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Día de reflexión en Andalucía: ¿lo hacemos bien o como siempre?

Los andaluces se enfrentan a las urnas entre la posibilidad del cambio y la de perpetuar el régimen que lleva décadas hundiendo a la región.

Los andaluces se enfrentan a las urnas entre la posibilidad del cambio y la de perpetuar el régimen que lleva décadas hundiendo a la región.
Susana Díaz, en el último día de la campaña andaluza. | EFE

Se acabó por fin la campaña andaluza. Sea lo de "por fin" por el cansancio que produce la repetición de un modelo que insiste en actos y mítines más que en debates de altura y en datos contrastables. De hecho, los ciudadanos con derecho a voto somos como bultitos inframediáticos sobre los que se arrojan eslóganes, casi siempre simplistas y baratos, con el fin de cautivar los sufragios perdidos o por encontrar. NI que decir tiene que, tras el resultado final, los bultitos son clavados en el monte del olvido.

La mejor campaña, con la banderilla anterior en todo lo alto, ha sido la de VOX. Por cierto, que ayer Europa Press sí se hizo eco del acto final de su campaña, en la que Abascal lanzó un mensaje cuya ambigüedad, vecina del voto nulo, ha sido, naturalmente, subrayado. Que no se vote verde, que es el color de su partido, sino rojigualda, España. A ver si se meten banderitas de España en los sobres y se lía parda, hombre.

No es la mejor por ser la más cara ni la más inteligente ni la más brillante. Es la mejor porque se la han hecho los adversarios y, además de salirle gratis, parece que puede salirle bien. En una democracia lo difícil es existir para los votantes, superar el listón mínimo de apoyos en las circunscripciones para conseguir la visibilidad pública necesaria. En Andalucía, donde hay ocho circunscripciones, la tarea es hercúlea. Pues se la han hecho.

Susana Díaz y la 'jugada Mitterrand'

La primera, Susana Díaz, que puede haber cometido un error decisivo en esta convocatoria electoral. Ha utilizado la ‘jugada Mitterrand’ o, si se quiere, el "mate" de Rajoy, para laminar a su adversario principal. Es conocido como el maquiavélico socialista francés, que llegó a ordenar poner una bomba al Rainbow Warrior de los ecologistas de Greenpeace, cultivó el crecimiento de Le Pen para reducir a la nada a la derecha tradicional francesa. La consecuencia fue, con el tiempo, la práctica desaparición de su propio partido y de la izquierda en general.

En esta campaña, Susana Díaz ha convocado a los espíritus de VOX y le ha dado carta de naturaleza a un partido –que, por cierto, no es de extrema derecha ni inconstitucional como sí son desde Bildu a la CUP pasando por los sucesivos de Puigdemont, Torra y Esquerra, socios todos ellos del PSOE y Podemos–, que apuntala ciertos elementos perdidos en el discurso del centro derecha español. Esto es, lo revitaliza a la larga.

Pretendiendo hundir tanto a la derecha como a la extrema izquierda comunista y anticapitalista de una Teresa Rodríguez a la que ha aprendido a temer, puede conseguir que VOX tenga un grupo parlamentario sólido en la Cámara andaluza y la visibilidad necesaria para seguir creciendo los próximos años. De ese modo blinda a su enemiga, Teresa de Rota, que la denunciará por ello –ya lo ha hecho–, y se erigirá en papisa de la izquierda a medio plazo.

La campaña a VOX también se la hecho un PP andaluz desconcertado que ha puesto su papel de primer líder de la oposición por encima de la urgencia del cambio político en una de las regiones más maltratadas de España. Ni siquiera la presencia activa y valerosa de Pablo Casado, que ha enmendado los exabruptos de Maroto y otros, parece suficiente para corregir el daño.

Ciudadanos, que se ha resistido a sacar a VOX de la oscuridad de su chistera, se ha visto superado por las circunstancias, si bien ha estado más hábil en eludir las incomodidades, como Podemos-IU que ha seguido erre que erre contra la derechización supuesta de Susana Díaz y por ganar terreno entre los votantes socialistas. Si lo logra, con Iglesias no habrán topado.

Lo que sí ha logrado Susana Díaz, y eso es muy malo para las opciones de cambio que tienen a estas horas alguna posibilidad, es que se deje de hablar de Andalucía y de su posición respecto a las demás regiones de España y Europa, de dos ex presidentes de la Junta y del PSOE procesados por la corrupción generada y de la gestión más que deficiente de los servicios públicos esenciales. Con los médicos y los enfermeros gritando en las calles contra la sanidad de la Junta, la educación en cuestión y el desempleo crónico, el principal elemento de la campaña ha terminado siendo VOX. Y eso sí que le conviene al PSOE andaluz.

