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Democracia en América

Obama el póster

Pablo Kleinman comenta en la entrada anterior la última mentira de Obama, la del tío que estuvo en Auschwitz. Lo que revela es una de las cuestiones más interesantes de este candidato: la forma en que se presenta al electorado, habiendo creado a estas alturas una imagen casi completamente distinta de la realidad de su pasado, su persona, y su candidatura.

Antes que nada, Obama se presenta como otro negro desfavorecido; siempre inicia sus discursos describiéndose como "the child of a single mother" (el hijo de una madre soltera), asociándose con los muchos negros que crecen en zonas pobres y que son víctimas del tan comentado fin de la familia nuclear negra. También se asocia con aquellos que, siendo hijos de madres que tienen dos o incluso tres empleos para poder mantener a sus hijos (dada la ausencia de otro adulto que provea dinero), tienen que apañárselas desde el principio en muchos aspectos. Pero Obama ni creció en una zona pobre (pasó la mayor parte de su infancia y adolescencia en Hawái) ni tuvo que apañárselas solito durante sus años de formación; primero tuvo el apoyo del segundo marido de su madre, y luego el de sus abuelos maternos, que se hicieron cargo de él desde los diez hasta los dieciocho años. Pocos negros desfavorecidos de las zonas verdaderamente pobres de las ciudades norteamericanas tienen este privilegio; menos aún consiguen licenciarse en Columbia y doctorarse en Harvard. Pero de sus años en dos de las instituciones más de élite de Estados Unidos Obama dice más bien poco.

Obama también se presenta esencialmente como un moderado. Su retórica de entender al adversario, de entablar conversaciones con cualquier nación del mundo, de ayudar a la gran mayoría desfavorecida de norteamericanos, le presenta como un hombre benévolo y comprensivo; su metodología se basa en el principio de que no hay que oponerse a algo sino tratar de comprenderlo (muy postmodernista, muy multicultural, muy al gusto de la élite universitaria). Tanto su campaña como sus seguidores han convertido en rutina presentar cualquier ataque contra Obama como producto del extremismo, ya sea nacionalista, religioso, racial, o simplemente maligno y cerrado a la tolerancia. Por eso dañó tanto a la imagen del senador (y más que la hubiera dañado si la prensa no fuera con él) el escándalo de su antiguo pastor, el reverendo Wright, y los discursos incendiarios y cargados de odio que el senador de Illinois escuchó durante veinte años en la iglesia Trinity. Por eso su respuesta fue un largo discurso en que repitió la fórmula del "no hay que oponer sino entender", intentando explicar a los norteamericanos (gratis) la historia del problema racial en Estados Unidos y por qué puede llevar a un negro a decir que el gobierno norteamericano creó el SIDA como forma de controlar a la población negra.

Pero Obama no es un moderado, incluso fuera del tema racial. Sus discursos están cargados de tanto discurso negativo como los de cualquier otro candidato; en su caso, presenta a los ricos como una clase que lleva oprimiendo a América durante generaciones y cuyo férreo control sobre la política americana sólo puede deshacerse votándole a él. El enemigo es la clase alta norteamericana ultraconservadora, hiperrica y supermaligna: contra ella vale todo, como desposeerles de sus recortes de impuestos y redistribuir su riqueza. Pero al presentar a esta clase como una minoría Obama se puede permitir seguir pareciendo un hombre esencialmente benévolo, que trabaja por el bien del 90% de los norteamericanos. Y al pintarla como una minoría esencialmente extremista, puede seguir presentándose como un moderado.

Pero antes que nada, Obama se presenta como un unificador, la figura bajo cuyo póster pueden reunirse jóvenes y adultos, negros y blancos, ricos y pobres, americanos de toda clase y condición. Si las elecciones de 2004 estuvieron saturadas de la retórica de las "dos Américas," la retórica obamita presenta una sola América de hermanos y hermanas que se ha visto dividida por los prejuicios raciales y las injusticias socioeconómicas causadas por largos años de gobierno republicano. Obama es el camino de baldosas amarillas que lleva a una América no solamente post-racial sino también post-económica y post-clasista, una América que por fin sea eso, Una América.

Por una parte es ciertamente loable que los Demócratas hayan abandonado el discurso de las "dos Américas" y que Estados Unidos se reconozca como lo que es, uno de los países con mayor sentido de cohesión nacional e identificación con unos valores comunes del mundo. Pero si hay algo que estas primarias han demostrado es que Obama resulta tan divisivo como cualquier otro político. Ha conseguido sus victorias más abrumadoras en estados con una importante población negra que ha repetido la identificación del "nosotros contra ellos" que tanto ha dañado a la comunidad negra. Ha conseguido alienar a una gran parte de la base histórica del partido Demócrata, los trabajadores de zonas industriales y rurales, que le ven (no sin razón) como un elitista que les desprecia. Y su retórica anti-ricos ha enfadado a tantos "independientes" como ha conseguido atraer.

La imagen, el póster incluso, que ha creado Obama de sí mismo está a punto de conseguirle la nominación de su partido. Resulta por tanto escalofriante que, en unas primarias que se han librado en el terreno de la imagen más que en el de las ideas, los Demócratas se hayan creído el perfil que este candidato ha creado a través de sus bulos y su (por otra parte impresionante) retórica.

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