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Romney: "Yo no quiero ir por el camino de España"

El republicano ha salido victorioso ante un Obama dubitativo y a la defensiva. En clave económica, España destacó como el ejemplo de lo que no hacer. 

El candidato republicano a la Casa Blanca, Mitt Romney, ha tenido el impulso que necesitaba tras el primer debate presidencial: aunque no muy holgada, su victoria ha sido clara. El cara a cara entre el gobernador de Massachusetts y el actual inquilino de la Casa Blanca celebrado en la Universidad de Denver (Colorado) ha supuesto la primera derrota para un Barack Obama más preocupado de defenderse de los ataques republicanos, que de contraargumentar las propuestas de su oponente.

Los impuestos, la sanidad y el empleo han centrado las intervenciones de los candidatos, a pesar de los esfuerzos del moderador, el periodista Jim Lehrer, que trató sin éxito de reconducir el debate a los bloques prefijados. Por momentos, pareció que era Romney quien dirigía el intercambio bajo los focos. 

No hubo sorpresas ni incursiones fuera del guión. El intercambio fue sobrio, predecible y correcto, salvo quizás por el arranque que escogió Barack Obama para comenzar su intervención: "Hay una gran cantidad de temas que quiero tocar esta noche, pero lo más importante es que hace 20 años que me convertí en el hombre más afortunado de la Tierra, porque Michelle Obama aceptó casarse conmigo", dijo. "Así que, cariño, feliz aniversario, ahora, dentro de un año no lo celebraremos frente a 40 millones de personas", le prometió. Romney ironizó sobre ello, y felicitó a su oponente por el aniversario: "Estoy seguro de que este es el lugar más romántico que haya podido imaginar, aquí conmigo".

Romney: "No quiero ser como España"

Las recetas para disminuir la elevada deuda pública de Estados Unidos fue uno de los asuntos que enfrentó más intensamente a los candidatos durante todo el debate. Continuando con su estrategia de campaña, Romney acusó a Obama de encaminar al país hacia la "gravísima crisis Europea", mientras que el candidato demócrata se parapetó en la herencia recibida: "Cuando entré a la Oficina Oval hace cuatro años recibí un país con un trillón de dólares de déficit, todos sabemos por qué", indicó. Para Obama, las propuestas presupuestarias de Romney no se sostienen "por pura matemática y sentido común" y anticipó que el plan republicano "aumentará el déficit en otros cinco millones". 

Ni Grecia, ni Afganistán. Nuestro país fue el primero en ser mencionado en el debate presidencial, quince minutos después de su inicio: "España gasta el 42 por ciento de su economía total en el gobierno", expuso Romney, que repitió otra de sus sentencias favoritas durante la campaña: "Yo no quiero ir por el camino de España" y añadió: "Yo quiero ir por el camino del crecimiento que pone a los estadounidenses a trabajar, con más dinero que entra porque están trabajando".

La batalla de las clases medias

Antes del debate, mucho se había especulado con la forma en la que Obama atacaría a Romney con los escándalos que han sobrevolado su campaña: su empresa Bain Capital, el pago de impuestos o el vídeo en el que aseguraba que el 47% de estadounidenses vive del Estado. Tenía arsenal. Pero un candidato demócrata inusualmente poco combativo dejó pasar estas oportunidades y rehuyó el ataque directo, cediéndole el campo al republicano que sí acusó al presidente de entregar 90 mil millones a empresas de energía verde, con escaso éxito. Romney tomó pronto las riendas del debate, dejando a Obama fuera de juego. 

Pero donde verdaderamente se desarrolló la batalla entre ambos fue en la lucha por erigirse en protector de las clases medias y no vincularse en demasía con las "grandes fortunas". Romney levantó la liebre: "Las personas que cobran más están muy bien con usted", le espetó a Obama, "las que me preocupan a mí son las que lo están pasando mal, las clases medias", remarcó. 

"Queda mucho trabajo por hacer" respondió Obama, "pero si de algo estoy seguro es de que nos va mejor a todos cuando le va mejor a la clase media", dijo, defendiendo la bajada de impuestos a ese sector que llevó a cabo. Sorteando el gravamen a las grandes fortunas, Romney proclamó: "No voy a reducir los impuestos a los que más cobran, ni a aumentarlos a las clases medias", dijo, acusando directamente a Obama: "Sí que está en sus planes aumentarles los impuestos [a las clases medias] y también a las empresas. Está en muchos estudios sobre su programa". 

A vueltas con el Medicare

En los 90 minutos del debate también hubo lugar para abordar la polémica reforma del sistema sanitario, conocido como Medicare. Romney, en algo que pareció un lapsus, lo denominó "Obamacare", como se lo conoce despectivamente y acto seguido se disculpó con su contrincante. "No me importa" contestó Obama, "estoy orgulloso de darle mi nombre". Romney insistió en que lo retiraría en cuanto pusiera un pie en la Casa Blanca porque era "un gran error". El demócrata defendió su reforma, advirtiendo que con su hipotética anulación "dejaremos a gente como mi abuela a merced del sector privado", criticando el "sistema de cupones" que lleva el republicano en su programa. "Medicare tiene menos costes administrativos que los seguros privados", señaló.

Por su parte, Romney defendió la necesidad de aprobar "un plan privado para introducir competitividad en el mercado que encuentre las mejores opciones". Además, acusó a la actual administración de aprobar un sistema en el que "el Estado escoge el tratamiento para el paciente", extremo que Obama negó, con la falta de vehemencia que caracterizó todas sus intervenciones. 

¿Y ahora?

En el primer debate Obama escogió una estrategia arriesgada, consistente en la no-agresión. El presidente estuvo más centrado en defender que en atacar, replicando sin ganas y evitando la mirada de su oponente. No parecía tener ganas de estar allí. Además, la realización le hizo flaco favor: cada vez que tomaba notas -muchas, en 90 minutos- la cámara le captaba cabizbajo y con la vista en los pies, anulando el plano en el que se advertía su libreta. 

Estrategia meditada o no, al demócrata le ha valido la derrota, pero no conviene perder la perspectiva: quedan dos debates más con asuntos menos económicos en los que el presidente habitualmente muestra mayor desenvoltura. El que verdaderamente se la jugaba esta noche era el aspirante, que salió victorioso, pero sabe que es difícil una traducción exhaustiva en la intención de voto: el debate de cifras económicas no suele calar entre los indecisos. No sería la primera vez que un candidato que vence un debate, muerde el polvo en las presidenciales: recuerden a John Kerry en 2004

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