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Democracia en América

With Liberty and Justice for All

La verdad es que hay que quitarse el sombrero ante Barack Obama y los dirigentes de su campaña electoral. Lograr que un candidato que hace dos años era poco menos que un desconocido llegue a la Casa Blanca es poco menos que un milagro; y refuerza en cierta medida la noción del "sueño americano", esa piedra angular de la conciencia nacional estadounidense. Es discutible si era más difícil que Obama venciera a Hillary en las primarias o a McCain en las generales: en todo caso, han sido dos victorias notables que demuestran la capacidad de Obama y de su campaña para conectar con el electorado y con los deseos de la población. Toda victoria en una verdadera democracia es loable, y por tanto felicitamos a a Obama, a su campaña y al partido Demócrata por lograr un triunfo tan contundente como histórico.

Creo hablar por los tres que hemos realizado entradas en este blog a lo largo de los últimos meses cuando digo que nunca hemos escondido ni nuestra oposición a la candidatura de Barack Obama ni nuestro apoyo a la de John McCain. Y cuando el candidato al que uno apoya pierde de una forma tan rotunda como la que se vio anoche, casi es necesario hacer examen de conciencia y recordar por qué se le apoyó en primer lugar. Querría, por tanto, resumir (y argumentar, de la forma más breve posible) las razones principales que nos llevaron a oponernos a la candidatura Demócrata. No querría hablar por Alberto Acereda o por Pablo Kleinman, pero creo que estarán de acuerdo con la mayoría de los puntos que describo a continuación:

1) La concentración de poder en manos de un solo partido: Estados Unidos es la democracia más saludable del mundo gracias que su sistema electoral fomenta la división de poderes, ya sea dentro del poder legislativo, o entre el poder legislativo y el ejecutivo. Todo liberal que crea que el poder conlleva la corrupción moral del que lo posee, y que la única manera de aliviar esta consecuencia es procurar que el poder esté dividido entre órganos o individuos enfrentados entre sí, se opondrá a la idea de que un partido controle cómodamente ambas cámaras del Congreso y la Presidencia. Esta era la situación que se planteaba con la posible victoria de Obama; y es ahora la realidad de, al menos, los próximos dos años.

2) El mesianismo político: el proceso psico-sociológico mediante el cual se valora a un candidato no sólo a pesar de, sino debido a, su falta de experiencia, creyendo que lo que verdaderamente importa en política es algo así como una "pureza" espiritual que "salta a la vista" en el candidato en cuestión, es algo que creíamos enterrado bajo los escombros del siglo XX. Sin embargo, en el furor que hemos visto desatar a Obama en las multitudes durante estos últimos meses, en la manera en que su imagen ha transcendido por completo la política y la ideología, hemos presenciado el regreso de una manera de entender la política que, en nuestra opinión, resulta enormemente dañina para la democracia liberal. Cuando a un político no se le ve como tal sino como un mesías; cuando la valoración que realiza el ciudadano de la actuación de dicho político no conlleva ni la más mínima pizca de escepticismo; cuando la identificación con un candidato es total y absoluta-- entonces peligra el sentimiento democrático y liberal. La candidatura de Obama se ha basado desde el principio en ese atractivo mesiánico.

3) El papel de los medios: en pocas campañas electorales se ha visto a los medios de comunicación jugar un papel tan importante, y estar tan escorados hacia un candidato, como en la que acaba de finalizar; hasta el punto de que cabe preguntarse si los resultados hubieran sido distintos en caso de perseguir los medios las relaciones de Obama con Ayers, Rezko y Wright, y sus comentarios cuando no tenía un guión delante, con el mismo celo con que se ocuparon de la licencia de Joe el Fontanero o la hija adolescente de Sarah Palin. Se supone que el cuarto poder debe servir como órgano para que la ciudadanía influya en la política; en esta campaña la presión de la gran mayoría de los medios se ha ejercido en la dirección opuesta.

4) La situación económica: con el rescate económico que Bush y Paulson realizaron hace un mes, Estados Unidos pasó de un liberalismo medianamente keynesiano a una cuasi-socialdemocracia al mejor modelo europeo. Puede que el rescate fuera necesario; eso es algo que les toca debatir y decidir a los economistas. Pero sobre lo que no cabe la menor duda es que la inmensa mayoría de los norteamericanos entiende la transición a la socialdemocracia como una solución temporal. Un liberal (más de corazón que de cabeza) como McCain hubiera garantizado el regreso a la "normalidad" del libre mercado una vez se hubiera recuperado el Dow Jones; las convicciones socialdemócratas y redistributivas de Obama, Pelosi y Reid, sin embargo, hacen presagiar que el cambio fundamental en el carácter de la economía norteamericana se hará permanente. Y si Estados Unidos se convierte a la socialdemocracia, ¿qué nos queda a los liberales?

