Con el inicio de los debates del próximo viernes entramos en la fase final de esta larga y cada vez más agria campaña electoral norteamericana. Esta pasada semana hemos presenciado algunas cosas al hilo de la situación económica, con posibles implicaciones de cara al resultado de noviembre. Para John McCain no han sido unos buenos días, especialmente porque no ha sabido explicar con claridad y coherencia sus posiciones económicas y porque ha dudado -como muchos otros Republicanos- a la hora de llamar las cosas por su nombre y, sobre todo, a la hora de enfrentarse al penoso intervencionismo del Estado perpetrado por lo que ya parece ser desde ahora la Administración Bush-Paulson.
Barack Obama se ha aprovechado de todo esto y ha aumentado el tono populista tan propio de su campaña. Su candidatura no supone cambio alguno, sino la continuidad de la ineficiencia de buena parte de los políticos Demócratas de Washington. Por eso Obama va de la mano de los más viejos de su partido en el Congreso y selecciona como compañero a Joe Biden, senador durante 36 años (diez más incluso que McCain). El plan económico de Obama no es otro que el de las nefastas y trasnochadas políticas intervencionistas de corte socialdemócrata de los últimos cincuenta años: más impuestos, más programas sociales deficitarios, más control del Gran Gobierno y más atacar los principios del liberalismo económico.
La errada filosofía económica del intervencionismo gubernamental y el control social a la que está apuntado Obama de por vida ha sido ejecutada de forma más o menos disimulada durante todo el siglo XX por las casi continuas mayorías Demócratas en el Congreso de Estados Unidos. Desgraciadamente, tan devastador cáncer social está haciéndose ya cáncer terminal en el cuerpo enfermo de muchos políticos norteamericanos, incluidos muchos Republicanos, errados legisladores de Washington que han logrado ya confundir hasta a la propia presidencia de la nación, mal aconsejada ahora por el secretario del Tesoro. McCain tenía aquí una gran oportunidad para plantarse, para mostrar su fe en el liberalismo económico y mostrar su oposición al conjuro de la nacionalización.
Cuando la situación de excesiva regulación y fraude por parte de los mismos políticos y sus allegados alcanza un límite, ocurre lo que hemos vivido esta pasada semana en el ámbito financiero estadounidense. La historia económica del siglo XX ha probado de sobra que el capitalismo funciona cuando se practica bien, que la libertad de mercado es un éxito y que Wall Street no es ni esencial ni existencialmente un problema pese a los buitres que puedan a veces aparecer. Donde cabe encontrar el centro mismo del problema es en el intervencionismo del Estado, más aún cuando procede de unas elites en Washington excesivamente dotadas de poder. McCain falla al no oponerse a Bush y a Paulson en ese llamado "rescate" de varias empresas. McCain, como ya quiso hacerlo Sarah Palin, debería decirlo bien alto y actuar en consecuencia. Al menos, debería dejar a Palin que lo haga, sin condicionarla ni limitarla.
El éxito del capitalismo pasa por el respeto a un verdadero modelo económico de libre mercado. Su fracaso tiene lugar cuando ese modelo es abandonado precisamente por los legisladores de uno y otro partido político que se convierten en intervencionistas e impiden así el crecimiento económico y la prosperidad global. El populismo electoral de Obama quiere vender engañosamente que el problema ha sido la falta de "regulación" desde Washington. La realidad, sin embargo, es la contraria porque el error ha estado en la excesiva regulación y en el nefasto intervencionismo generado por legisladores ineficientes, con ridículas imposiciones y exigencias reguladoras a las empresas. El Congreso de Estados Unidos -Demócratas y Republicanos- pudo y debió haber detenido prácticas fraudulentas pero erró a la hora de actuar y ahora los contribuyentes norteamericanos estamos pagando las consecuencias. Eso, aparte de dar muy mal ejemplo a los mercados mundiales. Lo peor es que quienes aseguran que van a solucionar el problema son justo los mismos que lo crearon en primer lugar.
