Gran especial del programa Música y Letra que dirige y presenta Andrés Amorós en esRadio con motivo del 250 aniversario del nacimiento del compositor, director de orquesta y pianista alemán Ludwig van Beethoven. Un viaje musical de 10 episodios para conocer, disfrutar y admirar, si cabe aún más, del símbolo de la llamada música clásica. El legado de Beethoven se compara con la Capilla Sixtina de Miguel Ángel. Una técnica descomunal y una emoción desgarradora en un solo espíritu.
2020 es, en España, el año Galdós. Sin embargo, en el resto de Europa, ante todo, es el año Beethoven. Se cumplen 250 años del nacimiento del compositor alemán, y para conmemorar la fecha, Andrés Amorós, en su programa Música y Letra de esRadio, ha preparado un total de diez episodios en los que repasará "algunas de sus obras menos conocidas, aunque igualmente geniales".
En el primero de ellos, Amorós ha decidido centrarse en sus oberturas, concretamente en "tres de las más reconocidas", como son Coriolano, Leonora y Egmont. Pero antes de entrar en faena, y tratándose del episodio inaugural, el crítico ha querido introducir una pequeña semblanza del músico romántico por antonomasia, al que ha comparado con Goya, en el sentido de que "ambos eran genios atormentados, difíciles, con fama de huraños y de inaguantables; pero que supieron llevar todos sus dolores, sus amarguras y sus contradicciones al arte, para crear belleza". En términos de calidad, el crítico no ha querido mojarse demasiado, aunque ha reconocido que, para él, "un peldaño por encima del resto siempre estará Johann Sebastian Bach". En ese sentido, ha explicado que "Bach es como Velázquez: la perfección absoluta", pero que "Beethoven, al igual que Goya, se siente tremendamente humano, y eso es lo que le acerca tanto al público". Su "mensaje de humanidad", ha destacado también, "tiene mucho que ver con que era un hijo de la Ilustración".
Después, ha dado paso a las oberturas. La primera de ellas, Coriolano, en la versión del director Carlos Kleiber, "algo más rápida, y que lleva la música como en un vuelo". La segunda, Leonora no. 3, "la más conocida de todas", en la versión del "también difícil y orgulloso" Herbert Von Karajan. Y la tercera, Egmont, "en la que los españoles aparecemos, tristemente, como los opresores de los flamencos", en la versión del director italiano Claudio Abbado. Por último, se ha despedido de los oyentes con "la única ópera de Beethoven": Fidelio o el amor conyugal.
En el segundo programa dedicado a la figura de Beethoven de Música y Letra, ahora que se conmemoran 250 años de su nacimiento, el crítico Andrés Amorós ha decidio sustituir las oberturas del genio alemán por sus más conocidas sinfonías. En concreto, dedicará tres programas a estas piezas. Y por ello, en esta primera aproximación se ha detenido únicamente en las cuatro primeras, en las que, según él, "ya puede intuirse la evolución creativa" del músico que abrió las puertas del Romanticismo.
En la primera, ha explicado Amorós, "Beethoven logró consolidar el modelo clásico que ya existía en Haydn", "aunque yo ya veo signos de su personalidad: una vitalidad y alegría absolutamente desbordante y una fuerza tremenda", ha dicho. Fue compuesta en el año 1800, recién llegado a la treintena, y en ella, Beethoven, que conocía su talento, consiguió sentar las bases de las nuevas tendencias. En palabras de Amorós: "La alborada del nuevo estilo". La versión escuchada en el programa —únicamente el cuarto tiempo— ha sido la de la interpretada por la London Symphony Orchestra bajo la dirección de Joseph Krips.
La segunda sinfonía fue compuesta sólo un año después que la primera, pero en unas circunstancias lamentables. "Es el momento en el que Beethoven sufre una crisis muy grave, y cuando escribe su testamento de Heiligenstadt, narrándoles a sus hermanos los tormentos de su incipiente sordera, sus problemas económicos y sentimentales, y la profunda depresión que comienza a sentir, que le lleva hasta a pensar en el suicidio". Sin embargo, "él mismo fue el que concluyó que no podía acabar con su vida, ya que el talento que le había otorgado la providencia le obligaba a devolverles a los hombres sus creaciones musicales". La pieza escuchada en el programa —también el cuarto tiempo— "ha sido catalogada comúnmente como una apoteosis de ritmo endiablado, desconocida hasta ese momento" que, "aunque sigue conservando las formas clásicas, tiene un comienzo y un final más abrupto, y constituye un ejemplo de una nueva originalidad". La versión traída por Amorós ha sido la de la Orquesta de Múnich, a cargo del director Sergiu Celibidaque.
