Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), el partido fundado por Jordi Pujol en 1974 y que gobernó Cataluña durante 23 años, ya casi es historia. El próximo 2 de diciembre se celebrará la subasta de 25 sedes de la formación nacionalista repartidas por las cuatro provincias catalanas. Se pondrá fin de esa manera al partido con el que Pujol ejerció un poder caciquil durante más de dos décadas mientras mantenía oculta una fortuna y su esposa e hijos atesoraban dinero a paletadas al calor de la Generalidad.
La administración concursal ha dispuesto los términos de la subasta en el procedimiento 1138/2020-C2 del juzgado mercantil número 9 de Barcelona. No hay precio mínimo. Los inmuebles constan en esta web y son cuatro locales en Igualada, tres en Tarragona y Lérida, dos en Mataró, Granollers, San Feliu de Llobregat y Figueras y uno en Barcelona, Reus, Tortosa, Mora de Ebro, Amposta, Castelldefels y La Pobla de Segur. Con ellos se pretende liquidar la deuda de 11,9 millones de euros que acumula el partido.
Mientras tanto, Pujol, con 91 años y pendiente del juicio en la Audiencia Nacional por los negocios de su clan (le piden nueve años de cárcel y 25 para su hijo mayor) se dejó caer este miércoles en un debate protagonizado en principio por el actual consejero de Economía de la Generalidad, Jaume Giró, y sus antecesores Oriol Junqueras, Andreu Mas-Colell y Antoni Castells.
Reaparición de Pujol
Jordi Pujol decidió tomar la palabra casi al final del acto, organizado por el diario nacionalista Ara, para negar que no hubiera pedido un concierto económico como el vasco durante la negociación del Estatut. Es sabido que Pujol no quiso esa fórmula de financiación porque consideraba que cobrar impuestos era impopular. Sin embargo, ahora niega ese extremo, dice que sí le pidió a Adolfo Suárez y Gutiérrez Mellado el concierto económico y que estos se lo negaron a cambio de dar a la Generalidad competencias exclusivas en materia lingüística.
Una vez tomado el micrófono, Pujol se extendió en una larga intervención alegando que había vivido esos hechos en primera persona y que, por tanto, era el que más sabía sobre lo ocurrido. El expresidente de la Generalidad, que dijo que no solía acudir a actos públicos y mucho menos tomar la palabra, cosechó el único aplauso de la velada tras menospreciar los conocimientos y capacidades de los exconsejeros, salvo en el caso del socialista Castells, de quien dijo que "sí que sabía" del tema.