Mientras Obama bate todos los récords en gastos para su campaña presidencial, mientras triplica en anuncios a McCain, mientras Colin Powell se sube al barco de Obama y el "New York Times" ataca a la familia de McCain, la campaña de éste sigue recortando distancias en las encuestas. Y no sólo recorta ya en la media general de encuestas, sino incluso en la de varios estados donde se libra particularmente el resultado final de estas presidenciales. Uno de nuestros lectores (cada vez son más y mejores documentados, cosa que agradecemos de verdad) apuntaba muy agudamente hace unos días que Virginia iba a ser el estado donde la batalla se decidiría finalmente. Es posible que no le falte razón. Allí y en otros lugares McCain y Palin van a tener que apretar mucho en este fin de campaña, así como en estados claves como Ohio, Missouri, Indiana, Florida, Carolina del Norte, entre otros, votos electorales todos de incierta pero necesaria victoria para McCain a fin de alcanzar la Casa Blanca.
En apariencia y sobre el mapa, es cierto que el viento corre a favor de Obama. Su candidatura lo tiene más fácil por la coyuntura política actual y en un año de tendencia Demócrata tras ocho años de presidencia Republicana. Aun así y con tanto viento a favor, la realidad es que a estas alturas de la campaña -a sólo dos semanas del 4 de noviembre-, la diferencia de Obama no es ni decisivamente amplia, ni mucho menos contundente. De hecho, esa distancia es menor de lo que la propia campaña de Obama esperaba. Hay por ello razones serias y más que fundadas para no descartar a McCain y para dudar de la capacidad de Obama de garantizarse el triunfo final. Las últimas semanas de las primarias contra Hillary Clinton fueron un pozo negro y casi sin fondo para Obama. Sus consecutivas derrotas finales en varios estados y el apoyo de los "superdelegados" le otorgaron la nominación final, en un triunfo ajustado en cuanto a victorias en estados importantes. No hay que descartar que lo mismo pueda ocurrirle ahora a Obama, sobre todo cuando entra en este sprint final como favorito... La derrota de Obama es posible pese al tanque mediático con el que cuenta a su favor y pese a que la lógica electoral debería darle el triunfo en un año incómodo para el partido que ocupa la presidencia.
En medio de todo esto, es notable el redoble de fuerzas en apoyo a Obama por parte de diarios como el "Los Angeles Times", "The New York Times", el "Chicago Tribune" y la gran mayoría de medios. Insisten casi todos en vendernos como fresca la vieja sardina del inevitable triunfo de Obama. Aun así, las verdades del barquero cantadas por el fontanero de Ohio a Obama en el famoso vídeo de la semana pasada, llevadas al tercer debate y ampliadas entre la opinión pública, han puesto ya en evidencia la auténtica careta de Obama: siniestra en cuanto a orientación ideológica y perversa en cuanto al consciente ocultamiento de sus más cercanas y peligrosas alianzas. Después de la buena actuación de McCain en la acostumbrada cena de camaradería pre-electoral en el Waldorff Astoria de Nueva York, con un discurso paródico muy bien traído por McCain, a día de hoy en el campamento de Obama ha entrado ya el nerviosismo. Y más aún todavía tras la simpática y popular actuación de Sarah Palin en el célebre programa "Saturday Night Live" este pasado fin de semana, batiendo el nivel de audiencia con más de catorce millones de telespectadores interesados en ver a Palin.
Frente a todo esto, y casi como panacea para calmar el ya notable tembleque existente en el campo de Obama, el ex secretario de Bush entre 2000 y 2004, el general Colin Powell, saltó a la palestra este domingo para darle la definitiva alternativa en el ruedo al gallito Obama. Las justificaciones dadas por Powell para su decisión resultan del todo cuestionables, al menos en lo que apunta sobre McCain. En el fondo, se trata de una suerte de bautismo más racial que sustancial, más conveniente y políticamente correcto, que fundamentado en ideas y principios sostenidos por Powell. No se trata de que Powell no pueda cambiar de partido o de apoyar a quien le venga en gana, pues esa es la gran ventaja de la democracia norteamericana. Lo que ocurre con su apoyo a Obama, y eso es lo curioso, es que Powell no haya apoyado nunca antes a ningún político progre blanco... ¿A qué entonces ahora tantas prisas para apoyar a Obama? Si hablamos, como es el caso, del senador más progre de todos los existentes en el Senado norteamericano, se entiende que a Powell le interesa más Obama por su color que por sus ideas.