La tercera es, junto a la novena, la más conocida de todas. La Heroica fue compuesta por un Beethoven imbuido de los preceptos de la Ilustración, y entusiasmado con la figura de Napoleón, al que consideraba encargado de acercar los grandes principios de igualdad, fraternidad y libertad a toda Europa. Cuando el francés se autoproclamó emperador, sin embargo, Beethoven se desencantó, considerándolo un nuevo tirano, y cambió el título de su obra, dejando simplemente una dedicatoria "para celebrar el recuerdo de un gran hombre". En palabras de Amorós, se trata de "una obra extraordinaria; y un punto de inflexión en el desarrollo histórico del género de la sinfonía". En su momento no fue muy entendida por la crítica, aunque poco después terminaría siendo ensalzada por los grandes compositores románticos. No en vano, "fue la pieza que abrió las puertas del Romanticismo". En el programa se han escuchado tanto el primer tiempo como el cuarto. El primero a cargo de la Filarmónica de Viena, con dirección de Leonard Bernstein; y el cuarto interpretado por la Orquesta de la RAI, con dirección del asiático Myung-whun Chung.
Para acabar, Amorós ha querido cerrar el programa con el primer tiempo de la cuarta sinfonía. "Algo más desconocida por su colocación entre la tercera y la quinta", pero de enorme calidad. En palabras de Schumann: "Una esbelta doncella griega situada entre dos gigantes nórdicos".
En el tercer programa de Música y Letra dedicado a la figura de Beethoven —se cumplen 250 años de su nacimiento—, Andrés Amorós ha continuado desgranando las sinfonías del genio alemán centrándose, en esta ocasión, en la quinta, sexta y séptima. Tres piezas centrales en su repertorio, centradas cada una en un tema que, de alguna forma, ayuda a conocer la propia personalidad del compositor, y sus inquietudes románticas.
De la quinta, "posiblemente la más conocida de todas, e incluso la más popular de la historia de la música clásica, junto con Las cuatro estaciones de Vivaldi", según el crítico, se ha reproducido en el programa tanto el inicio como el final. "El inicio podría ser el símbolo de la música occidental, y el arquetipo de lo que es Beethoven", ha dicho Amorós. "Se estrenó en 1808, justo después de su ópera Fidelio". En esas "cuatro notas" repetidas "muchos han visto simbolizada la llamada del destino, y otros la propia lucha del artista contra la adversidad del mundo". Para E. M. Forster, se trata del "ruido más sensible que ha penetrado jamás en el oído de cualquier ser humano"; y para Berlioz, de "una música que refleja lo más íntimo del pensamiento de Beethoven: sus dolores secretos, su cólera reprimida y sus sueños llenos de abatimiento". En palabras de Amorós: "Toda una catarata de sentimientos puramente humanos, transformados bellamente en música, para que todos podamos sentirnos reconocidos". La versión que ha sonado ha sido la de la Filarmónica de Berlín, bajo la dirección de Karajan.
El final de esa sinfonía, por otro lado, no se queda atrás. "Decía Hoffman que la quinta es la pieza más unitaria y simple de la obra del alemán". La versión escuchada ha sido la de Sergiu Celibidache con la Orquesta de RTVE. "Celibidache era uno de los grandes genios de la música, que se afanaba por conseguir que las piezas que dirigía sonasen de una manera distinta, para que el público las escuchase como por primera vez. En definitiva, como si estuviesen naciendo para nosotros en ese preciso instante".
