Ayer, y tras un largo proceso legal, se desclasificaron por fin las transcripciones oficiales de las actividades de Hillary Clinton durante sus años como Primera Dama. En total, 11.046 páginas detallando las reuniones, los eventos y los viajes de aquella mujer a la que le gustó tanto la Casa Blanca que, ocho años después, quiere regresar a ella. Un filón, en teoría, para los periodistas que siguen la campaña de cerca, si bien 5.000 de esas páginas están llenas de tachones y la mayoría de los nombres de las personas con las que se reunió han sido omitidos. Eso sin contar con que los documentos simplemente listan sus actividades oficiales tal y como estaban estipuladas al principio de cada día y no se ajustan al dinamismo de la vida política, sobre todo al nivel al que se movía Hillary, en que reuniones y comidas se cancelan y se cambian de una hora a otra para hacer hueco a reuniones especiales, entrevistas improvisadas, apariencias televisivas, etc. Las semanas que vienen dirán si, a pesar de estos serios inconvenientes, los periodistas que siguen la campaña pueden extraer alguna información útil de la masa de papeles.
Por lo pronto, Hillary y sus asesores tienen razones para alegrarse. Estos documentos les sirven para recordarnos la enorme experiencia de la Clinton, su conocimiento íntimo (sin segundas…) de los funcionamientos de la alta política norteamericana. Como ya hemos visto en las últimas semanas, este tema se ha convertido en su arma principal contra Obama (recordemos el ya famoso video de la llamada a las tres de la madrugada). Y es cierto que Hillary ha sido una de las Primeras Damas más activas y con mayor peso político de la historia, y que puede contrarrestar la gran baza de John McCain (su larguísima trayectoria política en Washington) mucho mejor que el bebé mesiánico. Al mismo tiempo, estos documentos refuerzan la identificación de Hillary con los años Clinton, que si bien fueron nefastos en muchos sentidos para Estados Unidos, son recordados con nostalgia por gran parte de la masa apolítica americana.
Sin embargo, Hillary tiene razones para temer la divulgación de este tipo de documentos. Para empezar, porque lo primero que van a investigar los periodistas es qué hizo la candidata durante las semanas en que se destapó lo de la Lewinsky; algo que sólo sirve para recordarnos la imagen de Hillary de mujer fría y calculadora dispuesta a aguantar lo que sea a cambio de aferrarse al poder. Eso sin olvidar el escándalo inmobiliario Whitewater en que la propia Hillary estuvo involucrada directamente, o los escándalos de financiación de la campaña de Bill del 96. Pero además, y lo que puede ser más dañino para su campaña, estos documentos sirven de recordatorio de lo distintas que son sus propuestas de ahora de aquellas con las que Bill ganó las elecciones del 92 y que ella, en teoría, apoyó e incluso ayudó a implantar. NAFTA es el ejemplo más claro, pero también lo son un gran número de programas de ayudas gubernamentales que recuerdan a las políticas del welfare-state que el propio Clinton ayudó a reformar a mediados de los 90. Además, las medidas que propone Hillary (incluyendo su "0 to 5 Plan") incrementarían los gastos gubernamentales hasta niveles insólitos, incluso contando con la supuesta retirada de Irak, algo que se opone fundamentalmente a aquellos esfuerzos de Bill por reducir el déficit y llegar incluso al superávit fiscal.
Una última consideración es que Hillary ya ha sacado la mayor parte del petróleo que podía sacar de su experiencia como Primera Dama. Su campaña se ha basado en gran parte en su popularidad (tanto positiva como negativa) entre los votantes americanos (una de las claves, por ejemplo, del apoyo de los hispanos a su candidatura); es difícil que pueda sacar mucho más de ese capital político. Obama, sin embargo, tiene un verdadero filón en el pasado de la Clinton para cuando se decida a atacar a su rival: y a pesar de su declarado buenismo, no duden que lo usará. Ya sabemos los españoles a qué se reduce el "talante" en este tipo de situaciones.