A cuatro semanas para que los norteamericanos votemos a un nuevo presidente y a un nuevo Congreso, los acontecimientos se precipitan, las encuestas se multiplican y el futuro electoral sigue, pese a todo, tan incierto como volátil. No es esta realidad la que se quiere presentar en el ramo mediático predominante, es decir el que favorece al mesiánico Obama. La más que notable actuación de Sarah Palin en el debate del pasado jueves inquietó a más de uno que daba ya por caído y enterrado al ticket Republicano. Aun así, la penosa e hipócrita aprobación al día siguiente del nuevo paquete económico intervencionista por parte del Congreso permitió a los medios obamitas disimular el éxito de Palin y esconder en buena medida las catorce mentiras perpetradas por Joe Biden durante el debate. Porque de eso se trata casi siempre en las filas Demócratas: de falsificar la historia y contar las cosas como más convenga.
La distorsión de los hechos, o sea la reinvención de la historia con su consiguiente falsificación para atacar a los Republicanos, es uno de los grandes éxitos propagandísticos del Partido Demócrata. Es por eso que de la situación económica actual se culpa únicamente -y como siempre ocurre- a George W. Bush y a los Republicanos, obviando que son los Demócratas (los Frank, Schummer, Dodd y aun el mismo Obama…) quienes permitieron que buena parte de la raíz del problema (Fannie Mae y Freddie Mac) no se solucionara. Eso, claro, además del hecho de que el Congreso lleva ya dos años controlado completamente en sus dos cámaras por sendas mayorías Demócratas; dos años, es decir el mismo tiempo que hace que llevamos recibiendo malos datos económicos. Pero como el grueso de la Derecha norteamericana parece tener la columna vertebral de mantequilla al querer ir de "moderada" y dialogante, apenas se oyen voces que hablen claro y que expliquen a la ciudadanía todas estas cosas. Lo mismo ocurre con la falsificación de la historia emprendida al hilo de la cuestión racial, tema que vale la pena ejemplificar hoy aquí y al hilo de la comedia que es la campaña misma de Obama.
Si recuerdan, al final del discurso de aceptación de Obama en la Convención Demócrata el pasado 28 de agosto, el senador de Illinois evocó la figura de Martin Luther King, Jr. Obama aprovechaba así un calculado aniversario, el del célebre discurso de King ("I Have a Dream…") en las escalinatas del Lincoln Memorial de Washington en tal día del año 1963. Justo cuarenta y cinco años después, Obama buscaba presentarse de esta manera como el fiel heredero del reverendo King. Lo que Obama no contó, y lo que silenció por conveniencia propia, fue que tanto su partido -el Demócrata- como quienes por él pululan -incluido Obama mismo- tienen mucho que callar respecto a lo hecho para facilitar realmente esos sueños de Martin Luther King, Jr. En realidad, si hablamos de convenciones políticas, valdría recordarle a Obama que la parte final del histórico discurso de King tiene un gran parecido con el pronunciado por el Reverendo Archibald Carey, Sr., amigo de King, precisamente en la Convención Nacional del Partido Republicano en 1952.
Ocurre que, históricamente, el partido antiesclavista y el que más ha defendido la libertad y los derechos civiles para la población negra en Estados Unidos no fue el Partido Demócrata, sino el Partido Republicano, ya desde su fundación en 1854 y especialmente con la valentía de su líder y luego presidente, Abraham Lincoln. Pese a la tergiversación histórica perpetuada por Obama y sus valedores, el Partido Demócrata fue siempre el partido de la segregación y a día de hoy viene a ser ya el de la soñada importación de la socialdemocracia a Estados Unidos, el partido encargado de transformar la nación americana en otra Europa socialdemócrata y alicaída. El partido en el que ahora habitan Hillary Clinton, Barack Obama, Joe Biden y estos chiquilicuatres, herederos de los nefastos McGovern y los tragicómicos Carter de los setenta, es el mismo partido que quiso mantener a los ciudadanos negros en la esclavitud y que movilizó la creación del "Ku Klux Klan" para linchar y aterrorizar a la comunidad negra.
