Daniel Rodríguez Herrera
Fidel Castro Ruz nació en 1926 en Birán, cerca de Mayarí, al sur de la isla –dato que da origen de uno de sus muchos apodos: el monstruo de Birán– de padre español, un inmigrante que tuvo éxito con lo del azúcar. Durante su infancia y adolescencia fue hijo bastardo: su madre era la cocinera de la casa y su padre estaba ya casado, de modo que no contrajeron nupcias hasta que puedo divorciarse. Entonces Fidel ya tenía 15 años y no pudo tomar el apellido Castro hasta los 17. Fue educado en los jesuitas, donde recibió premios atléticos y destacó por su memoria, que le permitió entre otras hazañas conocerse al dedillo los discursos de José Antonio Primo de Rivera, uno de sus primeros ídolos políticos.
En 1945 fue a estudiar Derecho a la Universidad de La Habana, como podía haber estudiado cualquier otra cosa. De hecho, no iba a clase y sólo cogía los libros cuando quedaban pocos días para el examen, hecho que demuestra más allá de su filiación paterna lo mucho que heredó de la cultura española. Entre examen y examen se dedicaba a la política, que en aquella época se manifestaba formando parte de alguna de las pandillas estudiantiles entre las cuales eran comunes los conflictos y la violencia. Destacó pronto en esas labores entre sus coetáneos; entre otras cosas se le acusó –aunque no le pudieron probar nada– de participar o conocer al menos con antelación el asesinato de otro estudiante, Manolo Castro.
Sólo un mes después de ese luctuoso acontecimiento, pudo probar por primera vez las mieles de la insurrección armada. Se había organizado una Conferencia Panaméricana en Bogotá, bajo los auspicios del general Marshall, el del plan. Perón decidió enredar pagando viaje y estancia a estudiantes revoltosos de varios países. Castro, claro, no podía faltar. Durante su estancia el candidato presidencial Gaitán fue asesinado, lo que marcó el inicio de una revuelta conocida como "Bogotazo", en la que Castro participó activamente, aunque no se sabe con seguridad hasta qué punto. 3.000 personas murieron en los disturbios, mientras Fidel salía de allí vía embajada cubana.
Unos meses después, se casó con Mirta Díaz Balart, hermana de su amigo de la facultad Rafael, con la que tendría un hijo, Fidelito. En 1949 asesinaron a su compañero Justo Fuentes, seguramente en venganza por lo de Manolo, mientras salía de un programa radiofónico diario que compartía con Fidel. Justo ese día, el futuro tirano no acudió. Su ahora cuñado Rafael, mientras tanto, se había unido a Batista e intercedió entre éste y Castro, pero el último no quedó convencido con el futuro dictador, porque pretendía hacerse con el poder mediante las urnas. Se graduó finalmente en 1950. Según sus propias palabras, entre sus escasas lecturas de la época destaca la de El capital, libro del que no pasó de la página 370, lo que demuestra que, como diría Reagan, "comunista es quien ha leído a Marx y anticomunista quien lo ha entendido".
En 1953, Castro tenía un pequeño grupo de seguidores entre los que se encontraba ya su hermano Raúl, casi todos provenientes del Partido Ortodoxo, con los que planeaba derrocar la dictadura impuesta por Batista el año anterior. Sin embargo, eran muy pocos, lo que le llevó a un plan muy arriesgado: atacar un cuartel para hacerse con su arsenal y ganarse a un grupo suficientemente numeroso de contrarios a Batista. 134 hombres, ataviados de militares, asaltaron Moncada el 26 de julio; la noche anterior había sido de carnaval y esperaban que a las 5:30 de la mañana un número suficiente de los mil soldados que se albergaban en el cuartel no estuviera en condiciones de luchar. Sin embargo, no lograron pasar desapercibidos y tuvieron que huir. Muy pocos murieron en el ataque en sí, pero los militares, pelín cabreados, tras capturar a la mayoría de los asaltantes fusilaron a cerca de 70.
Los Castro tuvieron más suerte y fueron juzgados y condenados a 15 años, Fidel, y 13 Raúl. No cumplirían en la cárcel más de dos antes de ser indultados por Batista. No fue una estancia especialmente dura para el futuro dictador. Tuvo una celda para él sólo, centenares de libros, refrigerador y cocinilla. El director de la prisión incluso lo invitaba a comer en su casa de vez en cuando y hasta lo invitó al cine fuera de los muros de la prisión alguna vez. Castro, dado que de bien nacido es ser agradecido, lo mandó fusilar cuando tuvo la oportunidad.
A las pocas semanas de salir del trullo, Fidel fue a México a formar y entrenar a una guerrilla que le permitiera derrocar a Batista, a la que llamaría el Movimiento 26 de Julio. Al fin y al cabo, aunque otros hubieran muerto, él había pagado un precio bastante pequeño por su intento de golpe de estado así que, ¿por qué no intentarlo de nuevo? Mientras su señora se divorciaba de él, se dedicó a reclutar voluntarios, con la suerte de poder contar con Alberto Bayo, a quien la guerra civil española había hecho un militar experimentado. Allí también conocería al Ché, que quedaría prendado del cubano mientras su novia peruana lo ideologizaba a marchas forzadas. En noviembre de 1956, ochenta y dos personas viajaban a borde del inadecuado, para esta misión, yate de recreo Granma.