De la sexta sinfonía también han sonado dos fragmentos. Concretamente el tiempo primero y el tercero. Se trata de una pieza pastoral, en la que el mismo Beethoven explicó que había querido "evocar los sentimientos que le transmitía la naturaleza, antes que realizar una mera descripción". Él también llegó a decir que prefería "a un árbol que a un hombre", y se comentaba que nada más despertarse, "antes de asearse y comenzar el día, se quedaba un buen rato absorto, mirando el paisaje desde la ventana". El primer tiempo ha sonado a cargo de la Filarmónica de Viena, bajo la dirección de Karl Böhm; y el tiempo tercero de la orquesta bávara, bajo la dirección de Bernard Haitink.
La séptima es otra de las grandes piezas de la historia de la música. "Estrenada en 1812 durante un concierto benéfico por los heridos de la guerra, se dice que fue todo un éxito pese a la dirección del mismo Beethoven". En ese momento, el compositor estaba completamente sordo, "por lo que se entiende que la crítica catalogase su forma de dirigir como ‘muy insegura’ y ‘a veces hasta cómica’". Pese a todo, "ese fue el momento en el que nació la gran popularidad del alemán". La compuso en una época de amores, durante "la primavera más hermosa", según sus propias palabras, "porque había conocido a Bettina Brentano". En el programa ha sonado el tiempo tercero, dirigido, durante su gira por Japón, por Carlos Kleiber.
En el cuarto programa homenaje a la figura de Beethoven —nacido hace 250 años—, Andrés Amorós ha dedicado Música y Letra a “la cumbre final de sus sinfonías”. “Dos piezas muy distintas y comparadas contínuamente”, ha explicado, que en realidad no son más que una muestra palpable de las distinciones que siempre se remarcan entre las sinfonías pares y las impares del maestro alemán.
Mientras que “la octava es una obra aparentemente sencillita”, en palabras de Amorós, “que parece seguir los esquemas clásicos de Haydn y Mozart”, la novena es “una de las cumbres de la cultura occidental de todos los tiempos”. Lo curioso, sin embargo, es que tampoco se puede desmerecer la valía de la octava, ya que “está escrita casi al final de su carrera, con una madurez extraordinaria que la diferencia de la primera, por ejemplo”. “Es quizás la más alegre y despreocupada de todas”, explica el crítico, “compuesta sin embargo en una época muy dura para él”: justo en los años en los que su sordera ya era completa, después de haber tenido que hacer frente a una serie de contratiempos sentimentales y cuando se había visto sumergido en sucesivos vaivenes depresivos que le llevaron incluso a pensar en el suicidio.
“Él lo salvó todo gracias a la creación artística. Como diría Goethe, fue por el dolor a la alegría", y así, se dispuso a tontear con las reglas clásicas para romper sus límites y deleitar a la audiencia con una pieza que juega con las referencias, para remarcar de esa manera todo lo que la diferencia de ellas. En el programa se ha escuchado el tiempo primero de la sinfonía, interpretado por la Filarmónica de Viena bajo la dirección de Leonard Bernstein.
En contraposición con ese espíritu festivo, casi lúdico, la novena comporta la solemnidad de “una de las obras más grandiosas que ha creado el espíritu humano”. A Amorós le faltan calificativos. “Dentro de la música clásica, muy pocas piezas pueden compararse con la grandeza y con la dimensión extraordinaria que tiene esta obra”. Y para el crítico, la clave de su magnitud no se debe únicamente a su perfección técnica, sino sobre todo a su dimensión profundamente humanística, “todo ese espíritu heredero de los valores de la Ilustración, que promueven la dignidad, el respeto y la fraternidad”.
Además, también resultó una creación innovadora en su época. La presentó en 1824, tres años antes de morir y tres décadas después de haber tenido la idea inicial de musicalizar la Oda de la Alegría de Schiller. El maestro introdujo entonces un coro y a un grupo de solistas, “algo no muy común, que fascinó a Wagner y que abrió el camino a tantos otros,como por ejemplo a Mahler”. ¿Pero en qué coincidían Schiller y Beethoven? Se pregunta nuevamente Amorós: “En que sentían vibrar en sus almas ese soplo ardiente que venía desde Francia, y que se resumió en el lema de la Revolución Francesa: Igualdad, libertad, fraternidad”.
En el programa han sido reproducidos el tiempo tercero y el “final apoteósico”, ese momento cantado en el que “Beethoven nos conduce a la bóveda estrellada”, quizás uno de los fragmentos más conocidos de la historia de la música. La grabación seleccionada ha sido la de la Orquesta de Chicago, dirigida por Riccardo Muti.
