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Democracia en América

McCain debe aprovechar el caos demócrata

El último debate televisado en Filadelfia anunció ya el desvarío político y personal en el que estaba entrando Barack Obama. Su actitud ante ciertas preguntas del debate y su quejica reacción posterior auguraba ya mal futuro. Aquellos síntomas se han presentado ya como enfermedad en las últimas primarias de Pennsylvania, ganadas por la Clinton a pulso y como confirmación de su derecho a seguir en campaña, pese a los que quieren echarla. Los diez estados más poblados de Estados Unidos son California, Florida, Michigan, Texas, Nueva York, Ohio, Pennsylvania, Illinois, Georgia y Carolina del Norte. Entre todos suman más de la mitad de la población norteamericana. Obama sólo ha podido ganar en dos de ellos –uno siendo su propio estado de Illinois-y está por ver aún si ganará en Carolina del Norte.
Lo visto en las últimas semanas en estas primarias Demócratas confirma que el aparente resfriado se ha hecho ya gripe en plena primavera anunciando el caos que recorre a día de hoy en el corazón del Partido Demócrata. Sin un candidato asegurado, con Obama expuesto en su mediocridad e incompetencia al faltarle el teleprómpter con el que leer sus discursos y con la artificial e inventada condición semi-mesiánica puesta al descubierto, la Clinton ha vuelto a escena. Será difícil quitarle la nominación a Obama, pero con los Clinton nunca se sabe y con los Demócratas, tampoco. Los ataques desde San Francisco a los supuestos amargados pueblerinos y devotos de Pennsylvania le han pasado justa y dura factura a Obama. Y lo mismo aquellos siniestros lazos fraternales con el reverendo Wright y el dinamitero Ayers.
Cierto es que la Clinton tampoco convence al electorado y en esas decenas de delegados que separan a uno y a otro aspirante se halla una distancia que tardará aún varias semanas más en clarificarse por parte de los superdelegados, asunto que preocupa mucho a la camarilla de Howard Dean, sobre todo porque verifica la incompetencia de los dos aspirantes en liza. Entretanto y sin apenas despeinarse, McCain tiene ahora mismo la carrera presidencial muy bien orientada. Si no comete errores, podría derrotar sin dificultad a cualquiera de estos dos chapuzas, versión Demócrata de Pepe Gotera y Otilio, mediocres a domicilio. Pero más allá de lo que pase en las nueve primarias restantes, la cuestión no radica ya tanto en saber quién será el candidato de los Demócratas.
Lo importante ahora mismo es conocer si realmente McCain será capaz -en caso de ganar- de ser un Presidente que no se doblegue a la más que posible mayoría Demócrata en las dos cámaras del Congreso. Porque a día de hoy parece que, paradójicamente, los Demócratas aumentarán su mayoría en la Cámara de Representantes y aun en el Senado. De alcanzar éstos de cinco a siete senadores más, la mayoría necesaria de sesenta votos en el Senado se pondría del lado Demócrata y haría de McCain un presidente con escaso poder de maniobra. Ante eso, de poco valdrían las nominaciones de jueces, los planes fiscales y otras tantas promesas electorales. Por eso importa tanto que, desde ahora mismo, McCain y los Republicanos aprovechen el caos de sus oponentes. Y, sobre todo, que no le pierdan la cara a los principios y valores que definen de verdad a la derecha conservadora norteamericana. Sí, la de Reagan.

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