El discurso de Obama el pasado martes por la noche, largo y plomizo, fue un nuevo canto al colectivismo, la confirmación de que la política interior de Obama se encamina ya inexorablemente hacia una socialdemocracia al peor estilo europeo donde el Gobierno se contempla como el motor y señor de todo. Obama y el Partido Demócrata aspiran así a aprovechar esta crisis económica para cambiarle la cara política y cultural a Estados Unidos e instaurar una burocracia gubernamental que supervisará todos los ámbitos públicos y sociales: las industrias, los bancos, la salud, la educación, la energía…
Obama juzga que la crisis económica se debe a que se desmanteló la reglamentación a favor de utilidades rápidas y a costa de un mercado saludable. Dice Obama que los ciudadanos compraron casas de bancos y prestamistas que, de cualquier manera, querían colocar esos malos préstamos. Lo que Obama no explica (porque no le interesa) es que precisamente fueron sus colegas de partido (Barney Frank, Chris Dodd, Chuck Schumer…) y él mismo como senador, quienes apoyaron las irresponsables regulaciones del Gobierno a agencias hipotecarias y quienes apoyaron entes gubernamentales generadores de la crisis hipotecaria como Fannie Mae o Freddie Mac.
Hablando de su paquete de "estímulo" económico (eufemísticamente llamado "Ley para la Recuperación y Reinversión en Estados Unidos") Obama afirma que en los próximos dos años, este plan preservará o creará tres millones y medio de empleos y asegura que más del 90% de esos puestos de trabajo estarán en el "sector privado". Lo curioso es que para Obama ese "sector privado" significa el control de lugares de trabajo generados por iniciativas gubernamentales: reconstrucción de carreteras y puentes, fabricación de turbinas de viento y paneles solares, expansión del sistema de transporte público… O sea, todo público, todo controlado y organizado por el Gran Gobierno. Y en lo energético, ni palabra de construir refinerías, ni mucho menos plantas nucleares.
Lo mismo ocurre con la ob(ama)sesión colectivista de otras iniciativas gubernamentales que propone Obama: la creación de un nuevo fondo de préstamos gubernamentales, un plan de vivienda gubernamental, la supervisión gubernamental de los bancos (otro eufemismo para la posterior nacionalización de varios de ellos). Para llevar a cabo todo esto Obama endulzó el discurso cuanto pudo, lanzó unas cuantas frases patrióticas, pero tuvo que reconocer que estos planes requerirán de más dinero y más fondos del Gobierno Federal, o sea, más de lo mucho que ya se ha destinado inútilmente a todo esto. Traducción: más gasto a costa de los contribuyentes, más control del Gobierno y pronto… más impuestos para todos y menos libertad económica para el ciudadano de a pie y, lo que es aún peor, para los negocios que generan empleo.
Se queja Obama (aludiendo a Bush sin nombrarlo) de haber heredado un gran déficit, una crisis financiera y una recesión costosa. Lo que Obama no explica es que ese déficit se ha duplicado ya con él en la presidencia y en sólo un mes en el cargo. Lo que tampoco cuenta Obama es que esa crisis financiera saltó especialmente a partir de 2007, justo cuando el Congreso contaba con una amplia mayoría Demócrata elegida en 2006 y liderada por Nancy Pelosi y Harry Reid, quienes se opusieron a las llamadas de atención dadas por la Administración Bush y por varios congresistas conservadores respecto a los peligros de Fannie Mae y Freddie Mac. Basta revisar las hemerotecas. Hasta el progre New York Times avisó ya en 1999 de los peligros de estas agencias.
Contra lo que piensa Obama, el Gran Gobierno al que aspira junto a Pelosi-Reid no ha sido nunca, ni podrá ser, un catalizador del sector privado. Resulta hipócrita que Obama hable de reducir el déficit a la mitad para fines de su primer periodo como Presidente cuando se está gastando lo que no tiene y más. Y por si esto fuera poco, el próximo presupuesto federal que quiere aprobar Obama en unas semanas está ya plagado de proyectos particulares de congresistas (más de 9.000 "earmarks") que son un robo armado a los ciudadanos al incluir a menudo programas ineficientes y que desperdician dinero público.
El canto al colectivismo del discurso de Obama contradice la historia de Estados Unidos. Porque en este gran país la fuerza no ha salido nunca del Gobierno sino del individuo, del trabajo diario de cada norteamericano en una sociedad donde el esfuerzo y la responsabilidad individual eran premiadas. Obama quiere cambiar todo esto para siempre, quiere aumentar impuestos y poner más dinero y más control en manos de los políticos y burócratas de Washington. Cabe seguir haciendo frente a todos estos desmanes y reclamar en esta hora más que nunca la reducción de impuestos, la puesta en marcha de incentivos fiscales, el recorte de cargas fiscales a las pequeñas, grandes y medianas empresas. Económicamente, se trata de levantar la economía poniendo el dinero en el bolsillo del ciudadano y no tanto en las oficinas de Washington.
Todo eso es lo que Obama no entiende y lo que los conservadores deben poner encima de la mesa si quieren tener alguna opción en 2010 y, especialmente, en 2012. Me consta que están en ello.