Después de haber desgranado las nueve portentosas sinfonías del maestro alemán, Andrés Amorós ha dedicado su quinto programa homenaje a Beethoven a sus cinco conciertos para piano y orquesta. “Él encontró su verdadera personalidad en el piano antes que en la orquesta”, ha explicado el crítico. De hecho, comenzó a darse a conocer precisamente debido a sus sobradas dotes de improvisador, con las que llegó a destacar tanto que ahora es reconocido como “uno de los más grandes improvisadores que ha habido nunca”.
La primera pieza que ha sonado ha sido el tiempo primero del primer concierto para piano y orquesta que presentó al público. En él ya puede verse “una asimilación plena de la herencia de Mozart y Haydn”, aunque con esos cambios abruptos que tanto marcarían después la personalidad de Beethoven. La versión escogida por Amorós ha corrido a cargo del gran pianista Friedrich Gulda.
Del segundo concierto, “compuesto realmente antes que el primero”, se ha podido escuchar el tiempo segundo. Fue estrenado en Viena en 1795, cuando Beethoven tenía 25 años, “pero en él ya sorprende por su madurez interpretativa, pese a su juventud”. El propio Beethoven reconoció tiempo después que esa pieza no le gustaba demasiado. Pese a todo, Amorós ha destacado su “virtuosismo refinado, de carácter distinguido y suave, al estilo de Mozart, si eso ayuda a que nos entendamos”. La versión escogida ha sido la interpretada por el maestro Krystian Zimerman.
“El tercer concierto para piano y orquesta de Beethoven es uno de los que más habitualmente se interpretan ahora en las salas de conciertos”, ha proseguido el crítico. Un dato curioso es que en su estreno la obra estaba inacabada, “poblada por papeles en blanco y garabatos". "Beethoven lo tocó casi todo de memoria” debido a que casi no había tenido tiempo de terminarla. Se ha dicho que es de “una energía y dulzura impresionantes, con un todo parecido, tal vez, al de la tercera sinfonía”. La versión que ha sonado ha sido la interpretada por el pianista Vladímir Ashkenazi, junto a la orquesta de Chicago.
Del cuarto concierto ha sonado su tiempo final. Se trata del conocido concierto en sol mayor que Beethoven compuso en 1806. “Tiene un carácter muy poético”, ha explicado Amorós. “De un lirismo muy conmovedor y refinado”. Por lo general, se suele destacar que se trata de una pieza en la que “encuentran un perfecto equilibrio el virtuosismo y la elegancia expresiva”. También se ha dicho que es el primer concierto en el que comienza el piano antes que la orquesta. Para Amorós, se trata de una “obra grande”, que aunque mantiene el esquema tradicional, “por sus dimensiones temporales y sonoras nos muestra a un Beethoven mucho más maduro". La versión escogida ha sido la interpretada por el pianista Emil Guilels junto a la Orquesta de Cleveland.
Para finalizar, el crítico se ha despedido con el último de los conciertos para piano y orquesta del maestro alemán: el quinto, también llamado 'El emperador'. "Es una de las obras maestras de Beethoven, a la altura de su tercera, quinta y novena sinfonías”. Fue compuesto en 1809, el mismo año que la Sonata de los adioses, y algo después que su quinta y sexta sinfonías. “Tiene un carácter vigoroso, verdaderamente heróico”. La versión que ha sonado ha sido la interpretada por el pianista Alexis Weissenberg junto a una Orquesta Filarmónica de Berlín dirigida por Karajan.
En el sexto episodio homenaje a la figura de Beethoven, Andrés Amorós ha centrado Música y Letra en las sonatas para piano del maestro alemán. El instrumento, sin duda, con el que mejor se desenvolvió siempre. “Para Debussy sus sonatas son como obras orquestales”, ha explicado el crítico, “en una referencia a su complejidad y riqueza”. El programa se ha limitado a tres de ellas, “las más conocidas”: la Patética, el Claro de luna y la Appassionata.
