Hasta hace unos meses, durante los últimos cinco años, sintonizar CNN, MSNBC, NBC, CBS o ABC suponía encontrar indefectiblemente la palabra Trump junto a un comentario negativo, raramente veraz, en los rótulos de la pantalla. La línea editorial y el contenido de esas cadenas se reducían a criticar al presidente. También los de la mayoría, tanto como los de casi todos los periódicos nacionales y locales del país.
En una espiral para la que la verdad importaba poco o nada, sus espectadores y lectores se acercaban a esos medios esperando alimentar y confirmar sus prejuicios, previamente adquiridos mediante su exposición a esas mismas fuentes. La crítica política, insuficiente, fue rápidamente sustituida por el insulto personal.
Desde que el republicano abandonó la Casa Blanca y se trasladó a Florida, el fondo y la forma de la programación televisiva y de las páginas de los diarios han mutado necesariamente. El cambio ha traído consecuencias devastadoras en términos de interés y llegada para unos medios que ya no cumplen un rol adquirido en los últimos tiempos. Y para una audiencia que ya no encuentra la satisfacción de unos instintos lograda durante un lustro a través de esos canales.
Desaparición de la audiencia
Según los datos de Nielsen Media Research, las principales cadenas del llamado mainstream media, es decir los baluartes televisivos de la narrativa imperante, han experimentado una caída sin precedentes de su audiencia desde enero, cuando Biden ocupó el cargo.
La falta de excusas para permanecer en el monotema del insulto a Trump, junto con los malabares para ocultar el estado mental del actual presidente y las consecuencias de las políticas que ha firmado, han acabado con el punto de encuentro entre medios y audiencia. Y, de un plumazo, con el interés por la televisión para millones de norteamericanos.
Los principales canales han visto desaparecer su audiencia en grado proporcional a su animadversión hacia el anterior inquilino de la Casa Blanca. Por encima de todas, CNN, que ha perdido el 67 % de sus espectadores durante el horario de prime time (entre las 20.00 y las 23.00 del este de los Estados Unidos) y el 65 % del total. En el extenso e influyente grupo demográfico que comprende a los ciudadanos de 25 a 54 años, la cadena perdió el 71 % de sus televidentes tanto durante el día como en horario nocturno.
Tras la emisora radicada en Atlanta, MSNBC registró el segundo descenso más significativo. En concreto, de un 49 % de su audiencia total. Entre los espectadores de 25 a 54 años, perdió el 63 %. Durante las horas de máxima audiencia, la caída supuso un 42 % de sus espectadores totales y el 58 % de los comprendidos entre los 25 y los 54 años.
Fox, la única que aguanta
Aunque importante, la debacle de audiencia experimentada por Fox News ha sido la menos exagerada de las grandes cadenas nacionales. El medio de referencia entre los votantes republicanos ha sufrido un descenso de un 12 % de sus espectadores totales y de un 15 % de aquellos entre los 25 y los 54 años.
Sus resultados, menos devastadores que los de la competencia, confirman a la cadena como la opción líder entre los televidentes de canales de noticias por cable, con 2,1 millones de espectadores en prime time, gracias al tirón de Tucker Carlson, Sean Hannity y Laura Ingraham, cuyos programas se mantienen como referentes, a pesar del reciente viraje editorial del grupo.
¿El golpe de gracia para la televisión convencional?
La debacle generalizada entre los gigantes de la televisión estadounidenses evidencia que los espectadores de las cadenas del mass media habían dejado de serlo tiempo atrás. Sin ánimo de informarse ni de entretenerse, sólo abandonaban momentáneamente Netflix y HBO para recibir su dosis diaria de confirmación en su odio a Donald Trump.
La pérdida puntual de siete de cada 10 espectadores supone un contratiempo difícil de remontar para cualquier medio de comunicación. Si dura, el golpe se convierte en definitivo. Sólo cuando la audiencia y, en consecuencia, la publicidad derivada de ella no es el sustento de una cadena, es posible sobrevivir sin ofrecer contenidos de interés para los espectadores. Y no por mucho tiempo: hasta que sus actuales financiadores encuentren vías de influencia más rentables.