El apoyo de Powell, además, no es ya sólo un desprecio a las filas de un partido como el Republicano que lo acogió en su día y que en algún momento hasta lo animó a presentarse a la presidencia; su desprecio es especialmente feo en lo que toca y afecta a su amigo John McCain -otro militar incuestionable- e, indirectamente ya, a Bush. Tras una mediocre acción de gobierno como Secretario de Estado con Bush, Powell sale ahora vestido de moderado para subirse a la barca de Obama y congraciarse directamente con la comunidad negra y con la izquierda norteamericana que tanto apoya al mesiánico candidato. Porque eso y no otra cosa es lo que hay en este tardío apoyo: un sentido de urgencia y una casi culpa étnica apañada con la idea tribal de simpatizar con el color de piel y hacer la reverencia a la que ahora Powell juzga ya como inevitable llegada del niño-hombre Obama a la Casa Blanca.
Contra lo que auguran muchos analistas, el tardío apoyo de Powell a Obama, respetable si se tratara verdaderamente de un sincero apoyo ideológico basado en principios políticos reales, puede tener un efecto boomerang entre millones de votantes indecisos que acaso vean en este gesto de Powell un acto postizo y basado en meros intereses étnicos. Powell debería haberse quedado al margen de todo esto, dejar a un lado ahora los apoyos -a solo dos semanas- y ahorrarse el bochorno de unir su apoyo al de otras varias nefastas alianzas de Obama: justo las alianzas que han intentado culpar siempre a los Estados Unidos de los problemas del mundo; justo las mismas alianzas que han querido que América perdiera todas las guerras posibles, los mismos que han querido hasta evitar la estabilización en Irak (sí, esa acción que Powell lideró diplomáticamente ante Naciones Unidas).
Powell debería saber que lo que trae Obama, mal que les pese a algunos reconocerlo, es aquella misma acritud sectaria de los años sesenta y setenta, los grupúsculos socialistas de entonces remozados ahora y reconvertidos al hilo de nombres de dinamiteros y radicales como Bill Ayers, Bernardine Dohrn, Saul Alinsky, Tom Hayden, Angela Davis, Frank Marshall Davis… aquellos mismos figurones que quisieron infiltrar el radicalismo marxista en Estados Unidos. Muchos de ellos vuelven hoy a la carga bajo el traje y la camisa vacía de Obama en una acción propagandística apoyada ahora por Powell y preparada por Jeremiah Wright y otros mafiosos de la política de Chicago. Con Obama, en fin, llega la izquierda norteamericana, socialismo en el que podemos creer. Y podemos con la O de Obama y la O ahora de Powell.
Esa es la izquierda norteamericana que se ha infiltrado poco a poco en el Partido Demócrata de Estados Unidos; la izquierda que ha elevado a Obama a calidad de santo patrón en medio de la actual confusión económica y de unos medios fatalmente parciales. Esta es la izquierda que se pinta y faja en el multiculturalismo de lo políticamente correcto, en la ficticia excusa de tener el primer presidente negro aunque sus ideas no sirvan para salvaguardar la libertad ni para fomentar la creación de riqueza; esta es la izquierda que atrae ahora también a Powell y a una impúdica turba de giliprogres y conserva-chaquetas (que también los hay), embozados de fraude acorneado y otras gentes de vario pelaje que pululan por el zoo político norteamericano. Esta es la izquierda, en fin, a la que aplauden los regímenes más tiránicos del planeta, a la que animan los Chávez y los Castro y a la que vitorean los mulás y los Ahmadinejad. También es ésta la izquierda norteamericana a la que miman y aplauden por España ilustres sociapateros y peperos de toda condición. Obama es eso: "Socialism we can believe in".