Le pido a un amigo norteamericano que me defina el estado en que se encuentra actualmente la campaña electoral de su país. Su respuesta: "Pues caos no, pero casi". Estoy de acuerdo. Cada vez se hace más difícil analizar con confianza la situación política estadounidense: porque si hace un mes la elección de Palin añadió una serie de variables bastante impredecibles a las quinielas, la crisis económica que estalló hace un par de semanas añadió aún más factores imprevistos, y ahora el rechazo de la Cámara de Representantes al plan Bush-Paulson ha sumado otros tantos. Considerando, además, que ninguno de los dos candidatos es muy predecible (más Obama que McCain, pero aun así), las quinielas están sumidas en la incertidumbre más absoluta.
En teoría (y las encuestas lo reflejan), los que más están siendo dañados por la crisis y el fracaso (¿temporal?) del rescate financiero propuesto por Bush son los Republicanos en general y McCain en particular. Hace una semana un servidor dijo que el senador de Arizona se merecía cualquier rédito electoral que pudiera sacar de la decisión de suspender su campaña. Pues bien, ahora digo que McCain se merece su descenso en las encuestas. Porque ni siquiera es que podamos acusarle de haber traicionado los principios de su partido apoyando el plan Bush-Paulson; es que encima lo ha hecho para quedar mal. Una cosa sería que hubiera suspendido su campaña, volado a Washington, entablado negociaciones con los congresistas de su partido, pospuesto el debate con Obama, y finalmente convencido a suficientes Republicanos para que ayudaran a aprobar el rescate financiero. Entonces, vale, McCain habría ahuyentado al voto liberal-conservador, pero podría presentarse ante los votantes independientes como el gran estadista que tanto intenta parecer, y en una posición de fuerza envidiable; y podría ponerse en manos de Palin para que en las cinco semanas que quedan de campaña volviera a enamorar a las bases Republicanas.
Pero no; McCain pierde la compostura a la primera de turno, hace el debate (gesto que, a pesar de su triunfo, demuestra su debilidad), luego vuelve a Washington y fracasa a la hora de convencer a sus compañeros de partido de que aprueben el plan Bush-Paulson: segunda muestra de debilidad. La impresión que da McCain ahora mismo es de alguien que ni sabe en qué dirección llevar su campaña, ni qué hacer con el partido del que es, en teoría, líder. Peor aún: da la impresión de alguien que no sabe muy bien de qué lado está. Así perdió Kerry las últimas elecciones.
Pero no todo pinta bien para los Demócratas. Para empezar, ningún americano se olvida de que ellos son mayoría en la Cámara de Representantes, y que si hubieran querido, si tanto Obama como Pelosi fueran lo suficientemente fuertes en el partido, podrían haber aprobado el rescate financiero ellos solos. ¿Cómo pueden explicar que un tercio de sus representantes votaran en contra del plan? ¿Cómo es posible que el partido del que ahora se vende como el nuevo Roosevelt esté en contra del intervencionismo económico?
Existe una posibilidad tenebrosa: que Pelosi hubiera permitido o incluso incitado a sus compañeros a votar "no" el lunes, para luego dar el "sí" en la siguiente votación, aprobar el plan, y llevarse los Demócratas toda la gloria del rescate financiero, presentándose como los que verdaderamente sacaron a la nación del inmovilismo en que les habían sumido los Republicanos. Puede ser. A estas alturas de la campaña, nadie hace nada que no le pueda beneficiar de cara a las urnas. Pero incluso si se produce esta situación, los Demócratas se convertirán en los campeones de un plan que claramente disgusta al electorado y que refuerza todos los estereotipos habidos y por haber sobre las tendencias intervencionistas de los Demócratas. Es más, el partido del cambio se convertiría en… ¡el mejor aliado de Bush! Y eso, en estas elecciones, es condenarse a la ruina.
Todas las incógnitas nacen, por supuesto, de lo imprevisible que es el electorado, esa gran y difusa entidad cuya opinión (como se vio este lunes, para regocijo de todo verdadero creyente en la democracia) sigue siendo la que más importa. La gran mayoría de los votantes, en Estados Unidos como en cualquier parte, no entienden demasiado de economía y prefieren encomendarse a lo que digan los expertos. Cuando los expertos mismos están desorientados y en desacuerdo (véase, por ejemplo, la carta que escribieron unos 200 economistas en contra del plan Bush-Paulson), los votantes se encomiendan al instinto. Y en este caso hay dos instintos muy fuertes en fundamental oposición. Por un lado, el principio de que EE UU es sinónimo del libre mercado y que así debe ser. Por otro, el principio de que cuando algo está yendo verdaderamente mal, el deber del gobierno es solucionarlo (el refrán "If it ain´t broke, don’t fix it" encierra otro imperativo: "If it’s broke, FIX IT!").
Por tanto, si el plan Bush-Paulson acaba recibiendo el beneplácito tanto de la Cámara como del Senado, puede que los votantes recompensen con su apoyo al partido o al político que más haya hecho para lograr que triunfe. Pero también puede ser que su rechazo a un plan tan abiertamente intervencionista perdure, sobre todo si (como por otra parte es previsible) éste no soluciona inmediatamente la crisis; en ese caso recompensarían al político que menos pudieran identificar con el rescate financiero. Y recordemos que Obama ya tiene un historial de perder la ventaja cuando todo parecía ganado (véanse los últimos meses de su pugna con Hillary); y que McCain se enorgullece de tomar decisiones que a corto plazo le perjudican pero que a la larga, de algún modo, le hacen quedar bien.
O sea, que todo depende de lo fuerte que sea el apego al libre mercado de los estadounidenses de a pie. O de lo mucho que se pueda agravar la crisis en las próximas semanas. O de si finalmente se aprueba el plan Bush-Paulson. O de si lo aprueban los Demócratas o los Republicanos. O de si el plan tiene un éxito inmediato. O de cómo maneje McCain a su partido. O de si Obama sigue manteniéndose más o menos al margen. O de si la economía logra remontar antes del cuatro de noviembre. O de si a Palin empiezan a dársele mejor las entrevistas, o de si la gente se indigna ante el comportamiento de los Gibson, Damon, Fey y compañía y se identifica con ella, o de si el debate Palin-Biden logra desplazar a la crisis como principal tema de conversación, o de si lo hacen los dos debates McCain-Obama que quedan…