Si no fuera porque estamos familiarizados con su cara y sabemos lo que pasa en Cataluña desde hace años, habríamos pensado que el personaje que anoche entrevistó Ana Pastor era un mal actor ridiculizando a los nacionalistas. Pero no; por pavoroso que resulte, el protagonista de la entrevista de anoche en La Sexta era el presidente de la Generalidad. Que Dios coja confesados a los catalanes no independentistas; los otros, que disfruten unos años más.
Habría que bucear mucho en los rincones más sórdidos de la Hemeroteca para encontrar un espectáculo tan grotesco como el de Quim Torra balbuceando consignas ante la periodista de La Sexta. Y eso que las preguntas no fueron, ni mucho menos, lo comprometidas que podrían haberlo sido dado lo que viene sucediendo en Cataluña en el último año. Porque Ana Pastor no entró en el fondo de las profundas cuestiones que se dirimen en el actual contexto secesionista, en el que unas autoridades del Estado actúan en abierta rebeldía constitucional con el consentimiento del Gobierno. Fueron más bien asuntos de mero procedimiento como los pasos a dar para instaurar la república catalana o las medidas concretas que Torra piensa llevar al parlamento regional para sacar de prisión a los golpistas, como vienen prometiendo. En todos los casos, el presidente catalán se limitó a repetir que los catalanes quieren votar sobre la independencia y que los golpistas en la cárcel son presos políticos secuestrados por un Estado opresor.
Acorralado por las repreguntas de la entrevistadora, Torra anunció una medida muy potente para implantar la República: la creación de un foro cultural financiado por la Generalidad. "Un foro cultural", repitió varias veces con sorna la periodista, para ver si el personaje se daba cuenta del ridículo que estaba haciendo. Pero en lugar de eso se enfadó con el tono de la entrevistadora, con lo cual el bochorno fue aún mayor.
Vista desde fuera de Cataluña, la entrevista fue una risión. Para los catalanes que quieren seguir siendo españoles, es decir, libres, tuvo que ser en cambio una experiencia espeluznante. Porque ese fantoche supremacista que balbuceaba consignas y se mostraba dispuesto a todo para alcanzar la independencia lidera una maquinaria administrativa con 38.000 millones de presupuesto y una policía política con 17.000 hombres armados. Como para salir huyendo a otra parte de España, todo el que no lo haya hecho ya.