las encuestas indican que la mayoría quiere ese modelo de consorte, huyendo de la omnipresencia de figuras como Michelle Obama.
El debate no es baladí, y los principales actores ya comienzan a tomar posiciones. Los líderes de los principales partidos se han pronunciado al respecto de la modificación del estatus de la pareja del inquilino del Elíseo, y estas semanas se han multiplicado las tertulias que abordan el asunto en radios y televisiones galas. Hasta una exprimera dama, la fugaz Cecilia Attias, ha pedido públicamente que se aborde de una vez por todas esta situación.
Por el momento, no deja de ser ruido de fondo sobre un escándalo mayor, pero la maquinaria se ha accionado. En el aire quedan dos preguntas: ¿Se atreverá Hollande a plantear la cuestión, después del vodevil? Y lo más importante: ¿Conseguirá capitalizar el descontento y acabar dándole la vuelta a la tortilla para ser el presidente que acabó con las "reinas sin corona"? De ser así, Trierweiler podría ser la última.
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