La campaña de Ciudadanos ha sido pulcra y, en algunos momentos, incisiva, si bien tampoco ha hecho del cambio el objeto principal de sus mensajes. Ha propagado la bondad de su cambio, no el de Juan Marín respecto a su ex socia Susana Díaz, sino el del partido respecto a su clasificación en el centro derecha. Demasiado evidente ha sido su interés por ser la primera fuerza de la oposición, tanto que ha criticado a veces más al PP que a quien debería. Eso sí, la clave catalana de Inés Arrimadas ha tratado de hacer daño a las izquierdas cómplices del separatismo, ya veremos si con éxito.

Casado, a porta gayola

La del PP ha sido una campaña rara porque ha estado encorsetada por la oficialidad forzada de un Juan Manuel Moreno que ha tenido que ser reforzado, y de qué modo, por un Pablo Casado que ha salido a jugársela a porta gayola desde el minuto uno. Gracias a él es posible que el PP haya logrado taponar la hemorragia de votos que se iba a raudales hacia sus competidores del centro y la derecha, pero la carencia de un líder o lideresa ha inducido a una campaña en clave nacional, siempre con Cataluña de por medio.

De reconocer es que Adelante Andalucía –todo en el Sur ha ido de Aes, bien la triple A de la triple alianza de la derecha "rabiosa" de Susana Díaz o la doble A de la extrema izquierda anticapitalista y populista–, no ha hecho una mala campaña. Era complicado defenderse del voto útil susurrado con la destreza habitual por el PSOE andaluz, pero no han desviado su interés de la figura de Susana Díaz y sus críticas al régimen. Y de paso, han ocultado las estridencias y los absurdos de su programa.

Habrá que ver si la apariencia de moderación y no simpatía con el susanismo, que no es socialismo según Rodríguez, logra su objetivo de captar los nuevos votos de los jóvenes y desanimar o seducir el apoyo de los sanchistas para propiciar, a nivel nacional, una sólida alianza izquierdista nacionalista presupuestaria de momento. De ahí a la demolición de la Constitución del 78, tras ganar las elecciones de 2019 o 2020, según acabe el rosario de la aurora andaluz, sólo habrá un paso.

Los andaluces tenemos, pues, la opción de hacerlo bien o hacerlo como siempre. Hacerlo bien será tener en cuenta la razón y la experiencia. Hacerlo como siempre será más de lo mismo.

La razón y la experiencia, a derecha e izquierda, dicen que el PSOE ha tenido casi 40 años de oportunidades de gobierno para sacar a Andalucía del hoyo del atraso y la infraciudadanía. Ni ha demostrado eficacia en resultados ni ha demostrado honradez, ni personal en demasiados casos ni de partido, ni ha demostrado respeto por los adversarios en una democracia demediada a la que han hurtado la virtud esencial de la alternancia.

Pero, claro, eso es lo que razón y la experiencia dicen ya desde hace como mínimo veinte años con los resultados ya conocidos. O sea, que la resistencia al cambio, sea por miedo o por fuga o por indiferencia, existe y es potente. No ayuda un sistema electoral donde en cuatro provincias –Huelva, Jaén, Córdoba y Granada–, bien penetradas municipal y ruralmente por el PSOE desde hace años, un escaño cuesta menos votos que en otras.

En Sevilla, donde el escaño es más caro en número de votos, el dominio del PSOE ha sido y sigue siendo, desde el Ayuntamiento de la capital, los municipios medianos y pequeños y la poderosa Diputación, apabullante. Enfrente sólo tiene un PP dividido agriamente en dos, un Ciudadanos sin cabeza visible y un Podemos+IU donde lo único relevante es la marca. O sea, que Susana Díaz tiene motivos para esperar una reedición del relato más largo jamás contado en una democracia española.

Pero lo inesperado existe. El voto al PP es un voto con un suelo sólido, Ciudadanos roba sufragios a derecha e izquierda y el apoyo a VOX no sólo procede del centro derecha, sino que la población humilde que rinde pleitesía a la izquierda es la que sufre las consecuencias de muchas de las lacras que denuncia. Y luego está la jartura de lo de siempre y la imposibilidad de ocultar por más tiempo la infame situación andaluza en un momento decisivo para España.

Si la indecisión se inclina finalmente por la abstención o los votos cómico-nulos o por el miedo, Susana Díaz puede perpetuarse. Si, por el contrario, la gran cantidad de indecisos que aún queda opta por las urnas, por dar la campanada del cambio y por experimentar si es posible mejorar y fortalecer de una vez este cimiento sur de España, la esperanza volverá a Andalucía.

Pase lo que pase, los andaluces tendremos lo que nos merecemos.

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