La Sonata Patética fue escrita en 1798, en la época de la Primera Sinfonía, aunque “con un tono más sombrío”, en do menor, “que la emparienta con la Quinta". Los expertos han dicho que se trata, “quizás, de su primera obra maestra”. La versión reproducida en el programa ha sido la interpretada por la “fantástica pianista portuguesa” Maria João Pires.
El Claro de luna es quizás su sonata más conocida. La compuso en 1801, a los 31 años, todavía antes de la sordera, y “en un momento de felicidad vital”. Para muchos, representa “un juego de preguntas y respuestas de los sentimientos del corazón”. Se la dedicó a una condesa, alumna suya. La versión que ha sonado en esta ocasión ha sido la interpretada por Friedrich Gulda, “un pianista enemigo de los amaneramientos, tan peligrosos en una obra tan melancólica como esta”.
Por último, la Appassionata fue compuesta en 1804, en una época de profundos conflictos sentimentales y en la que la sordera ya había hecho acto de presencia en la vida del compositor. Su tema es cercano al de la Quinta Sinfonía, aunque su final es distinto, “de un tono más melancólico, que casi se abandona a la desesperación”. Su nombre, además, fue motivo de controversia. Se lo puso su editor, “pero Beethoven lo criticó, porque decía que todas sus sonatas eran apasionadas”. La versión que ha sonado en el programa ha sido la interpretada por el pianista Vladimir Horowitz.
En el séptimo programa de Música y Letra dedicado a la figura de Beethoven, Andrés Amorós ha desgranado su Concierto para violín y orquesta. “Él no era tan buen violinista como pianista, pero sin duda conocía las posibilidades del instrumento y le gustaba mucho”, ha explicado el crítico. Por eso, se entiende que compusiese hasta cinco conciertos para piano y sólo uno para violín, que, pese a todo, “sigue siendo maravilloso”.
Se trata de una pieza terminada en 1806 y dedicada al violinista Franz Clement, gran amigo del propio Beethoven. Fue compuesta en una etapa intermedia en la carrera del músico. Justo en el momento en el que la sordera había comenzado a evolucionar y él se encontraba sumido en un estado de depresión en el que llegó a barajar la idea de abandonar la música e, incluso, de suicidarse. Al final no hizo ninguna de las dos. Pensó que tenía la obligación moral de compartir con el mundo “toda la música que llevaba dentro”.
En el programa se han escuchado el tiempo primero y el tercero, el final. La versión escogida por Amorós ha sido la interpretada por el violinista Yehudi Menuhin junto a la Filarmónica de Viena. “Menuhin es uno de los músicos más relevantes del pasado siglo, pero sufría de miedo escénico”, ha explicado el crítico. “Sufría especialmente con este concierto” porque en él, la intervención del violín tarda en efectuarse. “Pero es gracias a ese miedo que, una vez entra en escena, su interpretación suena trémula, emocionada, como la de alguien que está poniendo el alma entera en lo que está tocando”.
Por último, Amorós se ha despedido con “una curiosidad”. En algunas piezas, los compositores introducen al final de alguno de los tiempos una 'Cadenza': “Un espacio de cierta libertad para el intérprete, que dispone de unos segundos o minutos para improvisar”. Es un “género que acerca la música clásica al jazz”. En concreto, el crítico ha rescatado las cadenzas que la violinista Patricia Kopatchinskaja realizó para el Concierto para violín y orquesta de Beethoven. “Absolutamente deslumbrante”.
En el octavo programa dedicado a la figura de Beethoven, Andrés Amorós ha querido centrar Música y Letra en sus “menos conocidas” sonatas de violín y piano. De todas ellas, “destacables muchas”, ha escogido para empezar el tiempo primero de la sonata número 3, compuesta en sus primeros años y en la que ya puede apreciarse “un comienzo rotundo acompañado de momentos líricos”. Fue una obra dedicada a Salieri, el villano de la película sobre Mozart; y en la versión escogida por el crítico es interpretada por el violinista Isaac Perlman y por el pianista Vladimir Ashkenazi.