5) La situación internacional: la (re)emergencia de Irán y Rusia pronostica un futuro inmediato en que Estados Unidos deberá hacer un uso magistral de la diplomacia a la hora de evitar conflictos y saber atraer hacia sí a las potencias emergentes (China, India, etc.); pero también deberá mostrarse firme ante países y líderes que (faltos de una verdadera tradición democrática) a veces sólo responderán ante la fuerza o la amenaza. Dada esta situación, lo mejor hubiera sido un presidente con la mayor experiencia posible en asuntos internacionales; en otras palabras, alguien que se las supiera todas. McCain se las sabe. Obama no.

6) El papel de la opinión internacional: muchos de nuestros lectores han expresado acertadamente el temor a que una victoria de Obama demostrara que Estados Unidos se ha creído, por fin, su propia leyenda negra. Y es cierto que uno de los argumentos que más se ha escuchado durante los últimos meses a favor de Obama es la opinión favorable que de él tiene el resto del mundo, libre o no. Casi no merece la pena resaltar el infantilismo que demuestra pensar que cuando españoles, franceses, sudafricanos, rusos, iraníes y cubanos expresan su opinión sobre lo que debería hacer Estados Unidos lo hacen pensando en otra cosa que no sea su propia conveniencia; sin darse cuenta de que esa conveniencia es en muchas ocasiones radicalmente contraria a la de Estados Unidos. Lo que sí merece la pena considerar es si el triunfo de Obama significa que los americanos se han creído su propia leyenda negra, o solamente la leyenda negra de los años Bush. En caso de ser la primera, el viaje hacia la europeización de Estados Unidos comenzó anoche; si es la segunda, todavía queda esperanza.

7) Irak: uno puede estar de acuerdo o no con la invasión de Irak; uno puede verlo como una intervención a favor de la democracia o como una acción egoísta e imperialista motivada por el dinero y el petróleo. El caso es que no estamos en el 2003 sino en el 2008: y hay que mirar hacia adelante y darse cuenta de que la obligación moral de los americanos es asegurarse de que dejan un Irak mejor que el que invadieron. Esto significa hacer todo lo posible para crear allí una democracia sólida y una economía fuerte; y quedarse hasta que dichos objetivos estén cumplidos. Esa era la visión de John McCain. La de Barack Obama, por el contrario, era (quizás todavía es, aunque se ha moderado bastante con el paso de los meses) la de largarse lo antes posible, marcando unos plazos inflexibles y despreocupándose de la oleada de violencia y la debilitación del gobierno que podría causar una retirada apresurada de las tropas norteamericanas.

Estas son, de manera algo esquemática, las razones principales por las que nos opusimos a la candidatura de Obama y apoyamos la de John McCain. A la hora de ver consecuencias positivas del resultado de anoche, se puede resaltar (como, en efecto, ha hecho la mayoría de los medios) el hecho de que un negro llegue a la presidencia de los Estados Unidos. No sólo porque los antiamericanos de turno se tengan que callar de una vez por todas con lo del supuesto racismo de la sociedad norteamericana, sino por el efecto simbólico que puede tener la victoria de Obama sobre la mentalidad de la comunidad afroamericana. Es más que probable que el ver a uno de los suyos en la Casa Blanca deshaga el impulso victimista y auto-segregacionista que, si bien no es la razón de todos sus problemas, sí les ha hecho un daño enorme durante los últimos diez, quince, veinte años. Una presidencia de Obama debería alejar a la comunidad negra de la ghetto culture e impulsarles a la reintegración en el mainstream de la sociedad norteamericana; y por su bien esperamos que así sea.

Por otro lado, también es positivo el debate sobre la reforma de la seguridad social que se avecina. Por discutibles que sean algunos aspectos del plan de Obama, es verdad que el complejísimo health care norteamericano necesita una reforma fundamental que garantice la disponibilidad (que no la imposición) de seguros médicos básicos a toda la población. Y en materia internacional, es posible que, si Obama decide algún día mostrarse firme con Rusia o Irán, los líderes europeos que tanto le han defendido sean consecuentes y le apoyen. Quizás es esperar mucho de Europa; pero de esperanzas vivimos a estas alturas.

Barack Hussein Obama, en muchos sentidos la quintaesencia del sueño americano y en muchos otros su antítesis, sigue siendo una incógnita. Hasta los Demócratas admiten que nadie sabe muy bien cómo será la presidencia obamita, ni su carácter ni sus prioridades. No se sabe, tampoco, cuál de las extraordinarias expectativas que se ha marcado intentará cumplir con mayor ahínco y cuál quedará relegada al limbo de promesas electorales: entre arreglar la seguridad social, reconducir la lucha contra Al Qaeda, poner fin a dos siglos de tensiones raciales y salvar el planeta, tiene donde elegir. Los que nos opusimos a su candidatura afrontamos su presidencia con la buena voluntad que se merece todo presidente electo; nuestra única condición es que Estados Unidos se siga ateniendo a esa dualidad fundamental que queda retratada en el Pledge of Allegiance: "liberty and justice for all."

Por mi parte, nada más que agradecer a todos nuestros lectores su interés, su buena fe y sus abundantes y valiosos comentarios a lo largo de estos últimos meses. Ha sido una experiencia inolvidable poder comentar con todos ustedes una de las campañas electorales más apasionantes que se recuerdan, desde uno de los países más interesantes del mundo. Poco más se puede pedir.

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