Pedro Sánchez: la política como espectáculo
La presentación del Manual de resistencia de Pedro Sánchez corroboró que los nuevos tiempos han cambiado la manera de hacer política.
Que "los tiempos están cambiando" es una constante que podría describir, en realidad, todas las épocas históricas. Quizás por ello es también una buena excusa. De esa manera cualquier novedad, como por ejemplo el hecho de que un presidente del Gobierno firme y publique un libro mientras continúa en el cargo por primera vez en la historia de una democracia (con todo lo que eso conlleva), puede pasar por algo no sólo positivo, sino también necesario. Visto desde ese punto de vista el manual de precampaña que Pedro Sánchez acaba de lanzar al público tampoco es algo tan atípico. Sigue entrando dentro de las cosas factibles que un político está dispuesto a hacer para arañar el máximo número de votos el día de las elecciones.
De todas formas tampoco sería justo quitarle a Sánchez todo el mérito que se merece. Es indudable que con un solo gesto ha conseguido revolucionar el ambiente político y transformar los engranajes que hasta hacía poco controlaban el funcionamiento de la industria librera: nunca antes se había visto a tanta gente reunida para la presentación de un libro. Y eso, a fin de cuentas, no deja de ser algo novedoso.
Media hora antes de las siete de la tarde, el alfombrado y lustroso Salón Granados del Hotel Intercontinental ya estaba abarrotado. Tanto, que muchas veces se hacía difícil distinguir alguna cara conocida entre la marabunta de gente y cámaras que se habían desplegado para la ocasión. Rezagados en la la obligada retaguardia, los periodistas esperaban ansiosos y se preguntaban cuántos miembros del partido se habrían dignado a asistir. Comenzaban a circular nombres y personajes conocidos. Casi todos los ministros ya ocupaban sus asientos. El más esperado de todos, el de Irene Lozano, relatora de memorias y comidilla del respetable, fue recibido entre caras de aprobación. Poco a poco el ambiente se iba cargando de una efervescencia tenue, pero prolongada. Aunque nadie lo reconocía, todos esperaban ansiosos a que apareciese la estrella de la noche. Aquello se asemejaba demasiado a los parsimoniosos minutos que anteceden siempre el arranque de un concierto de rock.
La política del espectáculo
Los tiempos han cambiado y la manera de hacer política no hace más que corroborarlo. El comienzo de esta presentación extraña no la asemejaba demasiado con ninguna otra presentación literaria, o con cualquier mitin de partido. Era otra cosa. Se trataba del siguiente paso en la exigente lucha por conseguir votos; algo sometido a las mismas leyes con las que se rigen las grandes cadenas televisivas para captar a los televidentes. Por eso, en el fondo, tampoco resultaba demasiado extraño que los encargados de presentar Manual de resistencia junto al presidente fuesen Mercedes Milá y Jesús Calleja.
Siguiendo su línea personal, entre chascarrillos forzados e intervenciones preparadas, los dos presentadores se encargaron de sentar las bases de lo que iba a ser una "gala" que parecía una mezcla entre un monólogo del Club de la Comedia y una de esas fiestas musicales que se emiten después de las campanadas del 31 de diciembre. El primer presidente encumbrado por una moción de censura en España esperaba agazapado, sentado entre sus dos contertulios, expectante, todavía indeciso antes de lanzar su primera e ingeniosa intervención. Al fin, después de varios minutos alejado de los focos, se atrevió: "Oye Mercedes, que yo he venido aquí a hablar de mi libro"; y los aplausos y carcajadas terminaron de confirmar el nuevo signo de nuestra era.
A partir de ahí todo iba a seguir un guión parecido al de cualquier capítulo de un late show. La cosa era comenzar de manera suave, para no aburrir a la audiencia, y después ir metiendo entre las bromas algunos mensajes de calado político. La presentación, igual que el libro, debía haber sido minuciosamente preparada por algún visionario diseñador de campañas. A las referencias jocosas a Fray Luis de León y San Juan de la Cruz siguieron alusiones al diálogo en Cataluña y a la irresponsabilidad de la oposición. Entre medias, muchas veces después de ciertas risas, el presidente se ponía serio y lanzaba mensajes apasionados a sus votantes: "Estoy convencido de que la izquierda conseguirá la mayoría el próximo 28 de abril", por ejemplo, arrancó algún aplauso distraído. Pero todo consistía en ir calentando al público: "El partido más joven de España en estos momentos es el Partido Socialista, que tiene más de cien años", fue algo mejor recibido; y por fin, el golpe de gracia llegó cuando el presidente se atrevió a revelar a dónde irán destinados los beneficios de las ventas de su libro: "A los que desgraciadamente están más olvidados, que son las personas sin hogar". Los aplausos, en esa ocasión, llenaron toda la sala.
En términos generales Pedro Sánchez se esforzó por mostrar su cara más amable y desenfadada, pero no rehuyó ciertas cuestiones importantes. En el fondo su mensaje podría resumirse en la reivindicación del triunfo de la democracia dentro de "su" PSOE y en la necesidad de que los partidos constitucionalistas se unan para afrontar juntos el reto del secesionismo catalán. Tampoco profundizó demasiado en ello porque a Mercedes Milá no parecía apetecerle demasiado. En cambio, la presentadora se encargó de ir convirtiendo la tertulia en uno de esos programas de cotilleos que tanto la encumbraron. Paulatinamente fueron apareciendo referencias a los hijos de Pablo Iglesias y a las novias de Albert Rivera. El momento más sonado de la noche, de hecho, llegó cuando Milá cargó contra el líder del partido naranja: "Yo creo que estaba empezando a ligar con la Malú y claro, no se entera de nada", dijo en un momento determinado, antes de continuar: "Y lo digo porque este chico va a una velocidad... Yo le conocí cuando estaba con su primera esposa, y ahora ya lo ha dejado con la segunda y está empezando con la tercera...". Casi sin que nadie pudiese darse cuenta, ella lo había conseguido. De esa forma innovadora e imparable, Mercedes Milá había inaugurado un nuevo paradigma: El momento exacto en el que la política por fin había terminado de fusionarse con la industria del entretenimiento, para describir tal vez de la manera más fidedigna la realidad de estos tiempos siempre cambiantes. ¡Política para la civilización del espectáculo!
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