A continuación ha presentado una de las más conocidas: la Sonata Primavera. Compuesta después de la temporada que vivió en la casa de unos amigos en el campo, durante la que sintió una atracción amorosa por dos hermanas. La concluyó en 1801, cuando tenía 31 años y comenzaba a aparecerle la sordera. Para Amorós, lo más destacado de ella es “el inicio bucólico, al estilo de Schubert, en el que puede apreciarse el perfecto equilibio formal”. Además, también ha comentado que, “curiosamente, pese a su aparente sencillez, le costó mucho trabajo terminarla”. La versión escogida ha sido la interpretada por el violinista David Óistraj y por el pianista Lev Oborin.
En tercer lugar se ha escuchado la Sonata Kreutzer, “complicadísima de tocar”, en la que puede notarse un “romanticismo desatado” y que es conocida, entre otras cosas, por “haber inspirado la obra del mismo título de Tólstoi”. La versión que ha sonado ha sido la interpretada por la pianista Maria João Pires y por el violinista Augustin Dumay.
Por último, Andrés Amorós ha querido despedirse con uno de los cuartetos. “Los que entienden de verdad dicen que son la cumbre de Beethoven, sus piezas más abstractas”, ha comentado. Él, más modesto, solo se ha atrevido a corroborar que “pueden ser un poco más difíciles para el oyente”. Pese a todo, ha escogido una de las más populares, el cuarteto Razumovsky. Con él se ha despedido hasta la semana que viene.
El especial de Música y Letra dedicado a la figura de Beethoven está llegando a su fin y, por eso, en el noveno y penúltimo programa, Andrés Amorós ha querido comenzar a centrarse en la etapa más tardía del compositor alemán, “aquellas piezas últimas con las que terminó de superar a su tiempo y al propio Romanticismo”, según sus palabras. “El momento en el que se abrió definitivamente a algo mucho más contemporáneo”. Un apartado no centrado en ningún género musical concreto, al que el crítico ha bautizado como su “cumbre final”.
La primera de ellas ha sido la sonata Hammerklavier, “una de las obras más difíciles de toda la historia de la música para piano”. Fue compuesta para un tipo de piano especial, también llamado “piano de martillos”, y fue desde el comienzo “absolutamente revolucionaria y deslumbrante”. Según ha explicado el crítico, se trata de una pieza de una complejidad endiablada, que durante mucho tiempo fue considerada, directamente, intocable, y que, precisamente por eso, se estableció como una verdadera “piedra de toque”; “el examen que han tenido que pasar todos los grandes pianistas de la historia desde entonces”. En resumidas cuentas, lo que representa podría definirse con una afirmación muy concreta de Amorós: “Una obra muy querida por el público, pero no tanto por los pianistas, que conocen su dificultad”.
Escrita en 1818, cuando Beethoven contaba con cincuenta años y ya se había quedado completamente sordo. Al terminarla, parecer ser, “según cuentan, que el maestro dijo: ‘Ya sé componer’”. También que era consciente de que permanecería prácticamente sin representarse hasta cincuenta años después. “Fue Liszt , el gran virtuoso, el primer grande que logró triunfar con ella”. Se trata, simplemente, de la composición que “parece superar todos los límites del piano y del Romanticismo: por la hondura y por la complejidad”. Emil Guilels dijo de ella que era “un verdadero caballo de batalla”. Durante el programa se han escuchado el tiempo primero y el cuarto, ambos a cargo del pianista italiano, “cercano a la perfección”, Maurizio Pollini.
Para acabar, el crítico se ha centrado en la Misa Solemnis compuesta en 1823, “sólo cuatro años antes de que falleciera”. Se trata de una “obra monumental, de una hora y veinte de duración”, que fue estrenada en 1824. “Furtwängler, el gran director beethoveniano, en un momento dado la dejó, dijo que se consideraba incapaz de dirigirla”. Además, consideraba que se trataba de “lo mejor de Beethoven”, sin más. Por otro lado, Bruno Walter describió su composición como “el momento en el que Beethoven bajó a lo más profundo de los abismos”. En el programa, primero, se ha escuchado su tiempo segundo, el Gloria, “en una versión histórica sacada directamente de un disco de vinilo”, la de la Orquesta Sinfónica de Viena dirigida por Otto Klemperer.
