No ha sido éste un verano propicio para la campaña presidencial de Barack Obama. Sólo en esta última semana el mesiánico candidato se ha puesto en evidencia con algunas declaraciones. Obama ha afirmado, por ejemplo, que las infraestructuras en China son muy superiores a las norteamericanas insinuando así que el modelo político de Pekín es mejor que el de Washington. Obama ha equiparado también la invasión unilateral de Georgia por parte de la Rusia de Putin con la Guerra de Irak de 2003, como si esta última no hubiera estado amparada en más de una docena de resoluciones de la ONU y con el apoyo legal internacional de cuarenta países aliados con EEUU. También el público norteamericano ha sabido esta semana del escondido voto de Obama en contra de la Ley de Protección de los Recién Nacidos, apoyando así el infanticidio y con toda la polémica que eso ha suscitado. A la vez, han saltado más datos sobre la relación de Obama con el terrorista Bill Ayers y con el ya condenado mafioso de Chicago, Tony Rezko. Obama ha ido perdiendo popularidad en los sondeos y cada vez resulta más claro su trasnochado radicalismo de los sesenta y la corrupta maquinaria política que lo ampara. En estos tiempos de cólera, la respuesta del otrora idolatrado Obama ha sido elegir como vicepresidente para el supuesto "cambio" a un viejo senador -otro más- llamado Joe Biden.
La selección de Joe Biden por Obama supone en sí una contradicción. Primero porque Biden apoyó la Guerra de Irak, igual que Hillary Clinton; durante las primarias Obama los descalificó a los dos por esa razón. Segundo, porque el ninguneo de Obama a Hillary resulta, además, peor de lo esperado ya que se ha hecho público también en estos días que Obama ni siquiera consideró a Hillary para la vicepresidencia, con todas las implicaciones en contra de Obama que eso tendrá en noviembre por parte de las ya irritadas votantes femeninas demócratas. En este caos y división, la selección de Joe Biden debería llenar de alegría a la campaña de John McCain. Porque lo único que Biden ha hecho en su vida es, aparte de hablar mucho, ganar facilonas elecciones en el pequeño estado de Delaware. Eso, claro, y meter la pata en lo que aquí en Estados Unidos se ha calificado como una bufonesca diarrea oral de este arrogante senador que se dice experto en asuntos internacionales.
En 1972 Biden ganó en su estado por apenas tres mil votos. En 1986, se unió a sus colegas Demócratas para evitar a toda costa la confirmación del juez Robert Bork y en 1991 actuó de forma sectaria en el comité judicial del Senado para intentar evitar que el juez Clarence Thomas fuera confirmado al Tribunal Constitucional. En 1988, Biden fue candidato a la presidencia por el Partido Demócrata, pero tuvo que salir por la puerta de atrás al haberse hallado en su campaña un plagio de uno de los discursos del político británico Neil Kinnock, además de una falsificación de ciertos datos de su pasado en Pennsylvania y Delaware, copiados del propio Kinnock. Tildado de bufón, Joe Biden es famoso por sus declaraciones salidas de tono, como cuando en 2006 afirmó que uno no podía ir a una tienda de "7-Eleven" o a un "Dunkin´Donuts" sin tener acento indio… O como cuando en 2007, Biden aseguró al New York Observer que Obama era el primer negro en política que articulaba bien las palabras, que era brillante, "limpio" y de buen ver. En 2008 Biden se volvió a presentar a la presidencia sin demasiado apoyo por parte del electorado, de ahí su salida de ésta pese a los casi cuarenta años en el Senado en Washington. Este es, en fin, el compañero de viaje que Obama ha elegido para el tan cacareado "cambio".
Esta semana que entra viviremos la Convención del Partido Demócrata en Denver. Los discursos de Obama ante el teleprómpter, lo que pueda o quiera decir Joe Biden y el paseo de víctimas de la ciudadanía que han dispuesto los Demócratas para desprestigiar los años de Bush en la Casa Blanca no podrán esconder la realidad: que el Partido Demócrata está inmerso en una marcada division interna; que los Clinton no olvidan y Hillary menos; que el adúltero lío de faldas del otrora también candidato Demócrata a la presidencia, John Edwards, ejemplifica la hipocresía de estos progres; y, finalmente, que Obama está en horas bajas pese a la ignorante obamanía ya hoy venida a menos. John McCain tiene una semana después la Convención del Partido Republicano, una gran oportunidad de dar un golpe de timón mirando ya a noviembre. La elección de Mitt Romney como vicepresidente de McCain sería otro empujón más y un contraste serio y ejemplar al mediocre ticket Obama-Biden 2008.