Me comenta mi compañero de piso que un Barack Obama presidente sería "el símbolo perfecto de la nueva América." Su comentario coincide con una semana marcada por la dimisión de Mark Penn como principal asesor de la campaña de Hillary Clinton. Los Clinton han intentado vender la dimisión de su otrora hombre de confianza como una mera repercusión de su apoyo al tratado de libre comercio entre Colombia y Estados Unidos; pero muchos comentan que Penn está pagando también los supuestos errores de organización que han llevado a Hillary a perder la ventaja de hasta treinta puntos que tenía sobre Obama hace menos de seis meses. Dicen que Penn es uno de los grandes responsables de que Hillary no haya podido entrenar un ejército de voluntarios similar al de Obama, que le hagan la publicidad gratis a base de llenar sus casas, sus mochilas y sus coches con pegatinas de apoyo a su candidato. Que es uno de los responsables de que Hillary no haya logrado incendiar a sus seguidores, llenarles de la misma pasión y el mismo fervor que les sobra a los Obamitas, al haberse negado hace meses a que la candidata mostrara (léase forzara) su "lado humano." Que Penn es el culpable de que los seguidores de Hillary se limiten a hacer comentarios como "bueno, a mí Hillary me gusta más, pero Obama también está muy bien" mientras que los seguidores de Obama se pasean por los campus universitarios y por las grandes ciudades americanas con camisetas que leen "Obama For Your Mama."
Menciono el comentario de mi compañero de piso en conjunción con la dimisión de Penn porque me parece que existe un vínculo entre ambos asuntos. Y es que la campaña de Hillary puede tirarse de los pelos y despedir a cuanta gente quiera por el hecho de que Obama les haya arrebatado el apoyo de los universitarios y de las élites sociales que tanto aprecian los Demócratas, pero lo cierto es que hay ciertos sectores del electorado entre los que Obama siempre iba a vencer a la Clinton, hicieran Penn, Bill o Hillary lo que hicieran. Son los sectores que, a pesar de haber recibido la mejor educación en las mejores universidades, siguen siendo lo suficientemente naíf políticamente hablando como para creer que existen los "grandes hombres;" los sectores que no saben ver la tendencia mitómana de nuestra sociedad por lo que es; los sectores que van a un mitin y se creen todo lo que oyen; los sectores que no entienden que un político es la expresión máxima de algunas de las peores facetas de la condición humana; los que todavía creen, en otras palabras, en los hombres-símbolo. O mejor dicho: en los políticos-símbolo.
Esos sectores, los que siguen ciegamente a Obama porque no le ven como un político más sino como un símbolo (un símbolo de una América que ha enterrado, por fin, su pasado esclavista y segregacionista; un símbolo de una América que ha dejado de suscitar odios en todo el mundo; un símbolo de una América que pueda vivir la política como un juego de buenos y malos en vez de uno de compromisos) nunca iban a apoyar a Hillary, o al menos nunca la iban a apoyar con el mismo fervor con el que apoyan al bebé mesiánico. Y es que Hillary, a pesar de que aspira a ser la primera presidenta del país, no tiene lo que hay que tener para ser un símbolo. La gente la conoce demasiado bien, ve con demasiada claridad todas y cada una de sus aristas; varias décadas de vida pública le han retratado demasiado bien. Nunca podrá gozar de ese vacío virginal que reviste la figura de Obama, ese vacío que permite que el electorado naif de izquierdas proyecte sobre él todas sus fantasías sin que haya nada que les saque de su error. Porque eso es lo que necesita un símbolo, un vacío sobre el que la gente pueda proyectar una serie de ideas, ilusiones y quimeras.
Lo más gracioso es que si aceptamos la idea de que un presidente debe medirse por su posible poder simbólico, Hillary sería quizás la mejor parada. Porque el poder simbólico que puede tener un presidente negro (o, como se define Obama, "post-racial") tiene validez casi exclusivamente dentro de Estados Unidos. En un panorama internacional marcado por el conflicto entre el mundo islámico y el mundo occidental, la emancipación de la mujer cobra bastante más importancia que el tema de negros contra blancos y la idea de una mujer como líder del país más poderoso del mundo adquiere muchísimo mayor poder simbólico.
Aunque para eso elegimos a Condoleezza de vice y nos quedamos tan tranquilos…