Una investigación de 11 meses de un tribunal administrativo de la Universidad de Nueva York (NYU) ha concluido que existen evidencias suficientes de acoso sexual por parte de la filósofa feminista posmoderna Avital Ronell como para suspenderla de su puesto como profesora. El denunciante, Nimrod Reitman, asegura que durante los tres años que dirigió su tesis le besó y tocó repetidamente –incluyendo sobarle el escroto con su culo teniendo ambos la ropa puesta–, se metió en varias ocasiones en su cama y le llamó y envió correos electrónicos y mensajes de móvil constantemente, negándose a trabajar con él si no correspondía a sus avances.
Reitman era entonces estudiante de posgrado y denunció a Ronell dos años después de obtener su doctorado en 2015, momento en el que su presunta acosadora dejó de tener poder sobre él. Se da la circunstancia de que ambos son homosexuales. Ronell tiene ahora 66 años y Reitman 34. Según explica The New York Times, la profesora argumentó ante la universidad que las acusaciones podían deberse a su frustración debida a un sentimiento de inferioridad. En definitiva, un caso con todos los ingredientes de otros surgidos al calor del #MeToo, pero con los sexos cambiados.
El tribunal universitario solo ha aceptado la acusación de acoso, pero no las de asalto sexual, al no existir testigos. Una objeción razonable que no obstante ha sido desestimada por numerosas universidades norteamericanas en investigaciones semejantes, donde ha castigado a los acusados, generalmente estudiantes y prácticamente siempre hombres, tras unos procesos viciados donde en muchos casos no tenían derecho a interrogar a la presunta víctima ni a recibir asistencia letrada. Una situación generalizada provocada por una carta enviada a las universidades por el Departamento de Educación bajo la administración de Obama, donde se interpretaba el Título IX de las Enmiendas Educativas de 1972, destinado a evitar la discriminación sexual en el campus sobre todo en lo referido a becas deportivas, como un mandato para montar tribunales sin garantías para expulsar a alumnos acusados de delitos sexuales. Hoy día, muchas universidades están siendo derrotadas en los tribunales por los estudiantes perjudicados.
La reacción a esta suspensión –en principio, limitada al próximo curso académico–, en cambio, no ha sido la habitual. No se ha exigido que creamos a la víctima sin más. Al contrario, en una carta abierta firmada por prominentes feministas como Judith Butler y el famoso filósofo y profesor del NYU Slavoj Zizek se asegura que todo este caso no es más que un infundio y que al denunciante le mueve la malicia, pese a reconocer que no tienen acceso a los documentos del caso. También destaca la brillante carrera de Ronell y protesta por las repercusiones que tendrá el caso sobre su reputación, una queja habitual entre los acusados –hombres– por el movimiento #MeToo. Una de las firmantes, Diane Davis, jefa del Departamento de Retórica en la Universidad de Texas-Austin, incluso ha declarado que tanto a ella como sus colegas les preocupa especialmente que Reitman se acogieran al Título IX, considerado una herramienta del feminismo, para condenar a una feminista.
Las deficiencias de los procesos por delitos sexuales dentro de las universidades hacen imposible dilucidar quién tiene razón en este caso, como sucede con la inmensa mayoría de los casos en los que los acusados son hombres. Pero resulta significativo que esto suponga un problema para las feministas solo cuando afecta a una de las suyas. El abogado de Reitman, por su parte, ya ha anunciado que demandará a la Universidad.