Vacaciones pontificias en Cuba y EEUU
Luego vendrá octubre, y Dios no permita que se tomen decisiones que hayan de lastrar y avergonzar a la Iglesia durante mucho tiempo.
Al comenzar a escribir este artículo tengo delante de mí una entrañable foto de la visita del papa Francisco a Fidel Castro, el anciano Líder Máximo de la Revolución Cubana. Gran foto. Los diversos comentaristas han subrayado la alegría que emana de ambos personajes. Y ante todo la mirada tierna y entregada del Pontífice. Jubilosa.
Algunos malévolos susurran que llegó a besar la mano ensangrentada de Castro. Pero eso es murmurar por murmurar. Aparte de que la mano de Castro raras veces estuvo ensangrentada. Él sólo ordenaba los crímenes. Unos quince mil, más o menos, muerto arriba o abajo. Detalles antiguos que el tiempo ya desdibuja.
Los viajes al Caribe tienen siempre un algo vacacional, relajante, distendido. Y uno se alegra de ver al Papa en sus días de ocio, para qué negarlo. Entre sus amigos: Castro, Obama... posiblemente más Castro que Obama. Pero estas minucias tampoco importan.
Ni importan en exceso las detenciones de opositores por todos los lugares por donde iba pasando el Papa. Según dicen, para que no intentaran acercarse a él. No obstante, es de justicia reconocer que esta ha sido una medida tan antiestética como innecesaria. Pero sobre todo innecesaria, puesto que ya el Pontífice mismo había dejado bien claro que no pensaba conceder audiencias a nadie. Porque una cosa es reunirse con los amigos y otra muy distinta tener que aguantar quejas de extraños sobre torturas, desapariciones, encarcelamientos sin garantías y en condiciones infrahumanas, etc. Anécdotas que, sin duda, el Papa lamenta mucho pero, en fin, no podemos andar todo el tiempo dándole vueltas a eso.
En cualquier caso, y con los opositores entre rejas, que es su lugar natural en la bella Perla del Caribe, Bergoglio y Castro pudieron entretenerse hablando de ecología, y de los problemas de la Tierra y del medio ambiente. En definitiva, charlando de los temas que se esperan de los labios de un Papa.
Entre tanto, el romano pontífice ha dejado la isla, y prosigue su viaje pastoral en los EEUU. Le deseo lo mejor: sabrosas conversaciones de tú a tú con los poderosos del mundo, baños de sol y de multitudes, apoteosis de buenismo en las Naciones Unidas, cóctel ecuménico en Nueva York, algún gesto de humildad convenientemente fotografiado... En fin, todo lo que pueda agradar a Su Santidad, y le permita disfrutar de unas reconstituyentes vacaciones de verano.
¡Ay, si las vacaciones fueran interminables! Pero se acaban, por desgracia, y aunque no se quiera pensar en ello. Ya el imaginar el viaje de vuelta a Roma, el próximo domingo, da grima: horas y horas encerrado en ese avión, durmiendo poco y hablando mucho con los periodistas. ¡Las famosas declaraciones aéreas del Papa! Si la Iglesia cotizara en bolsa, resultaría fácil identificar las fechas de los vuelos papales, con sólo consultar las turbulencias repentinas y extremas en el valor de sus acciones.
Y eso es sólo el principio. Apenas llegado a Santa Marta, le espera el sínodo. Nos espera el sínodo, sí. Donde se acaban las bromas, y entran en juego aspectos clave del depósito doctrinal de la Iglesia. Y el Papa ha de afrontarlo en plena resaca de su periplo caribeño. Con esa mezcla de euforia de los recuerdos y depresión de la vuelta a la horrible realidad curial atronando en su cabeza.
Si no me falla la memoria, el viejo maestro Chaucer, por boca de su alguacil, profetizó ya un enjambre de veinte mil padres sinodales emergiendo de cierto oscuro lugar para zumbar libremente, antes de volver a hundirse en sus profundidades. Y esta escena, que bien podría desarrollarse en Roma dentro de muy pocos días, tendrá entonces un responsable último, con las maletas aún a medio deshacer.
Por eso, como la realidad presente es dura, y la futura posiblemente más, y soñar en cambio sale completamente gratis, me gustaría concluir este artículo evocando un verdadero sueño: el sueño de unas interminables vacaciones caribeñas y estadounidenses para nuestro romano pontífice. Una estancia en la que pudiera charlar a placer con los Castro y los Obama, discursear sin fin ante las Naciones Unidas, esbozar excelentes planes para salvar el Planeta del calentamiento global y recibir en portada el homenaje merecido del New York Times, y los otros medios católicos. Perdurablemente.
Y si para financiar semejante estancia, tan útil al mundo, y más aún a la Iglesia, fuera preciso recaudar una fuerte suma, o incluso instituir un fondo permanente de suscriptores, no faltaría mi nombre entre ellos. De muy buena gana, y sin entrar en cálculos acerca de las indulgencias que pudieran ganarse con dicha suscripción.
En fin: dulces ensoñaciones septembrinas, no más. Luego vendrá octubre, y el enjambre de padres sinodales, y Dios no permita que se tomen decisiones que hayan de lastrar y avergonzar a la Iglesia durante mucho tiempo.
El papa Francisco de charla con Castro... ¡Ojalá que hubiera durado para siempre!
Francisco José Soler Gil, profesor titular de Historia del Pensamiento en la Universidad de Sevilla.
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