El desembarco no pudo ser más desastroso. No llegaron realmente a desembarcar, y menos donde tenían planeado; más bien el barco se fue a pique y tuvieron que salir por piernas ante los disparos de una fragata de la Marina, perdiendo buena parte del material en el camino. Tras las primeras escaramuzas con el Ejército, sobrevivieron con Castro alrededor de una decena de acompañantes. Sin duda, la cosa empezó mal. Sin embargo, su supervivencia permitió reclutar a nuevos voluntarios y realizar pequeños ataques en su nueva base de Sierra Maestra, posiblemente el único lugar de la isla donde se puede ocultar una guerrilla. Entonces, pese a los pocos hombres con los que contaba, envió a uno con una misión especial: traer un corresponsal extranjero. Fue la mejor idea que jamás tuvo, antes o después.
Poco tiempo después llegaba al campamento el corresponsal del New York Times Herbert Matthews, que le hizo una hagiografía de padre y muy señor mío. De este modo se dio a conocer al mundo, especialmente a Estados Unidos, donde se hizo muy popular, y animó a otros grupos de oposición a unirse a la lucha, aunque no fuera en Sierra Maestra. La vieja dama gris, entonces como ahora, enredando siempre en favor del bando enemigo de su país. Aunque al menos Herbert Matthews tenía la excusa de que no sabía qué clase de dictador terminaría siendo Castro; los periodistas que hoy tanto hacen por el islamismo no pueden decir otro tanto.
Mientras, el régimen de Batista perdía apoyos a pasos agigantados entre los habitantes de las ciudades cubanas, entre múltiples actos de terrorismo urbano y sabotaje. Incluso un grupo formado más por gángsters que por otra cosa llegó a asaltar su casa, con muy poco éxito. Fue esa pérdida de apoyo la que llevó al fracaso de la "Operación Verano" que en 1958 intentó liquidar a Castro y sus hombres: 10.000 hombres contra 321, que es todo lo que había conseguido reclutar en año y medio. El fracaso, desde luego, fue lo que puso al futuro dictador a las puertas de La Habana y permitió a los propagandistas acrecentar el mito. Tras dos meses en que estuvieron a punto de ser derrotados, la situación se invirtió. Lo cierto es que esos 10.000 hombres eran en muchos casos reclutas novatos sin instrucción y reclutados a la fuerza. Abundaron las deserciones desde el principio y hubo desbandada en cuanto llegó el primer revés serio a su avance. De ahí en adelante todo fue casi una marcha triunfal, pues los soldados de Batista no tenían ningún interés en defender al dictador y en muchos casos se unían al grupo de Castro en lugar de combatirlo. El 1 de enero, Fidel Castro era el nuevo mandamás, aunque en la sombra. Tenía treinta y dos años.
Hay mucha discusión sobre si Castro era o no comunista cuando llegó al poder. Había llegado a La Habana prometiendo restaurar la Constitución democrática de 1940, pero al mismo tiempo aseguraba que se reservaría el derecho de nombrar a los integrantes de los tres poderes del Estado, que ésta indicaba que debían ser independientes, durante el periodo de 18 meses antes de la convocatoria de elecciones generales. Como todo buen radical que se precie, también había prometido una reforma agraria que repartiera las tierras entre los campesinos. Muchos, quizá la mayoría, de los que habían combatido con él o al mismo tiempo que él no eran comunistas.
Los más proclives a disculpar al tirano le echan la culpa a Estados Unidos de que no "tuviera más remedio" que entregarse a los brazos de la Unión Soviética. Lo cierto es que no se puede saber, salvo confesión de parte que ya parece difícil que pueda aparecer, si Castro era tan rojo como Guevara cuando accedió al poder, o si lo era ya en Moncada. La hipótesis más probable, no obstante, es que simplemente quisiera permanecer dirigiendo los destinos de Cuba sin que nadie le hiciera lo que él le había hecho a Batista. Y para lograr un poder absoluto, nada mejor que el comunismo, sin duda alguna. De hecho, su aportación más original al comunismo es su sistema de control de la población, que incluye a dos informantes por cada manzana y una compleja estructura por encima que permite comprobar la veracidad de la información de éstos. Un sistema que ha tenido un éxito completo.
Mientras, los cubanos han esperado todo este tiempo que suceda el "hecho biológico", es decir, que Castro muera. Puede que resulte desagradable desear la muerte de un ser humano, pero cuando un tirano ha hecho imposible la libertad de su pueblo sin pasar por encima de su tumba, los que amamos la libertad no podemos sino desear que Fidel deje este mundo lo antes posible. No por él, claro, sino por la libertad de sus esclavos.