El resultado cosechado por PP, Ciudadanos y Vox en los comicios generales del 28 de abril pone de manifiesto lo importante que es entender el sistema electoral mediante el que los votos se convierten en escaños. Sumando los apoyos del bloque de centro-derecha, se registra un mayor número de sufragios que contando las papeletas de PSOE y Podemos; sin embargo, el bloque de la izquierda consigue más escaños en el Congreso y alcanza una abultada mayoría en el Senado.
Ante este escenario de fragmentación, las miradas empiezan a dirigirse a otros países occidentales que presentan situaciones similares. De entre todos ellos, quizá los casos más interesantes para el caso español son los de Suecia, Italia y Chile, donde el centro-derecha enfrenta también un escenario complejo debido a la falta de cohesión de sus distintas fuerzas.
Empecemos por el Reino escandinavo. Durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX, el rumbo político de Suecia estuvo íntimamente ligado al desempeño del Partido Socialdemócrata, una auténtica maquinaria de poder que amasó mayoría absoluta tras mayoría absoluta. La crisis económica de comienzos de los años 90 hizo posible una legislatura de gobierno del centro-derecha, pero la izquierda retomó el poder en 1994 y no lo perdió de nuevo hasta 2006.
El centro-derecha sueco se compone de cuatro partidos políticos. El más grande de ellos es el Partido Moderado, grupo liberal-conservador con mucha más fuerza que sus tres compañeros de viaje. La coalición la completan el Partido de Centro, el Partido Liberal y los Demócrata-Cristianos. En el año 2004, los cuatro partidos pusieron a un lado sus diferencias y configuraron un programa común bajo el marco de un pacto que fue conocido como La Alianza.
Las cuatro formaciones siguieron concurriendo a las urnas por separado y retuvieron la posibilidad de realizar propuestas adicionales, siempre que fuesen complementarias con las líneas centrales del acuerdo de mínimos suscrito por los cuatro partidos. El experimento sirvió para vertebrar la propuesta programática en torno a un discurso común que alcanzó el poder en 2006 y lo mantuvo hasta 2014.
Sin embargo, la irrupción de los Demócratas Suecos puso en jaque el espectro electoral del centro-derecha, cuyo peso fue a menos al calor del auge de esta nueva formación. En las elecciones de 2018, los partidos de La Alianza se quedaron lejos de una mayoría, puesto que insistieron en mantener el cordón sanitario que aísla políticamente a los Demócratas Suecos. Ante la falta de gobierno, el Partido de Centro y el Partido Liberal se desmarcaron del pacto suscrito con el Partido Moderado y los Demócrata-Cristianos, rompiendo así la coalición que había nacido hace quince años.
En Italia, la idea de un centro-derecha unificado bajo algún tipo de paraguas empieza a gestarse en la primera mitad de los 90. Cuando el magnate Silvio Berlusconi da el salto a la política nacional, su partido Forza Italia concurre a las elecciones con un acuerdo a dos bandas: en las regiones del Norte, se presentó de la mano de La Liga, mientras que en las del centro y el sur lo hizo de la mano de la Alianza Nacional.
Durante años, Berlusconi mantuvo este paradigma en pie y consiguió aglutinar el voto de centro-derecha en torno a sus coaliciones. En un país históricamente marcado por la inestabilidad política, Il Cavaliere consiguió alcanzar el poder en tres ocasiones: de 1994 a 1995, de 2001 a 2006 y de 2008 a 2011. Sin embargo, el declive de su figura política hundió las expectativas de voto de Forza Italia y abrió un nuevo tiempo para el centro-derecha.
En 2018, La Liga sumó el 17% de los votos, frente al 14% del partido de Berlusconi. Por su parte, un nuevo partido conservador, Fratelli d’Italia, alcanzó el 4% de los apoyos. En total, el centro-derecha amasó 265 escaños, frente a los 227 del Movimiento 5 Estrellas, un partido populista escorado a la izquierda. Pese al triunfo conjunto de las fuerzas del centro-derecha, el gobierno resultante de los acuerdos posteriores a las elecciones está compuesto de La Liga y el Movimiento 5 Estrellas, pese a lo cual las elecciones regionales y locales se siguen jugando bajo el viejo esquema de alianzas del centro-derecha, a menudo con candidatos comunes que suman las fuerzas de los tres partidos existentes.
Aunque está lejos de nuestras latitudes, Chile guarda ciertos paralelismos históricos y políticos con España. En 1989, sus dos principales fuerzas de centro-derecha (la Unión Demócrata Independiente y Renovación Nacional) cerraron un pacto que aspiraba a sumar los votos de liberales, conservadores y moderados. La coalición presentó candidatos comunes hasta 2005, cuando se produce una brecha entre los dos grandes partidos del pacto. El sistema de doble vuelta permitió, en cualquier caso, que el más votado de estos dos aspirantes disputase después la presidencia a quien resultaría vencedora, Michelle Bachelet.
El mayor pluralismo que existe hoy en las filas del centro-derecha chileno ha obligado a la UDI y RN a ampliar la coalición. La refundación se oficializó en enero de 2015, ahora bajo el nombre de Chile Vamos. A los dos grandes partidos se les han sumado fuerzas regionales (PRI) y nuevos grupos liberales (Evópoli).
Sin embargo, la cohesión del bloque está en entredicho, puesto que uno de sus políticos más destacados, José Antonio Kast, optó por presentarse de forma independiente en las elecciones presidenciales de 2017. El notable 8% que alcanzó el ex diputado de la UDI le ha empujado a constituir un nuevo partido, conocido como Acción Republicana.