Fue también el Partido Demócrata el que luchó con más ahínco para imposibilitar la aprobación de cada una de las leyes de derechos civiles, desde 1860 hasta los años cincuenta y sesenta, ya en el siglo XX. El mismo Martin Luther King, Jr., que estuvo siempre más cerca del Partido Republicano que del Demócrata, luchó contra los miembros del Partido Demócrata que se negaban a aprobar esas leyes. Hubo de ser el presidente republicano Dwight Eisenhower quien empujó para que se apoyara la Ley de Derechos Civiles de 1957 y quien mandó soldados a Arkansas para acabar con la segregación escolar que discriminaba a los niños negros. Incluso una figura elevada a los altares por la progresía como John F. Kennedy votó en 1957 como senador contra esa Ley de Derechos Civiles, al igual que votó en contra otro senador Demócrata: Al Gore, Sr. -el padre del Al Gore que luego fue vicepresidente con Bill Clinton y actual gurú de la estampita del calentamiento global-.
En marzo de 1968, el senador Demócrata por West Virginia -Robert Byrd- que sigue hoy en el Senado y que perteneció al "Ku Klux Klan"- atacó despiadadamente a Martin Luther King, Jr. hasta que éste fue asesinado. En cambio, fue el Partido Republicano el que más luchó por los derechos, la ciudadanía y el voto de los negros (enmiendas 13, 14 y 15 de la Constitución). Fue también el Partido Republicano el que creó la organización nacional negra NAACP -convertida luego por los Demócratas en un nido de radicales aprovechados que en poco o nada ayudan a la comunidad negra-. Fueron también los Republicanos quienes, a través del presidente Richard Nixon en 1969, lanzaron los programas de "Acción Afirmativa" (inicialmente bien intencionados pero luego alterados en su concepto original por el Partido Demócrata). Fue también el Partido Republicano a través de su senador Everett Dirksen de Illinois quien abrió el camino para la legislación de derechos civiles que -con el apoyo de todos los Republicanos en el Congreso- pudo aprobar Lyndon B. Johnson. En realidad, fue el senador Republicano Barry Goldwater, uno de los grandes conservadores hoy olvidados, quien quiso forzar a los Demócratas en el Sur de Estados Unidos a dejar de aprobar leyes discriminatorias contra los negros.
A pesar de esta historia de hechos objetivos y probados durante los siglos XIX y XX en Estados Unidos, en cada elección presidencial nos encontramos con el mismo Partido Demócrata que acusa al Partido Republicano de todos los males, incluido el estar alejado de la comunidad negra y de ser, en fin, casi un partido de blancos racistas. La realidad es muy otra, como muestra la historia y el hecho de que pese al consistente y abrumador voto negro al Partido Demócrata en el último medio siglo, la comunidad negra en Estados Unidos no levanta cabeza, sobre todo en los lugares tradicionalmente gobernados por los Demócratas. Los valores de trabajo, responsabilidad individual, educación, propiedad privada y prosperidad, libertad e igualdad de oportunidades son los que sostiene el Partido Republicano y los que anheló Martin Luther King, Jr. No extraña así que a lo largo de las primarias Demócratas la carta racial se jugó hipócritamente tanto por Obama como por los Clinton, en otra lamentable exhibición de hipocresía.
Estamos ante la misma hipocresía y la misma falta de perspectiva histórica que mostró Obama en aquel discurso suyo de aceptación en Denver, simulando ser otro Martin Luther King, Jr., frente a un artificial Lincoln Memorial cuarenta y cinco años después. Lo artificial de la decoración y el arrogante elitismo progresista de Obama en esa Convención emborronó el recuerdo del noble discurso de King. La historia, bien mirada, prueba que no es en ese partido político ni tampoco en ese candidato donde la América negra debe buscar su futuro. Y es que, gane o pierda Obama la presidencia, resulta fuera de lugar y totalmente errado tildar a Estados Unidos de país de blancos racistas. Aun así, lo fácil es repetir y hacer creer la falsía de la carta racista Demócrata cuando la realidad es bien distinta. Porque mientras el voto blanco se dividirá a partes muy iguales entre Obama y McCain, el voto negro se calcula que irá otra vez en su inmensa mayoría a los Demócratas, y en esta ocasión en un más del 90% para Obama. Ante los complejos de la Derecha, también aquí en Estados Unidos, esto es lo que ocurre al seguir calladitos y permitir que los de siempre falsifiquen la historia…