Casos como los de "Fannie Mae" y "Freddie Mac" son ejemplos del errado libreto del Gran Gobierno. Las dos agencias son creaciones gubernamentales bajo presidentes Demócratas y con Congresos de mayoría Demócratas (Fannie Mae, bajo Fraklin D. Roosevelt en 1938; Freddie Mac, bajo Lyndon B. Johnson en 1968). Se trata de compañías que a modo de corporación federal de hipotecas cotizan en Bolsa y que son patrocinadas por el Congreso para -supuestamente- garantizar hipotecas en el mercado de la vivienda. Sin embargo, se trata de erráticas agencias gubernamentales sobre las que ya se dieron avisos en negativos en 1997, en los años de Bill Clinton. George W. Bush quiso cambiar estas cosas en septiembre de 2003, pero no lo hizo, por comodidad o porque se lo impidió la oposición Demócrata en el Congreso liderada -otra vez- por intereses dirigidos por legisladores como Barney Frank. También McCain alertó en 2005 frente a todo el Senado sobre los peligros de estas agencias intervencionistas, pero nada se hizo. Bush quiso cambiar en 2004 el caótico y deficitario sistema de la Seguridad Social y también se lo volvió a impedir el grueso de los mismos Demócratas y una pandilla de tibios e impresentables congresistas Republicanos. Algún día pagaremos también las consecuencias de todo eso. Luego vino lo de AIG y así seguiremos en el futuro si alguien no lo impide.
En clave electoral, lo que los Demócratas y Obama no cuentan es que, por ejemplo, el mayor ejecutivo de la fraudulenta "Fannie Mae", Franklin Raines, fue uno de los asesores de Bill Clinton y hoy es uno de los consejeros de la campaña de Obama en asuntos de vivienda. Raines se embolsó 100 millones de dólares en comisiones y bonos de "Fannie Mae" entre 1999 y 2005. Junto a Raines, Timothy Howard y Leanne G. Spencer, están acusados también de manipular las ganancias y los balances de dicha agencia a fin de enriquecerse. Es precisamente este entorno de Raines quien aconsejó a Obama para que seleccionara a Joe Biden como vicepresidente. Es el mismo entorno que cierra tratos entre bambalinas con poderosos senadores Demócratas como Barney Frank, Chuck Schumer o Chris Dodd que aparecen ahora como amigos del ciudadano en las cadenas de televisión. Hablamos de políticos que -junto a Obama- están metidos hasta el cuello en estos casos de fraudulento cabildeo y de turbios favores, o sea de esa "cultura de la corrupción", en línea con Jamie Gorelick, que los Demócratas dijeron que iban a cambiar en 2006 cuando recuperaron la mayoría en el Congreso. Busquen ahora a estos líderes Demócratas -Harry Reid y Nancy Pelosi- por los pasillos del Congreso, a ver si los encuentran...
Más allá de quién gane la Casa Blanca en noviembre, lo más preocupante para quienes creemos en los principios del libre mercado y en el capitalismo es que la mayoría de los norteamericanos capitule y compre la errada filosofía de la intervencionista regulación gubernamental que varios Republicanos y Demócratas, especialmente Obama y sus amigos, quieren inyectar en la sociedad y en la economía. Obama oculta la realidad y muestra mil caras según más le conviene en cada momento y en cada estado. Si, como creemos, la elección de noviembre será un referéndum sobre Obama, sólo resta confiar en que el pueblo norteamericano entienda que si ha de llegar algún cambio en Washington, éste sólo puede provenir de un ticket que incluya verdadera sangre nueva. De los cuatro nombres que hay en sendos tickets, Sarah Palin es la única que hoy no puede ser identificada con los viejos usos y trucos de Washington. Ella es la verdadera novedad en el horizonte y McCain debe hacer un esfuerzo serio para relanzar su campaña en esa dirección de oponerse al intervencionismo. Esta semana McCain tiene la gran oportunidad en la votación del Senado sobre la cuestión financiera y ya el viernes en el debate frente a Obama.
McCain acertó con Sarah Palin y hoy debe saber que detrás de esa mujer hay toda una excelente reserva de auténticos conservadores que rechazan abiertamente las políticas intervencionistas, las conocidas de los Demócratas y también las de los tibios y acomplejados Republicanos. Hablamos de nombres de jóvenes congresistas como los de Eric Cantor en Virginia, de Mike Pence en Indiana, de Paul Ryan en Wisconsin, de Kevin McCarthy en California, o de gobernadores como Bobby Jindall en Louisiana... Estos son los nombres que, junto a Sarah Palin, auguran una esperanza real para volver a los auténticos principios liberal-conservadores que forjaron la historia de Estados Unidos. Ante la pérdida de los principios por parte de un Congreso en mínimos de aprobación popular, McCain y Palin deben dar un golpe de timón. Cuanto antes, mejor.