Como todos los 6 de junio, la sonrisa de Joaquín José Martínez es hoy más amplia de lo habitual. Porque hace exactamente 12 años de la última vez que vistió el mono naranja y escuchó el crujir metálico de la celda al cerrarse. Esta vez, detrás de él, porque abandonó el lugar del que pocos salen con vida: el corredor de la muerte. Fue el primer español en ser condenado a la pena capital en EEUU, pero nunca asistió a su cita con el verdugo.
Cuando fue detenido acusado de doble asesinato, Joaquín estaba tranquilo. Sentado ante los agentes, pensaba que llegaría a tiempo de ver la final de fútbol americano de esa misma noche, y que todo quedaría en un malentendido. "Confiaba en el sistema de justicia estadounidense", explica a Libertad Digital. Por aquél entonces, "yo creía férreamente en la pena de muerte, y criticaba a las organizaciones que luchaban por abolirla", recuerda. "Tenía 24 años y era un chaval muy prepotente, ¿sabes? Había vivido el perfecto sueño americano, lo tenía todo: estudios, me había comprado una casa, un deportivo, tenía una empresa...". Entonces no sabía que el "malentendido" le iba a costar cinco años de su vida, dos juicios e innumerables secuelas.
De la defensa a la lucha por la abolición
"Era normal que creyera entones en la pena de muerte", argumenta "yo veía en las noticias, en documentales, programas de asesinos en serie. Por ejemplo aquí en España un padre que ha asesinado a sus hijos o el caso de Marta del Castillo. Y esa rabia que me inundaba al pensar '¿Cómo puede ocurrir esto?' me llevaba a pensar de esa manera", justifica. Hoy, es un firme convencido de lo contrario: "En el corredor de la muerte me di cuenta de que la pena de muerte es el método más injusto de hacer justicia", asegura.
La liberación de Joaquín fue posible gracias a la intervención de organizaciones como Amnistía Internacional y a los fondos que el Gobierno español aportó para costearle un nuevo abogado que no repitiera los errores del primer juicio. "Y sobre todo, gracias a los medios de comunicación españoles y a mi familia", resalta insistentemente. Con la exculpación de un juzgado de Tampa en 2001, acabó la gran cruzada por demostrar su inocencia, pero comenzó otra. "Sentí que debía devolver todo lo que se había hecho por mí. Es una obligación", asegura.
Hoy, viaja con organizaciones humanitarias para exponer su testimonio como excondenado a favor de la abolición internacional de la pena capital. En Marruecos o Hamburgo, pero también en España, donde reside. Ni quiere ni puede "cerrar esa puerta" de lo que vivió, y esta semana aportará su experiencia junto a la de otros condenados en todos los países del mundo, en el Congreso Internacional contra la Pena de Muerte que se celebrará en Madrid.
Joaquín derrocha optimismo y grandes esperanzas. "Desde 2001 que salí del corredor de la muerte yo era el primer español y el primer europeo que había entrado y que había salido de allí", señala. "Cuando llegué, había cuatro españoles más, de los cuales tres ya han salido del corredor. A los dos años ha salido un europeo más, un inglés", expone. "Esto es síntoma de que lo que se está haciendo es positivo, de que ha habido un cambio, y de que poco a poco está cambiando la actitud norteamericana", asevera.
Aunque le incomodan las cuatro horas de retención cada vez que entra en un aeropuerto estadounidense y confiesa sentirse "marcado" cada vez que viaja al país, Joaquín detecta síntomas esperanzadores: "No hay tantos presos en el corredor que se condenen hoy por hoy, los que están ahí son del pasado. Ahora hay menos posibilidad de que haya inocentes que lleguen al corredor de la muerte". Y precisa: "No digo que todos sean inocentes en el corredor de la muerte, pero sí digo que hay muchos casos en los que lo son". "Hay otras maneras de castigar al culpable", indica.
Ahora, centra sus energías en Pablo Ibar. El único español condenado a muerte en todo el mundo vive en la misma minúscula celda a las afueras de Tampa dónde él pasó tres años que no olvidará. "Hemos tenido los dos diferente fortuna. Hemos tenido el mismo abogado inicialmente, yo estoy aquí libre para contarlo y él sigue allí", dice. "Dentro de un tiempo no quiero estar hablando de el primer español asesinado legalmente", apunta.
Joaquín sigue sonriendo, aunque muchas noches aún sueña con que sigue en esa celda. Confiesa con cierto pudor que aún repite las costumbres que tenía tras las rejas: se quita las cadenas antes de dormir, y en algún momento, espera poder reunir fuerzas para cerrar la puerta del dormitorio. Se recuerda a sí mismo que su infierno ha acabado, abriendo y cerrando puertas para sentir la libertad: "Durante cinco años, no pude tocar una. Los guardias te abrían y cerraban la puertas cada momento", recuerda. Lo que no cree es que pueda volver a tener una sola bombilla. Mientras esperaba su fecha de muerte, su mayor pesadilla fue ver, desde la silla eléctrica, esa luz que parpadea y se apaga cuando ejecutan a alguien. Lo había visto en cientos de películas, y casi le pasa a él.