Después ha sonado el tiempo quinto, el Agnus Dei, que, “más allá de la melodía, constituye un mensaje de absoluta humanidad”. Amorós ha recordado a los oyentes que Beethoven no tenía una religiosidad demasiado ortodoxa, pero que de todas formas sí que vivía la religión profundamente, influenciado por místicos y por componentes de la cultura asiática, “además de, evidentemente, el protestantismo”. En ese sentido, esta Misa Solemnis, es “el ser humano dirigiéndose a Dios”, aunque “no a la manera de Bach”, sino de una forma distinta. “Su mensaje final podría ser: ‘Dios es amor, pero el mundo es cruel; por eso, le pedimos ayuda’”. La versión que ha sonado ha sido la de Karajan dirigiendo a la Filarmónica de Berlín.
El último programa de Música y Letra dedicado a la figura de Beethoven no podía despedirse de otra manera que con las piezas que el mismo maestro alemán compuso desde una pretensión de despedida del mundo. Esto no quiere decir que Andrés Amorós haya seleccionado exclusivamente las melodías que Beethoven elaboró en sus últimos momentos, sino también las que, por su carácter fúnebre, han servido en repetidas ocasiones como último adiós en entierros ilustres. “En el fondo el propio Beethoven, en un momento determinado, también trató la idea de la muerte y la divinidad”, ha explicado el crítico. “Su vida fue un desastre en muchos sentidos”; él fue insoportable, injusto y “un gran sufridor”, pero “todo eso supo convertirlo en arte”. En el fondo, “lo que encontramos en la música de Beethoven es el soplo divino de cualquier ser humano”; un "amor que nos trasciende".
Centrado en esas características concretas, Amorós ha elaborado un último homenaje al genio de Bonn seleccionando cuatro piezas “fundamentales”, de diferentes épocas de su vida, “que simbolizan su adiós”. La primera de ellas ha sido la Marcha fúnebre de la tercera Sinfonía. “Una composición impresionante que fue tocada, entre otras ocasiones, en el funeral de Roosevelt en 1945; y que el propio Bruno Walter dirigió durante el entierro de Toscanini”. Curiosamente, no está colocada en la parte final de la sinfonía, “sino que deja paso a la alegría redentora”, en palabras de Furtwängler. La versión escuchada en el programa ha sido la de la Filarmónica de Nueva York, dirigida por Leonard Bernstein.
Después ha sonado el tiempo tercero de la Sonata para piano número doce. “Una obra inmediatamente anterior a la tercera Sinfonía, pero que dicen que sirvió de preparativo para lo que luego llevaría a cabo en su Marcha fúnebre”. De hecho, fue la pieza que sonó en el entierro del propio Beethoven. Se trata de una creación con la que quiso librarse del esquema clásico añadiendo un movimiento más, y que consiguió tener bastante éxito en vida de su autor. Al acabarla, Beethoven dijo: “No hay una regla que no pueda ser infringida por la belleza”. La versión escuchada ha sido la interpretada por Giörgy Czyffra en el año 1965.
La tercera pieza seleccionada ha sido el tiempo quinto del Cuarteto de cuerda número trece. “Una de sus últimas obras, compuesta más o menos durante la época de la novena Sinfonía”. Beethoven le daba gran importancia a esta obra, “a la que consideraba su cumbre, lo entendieran o no sus contemporáneos”. De hecho, cuenta la anécdota histórica que, al ser preguntado por si la pieza debía ser realmente como la había escrito, él músico contesto brevemente: "Es must sein". “Debe ser”. Su carácter universal es tal que fue incluida dentro del disco de oro que envió al espacio la sonda Voyager en 1977. La versión escuchada ha sido la interpretada por el Cuarteto Italiano.
Por último, Amorós se ha despedido de los oyentes, “y de Beethoven, hasta la próxima vez”, con la Gran fuga, compuesta también durante la época de su novena Sinfonía, “en los últimos momentos de su vida”. Se trata de “una obra muy sombría y complicada”, que no gustó demasiado en su época. La versión escuchada ha sido la dirigida por Furtwängler en el Festival de Salzburgo de 1954. “El propio director insistió siempre mucho en que la música de Beethoven, más allá de la perfección técnica o de la belleza de sus melodías, implica una verdadera lección de humanismo”. Para recordar al maestro en el 250 aniversario de su nacimiento, que esa lección sirva como homenaje.