A falta de cuatro días para que cristalicen las elecciones presidenciales más interesantes que se recuerdan, y a pesar del anuncio de Teletienda de Barack Obama, John McCain está subiendo poquiiiiito a poco en las encuestas. La media de RealClearPolitics le sitúa a seis puntos del Demócrata; y ha logrado volver a situarse a la cabeza en un estado tan importante como Missouri. ¿Suficiente como para vencer el martes? Probablemente, no: en Ohio y Virginia, dos estados absolutamente cruciales, el bebé mesiánico sigue seis puntos por delante del senador de Arizona. Pero la subida de McCain sí sirve para señalar las últimas novedades de esta campaña que toca a su fin.
Para empezar, McCain ha encontrado, por fin, un mensaje económico que cala en la ciudadanía: la insistencia en que la política fiscal de Obama, tan elocuentemente explicada a Joe el Fontanero, se ciñe a un principio de redistribución de la riqueza opuesto radicalmente a los valores tanto fundacionales como sociológicos del país. El (relativo) poco escándalo que ha causado el rescate económico de Wall Street por parte de la administración Bush sólo se puede explicar en que los americanos lo entienden como una solución temporal: una vez pasada la crisis, el gobierno dará marcha atrás al intervencionismo y la nacionalización de los bancos y el libre mercado volverá, más fuerte que nunca. El problema es que nadie se cree que un Gobierno capitaneado por Obama I el Redistribuidor, con el poder ilimitado que le concederían supermayorías en ambas cámaras del Congreso y la presencia de Pelosi y Reid como comparsas, regresaría al libre mercado. Es más, un Gobierno Demócrata haría permanente el fundamental cambio en el carácter de la economía norteamericana que perpetraran Bush y Paulson hace un par de semanas. Los medios pro-Demócratas no paran de proclamar que dicho cambio es necesario, que el libre mercado ha demostrado su ineficacia y debe ser relegado a la categoría de anacronismo del siglo XX, pero el grueso de la ciudadanía no parece dejarse convencer.
Es posible, además, que muchos americanos estén mirando (por primera vez) más allá del hastío con la Guerra de Irak y el enfado momentáneo con respecto a la crisis económica, y apercibiéndose de que están a punto de colocar a un novato de simpatías socialistas en la Casa Blanca. Y se están dando cuenta de que el próximo presidente tendrá que lidiar con dos desafíos fundamentales en política exterior: Irán y Rusia. El 2008 puede marcar el principio del fin de casi dos décadas en que los americanos se han enfrentado a grupos terroristas y estados débiles más que a estados fuertes; el peligro que presentan un Irán y una Rusia fuertes y dispuestos a desafiar al Occidente democrático puede significar un nuevo cambio en la política internacional, sobre todo cuando notamos el papel incierto que jugarán las economías emergentes (sobre todo, China) en el nuevo orden mundial. Ante tales desafíos, sería una temeridad otorgar la presidencia a alguien que no tiene experiencia en asuntos internacionales, y sobre todo a alguien cuyo primer instinto es ceder al mejor estilo multicultural y postmoderno antes que plantar cara a los enemigos de la democracia.
Lo más seguro es que la próxima vez que escriba en el blog lo haga para analizar la victoria electoral de Barack Obama. Una victoria que probablemente le sea otorgada más por la victoria en los estados clave (sobre todo, Ohio y Virginia) que por un amplio margen en el voto popular. Pero esta carrera electoral ya se ha mostrado fecunda en sorpresas; y una intensificación de las dos tendencias recién mencionadas a lo largo del fin de semana (y mucho talento por parte de McCain y Palin) aún pueden cambiar las cosas y empujar el ligerísimo momentum del Republicano. Por el bien del futuro de Estados Unidos, esperemos que así sea.