El espectáculo barroco y sensual de los Moros y Cristianos de Alcoy
Los Moros y Cristianos de Alcoy son una de las fiestas más coloridas y espectaculares de España, un evento imprescindible al que hay que ir al menos una vez en la vida.
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Los principales actos de la fiesta son las entradas, en las que los dos 'ejércitos' desfilan por toda la ciudad mostrando su poderío y combatiendo más en lujo y majestuosidad que en fiereza.
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Los Moros y Cristianos de Alcoy recrean las batallas que asentaron de forma definitiva el dominio de la Corona de Aragón sobre la ciudad, tras una revuelta capitaneada por el caudillo moro Al Arzaq.
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Las filás no sólo desfilan con sus trajes y sus armas, sino que reproducen a su manera lo que era un ejército medieval, compuesto no sólo por los soldados sino por todo tipo de personajes: mujeres, músicos, clérigos e incluso, como vemos en la imagen, prisioneros.
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Algunos de los personajes de la representación están caracterizados de una forma muy llamativa e interpretan su papel con un ahínco y un esfuerzo físico que llaman la atención.
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Las 'entradas' de los ejércitos en liza se celebran tradicionalmente dos días antes de la festividad de San Jorge. Por la mañana es el turno de las filás cristianas, por la tarde lo será de las moras.
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Los músicos y la música son una parte esencial de la fiesta y para muchos de los que tocan durante las entradas también es algo divertido y, como vemos en la imagen, una buena ocasión que inmortalizar en un selfi.
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También participan muchos grupos que realizan bailes según avanza el desfile, algunos incluso llegados de fuera de Alcoy, como el grupo de baile tradicional navarro que ven la imagen.
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Los animales, especialmente caballos pero también camellos y otros, son también una parte importante de los Moros y Cristianos de Alcoy.
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Para los ojos del foráneo en ocasiones no queda muy claro a qué bando pertenece la escuadra que desfila. Los indígenas, por el contrario sí conocen bien los trajes y las tradiciones de cada filá.
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En otras ocasiones, en cambio, los trajes son muy explícitos, como estos de la Filà Aragoneses.
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El recorrido de las entradas empieza en la estrecha y empinada calle de San Nicolás, que parece rebosar entre el público, los propios participantes en el desfile y el confeti que se arroja desde los balcones. En la imagen, el increíble ambiente al paso de los miembros de Filà Guzmanes.
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Cada año dos de las filàs de cada bando asumen los cargos de capitán y alférez y son las responsables de llenar su desfile de más espectáculos y trajes más trabajados además de los tradicionales que se visten todos los años. En estas filàs que desfilan al principio y al final de la entrada de Moros y de Cristianos se concentra buena parte de lo más espectacular del día.
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Fieros guerreros del bando cristiano que llenan la calle de color y de un aire amenazante, aunque probablemente sus trajes no habrían sido muy cómodos en una guerra de verdad.
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Dos jinetes de la filà Tomasinas con el rostro también pintado para la ocasión.
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Otro de los grupos de bailarines que acompañaba al alférez cristiano y que representaban a dragones.
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El alférez cristiano cerró el desfile de su bando subido a una espectacular carroza que representaba a un dragón de dos cabezas -hay que recordar que las fiestas son en honor de San Jorge- sobre algunos reconocibles edificios de Alcoy.
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Ya por la tarde llega el desfile de las filàs del bando moro, encabezadas por la que en cada ocasión disfrute de la capitanía.
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Uno de los grupos de bailarinas que desfilaron acompañando al capitán moro.
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Aunque los trajes tradicionales de las filàs se mantienen prácticamente sin cambios en muchos casos desde el siglo XIX, en otros se innova buscando fuentes de inspiración incluso en el cine hollywoodiense, como en este caso.
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Una de las espectaculares escuadras de la filà Berberiscos en su descenso por la calle San Nicolás.
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La música es, como hemos dicho, uno de los elementos esenciales de la fiesta y dentro de las bandas los timbales toman un protagonismo especial y, por supuesto, también lo hacen los timbaleros.
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Miembros de la filá Mudéjares desfilando con sus trajes tradicionales por la calle San Lorenzo.
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Un veterano miembro de la filá Mudéjares, que acompañaba su nieto -unos metros más atrás- que representaba uno de los papeles importantes de la fiesta: el San Jordiet.
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La belleza femenina también tiene su espacio en la fiesta.
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Y en no pocas ocasiones también la masculina.
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Uno de los jinetes, en camello, que acompañaba al alférez moro.
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Otro de los miembros del séquito del alférez moro.
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La carroza del alférez moro era arrastrada por un grupo de fieros guerreros vestidos de negro.
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Dos mujeres desfilando y mostrando en su rostro la felicidad que para muchos alcoyanos supone el día de las entradas.
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Otra de las escuadras moras bajando por la calle de San Nicolás.
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Velos y trajes en los que en ocasiones ver dos ojos es más que suficiente.
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Una carroza espectacular en la subía un grupo de baile que sorprendió a los alcoyanos tanto por su coreografía como por sus trajes de cuervo.
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Dos días después de las entradas llega el otro día grande de las fiestas, que empieza con la Estafeta: un emisario moro lleva un mensaje al castillo cristiano y, al ser rechazado, vuelve con lanzando el caballo al galope por la calle San Nicolás.
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Tras la Estafeta llega la Embajada: el embajador moro conmina a la redición a los cristianos con un alambicado discurso muy propio para la ocasión.
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Por supuesto, los comandantes del bando cristiano le dicen al moro que no se rinden y, por tanto, unos y otros se abocan a la lucha.
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La batalla simbólica se libra por buena parte de la ciudad: moros y cristianos recorren las calles disparando unos ruidosísimos trabucos durante horas.
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Cada festero dispone de un par de kilos de pólvora, al final se queman nada más y nada menos que cerca de 4.900 kilos que hacen que cada uno de los dos alardos -hay uno por la mañana y otro por la tarde- se desarrolle entre un ruído ensordecedor durante casi tres horas. Unos buenos tapones para los oídos son imprescindibles.
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Y hay dos alardos porque hay dos batallas completamente diferentes: por la mañana los cristianos retroceden mientras los moros avanzan, por la tarde es al revés.
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Además de los truenos y la pólvora en el final del enfrentamiento brillan también las espadas: los personajes principales de cada bando luchan cuerpo a cuerpo a las puertas del castillo.
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Finalmente, las tropas moras toman el castillo, arrían la bandera de la cruz e izan la de la media luna. En el segundo alardo el resultado es el opuesto: los cristianos retoman la fortaleza y, tal y como ocurrió en la realidad, Alcoy es ya para siempre una ciudad cristiana.
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