"Los catalanes deberían poder decidir si quieren estar en la UE y en qué condiciones. Vamos a ver qué dice el pueblo de Cataluña". Ésta es la última propuesta que lanzó el expresidente de la Generalidad de Cataluña Carles Puigdemont el pasado fin de semana. El todavía líder del bloque separatista ha pasado de defender la celebración de un referéndum para que Cataluña se convierta en un estado independiente fuera de España a plantear, igualmente, la salida de la UE. No en vano, Puigdemont califica ahora al bloque comunitario como un "club de países decadentes y obsolescentes en el que mandan unos pocos ligados a intereses económicos cuestionables".
La radical transición que está experimentando el separatismo catalán en las últimas semanas con respecto al sentimiento europeo, especialmente tras la celebración del referéndum ilegal del pasado 1 de octubre, resulta, a priori, sorprendente, ya que, hasta hace relativamente poco, el discurso nacionalista centraba su objetivo en atacar a todo lo que tuviera que ver con la idea de España, al tiempo que aspiraba a construir un nuevo estado catalán dentro de la UE. Es decir, hasta el momento, los líderes independentistas catalanes se caracterizaban por su antiespañolidad y su proeuropeísmo, mientras que últimamente también empiezan a mostrarse euroescépticos.
¿A qué se debe este cambio? Y, sobre todo, ¿responde tan sólo a una nueva salida de tono de Puigdemont o hay algo más? Lo cierto es que, al igual que la masiva fuga de empresas que desencadenó la consulta ilegal cogió por sorpresa a los exmiembros de la Generalidad, la absoluta falta de apoyo y reconocimiento por parte de las autoridades comunitarias también ha sido un duro golpe para el separatismo. Simplemente, no se lo esperaban. Muchos, de hecho, confiaban en que obtendrían algún tipo de reconocimiento, pero nada de eso sucedió en realidad. Es más, los líderes comunitarios se posicionaron del lado de la Constitución y el cumplimiento de la legalidad, expresando, además, un claro y explícito respaldo al Gobierno, lo cual es lógico si se tiene en cuenta que uno de los grandes temores de la UE es que prenda la mecha separatista en otras regiones europeas.
Algunos estudios señalan que el apoyo social a las instituciones europeas crece conforme la percepción sobre el sistema político nacional es peor. Durante años, los nacionalistas catalanes se han declarado profundamente europeístas al pensar que la calidad institucional de Bruselas era muy superior a la de Madrid, pero esta idea se rompe en el momento en que la UE se posiciona en contra de sus intereses, frustrando así sus expectativas. Todo el proyecto separatista dependía, en última instancia, de la mediación internacional para lograr el famoso referéndum pactado, de modo que el rechazo mostrado por la UE ha sentado como un jarro de agua fría a Puigdemont y sus socios, de ahí su furibunda reacción.
Ahora bien, ¿se trata de un fenómeno aislado, circunscrito exclusivamente a Puigdemont y otros dirigentes nacionalistas o, por el contrario, la desconfianza hacia la UE se ha empezado a generalizar entre las filas independentistas? El análisis temporal de las encuestas realizadas por el Centro de Estudios de Opinión de la Generalidad sobre esta materia arroja la respuesta, tal y como explica la analista Ariane Aumaitre, analista de la web especializada Politikon.
Así, la confianza de los separatistas en la UE (línea morada en el gráfico) cayó de forma drástica tras el 1-O, a diferencia de lo que sucede con el resto de catalanes, especialmente entre aquellos que defienden el actual modelo autonómico. De hecho, curiosamente, mientras que en 2015 el nivel de confianza es similar entre todos los grupos de población, esta percepción empieza a distanciarse de forma clara a partir de 2016 y, sobre todo, 2017. Los que piensan que Cataluña debería tener algún tipo de encaje dentro de España confían hoy mucho más en la UE que años atrás, mientras que sucede justo lo contrario entre los independentistas.
Algo similar sucede si se analiza el sentimiento de unión o apego a la UE según sus preferencias territoriales y los distintos sentimientos nacionales de los catalanes. El resultado es claro: el europeísmo cae de forma sustancial entre los separatistas y entre quienes se sienten sólo catalanes, y viceversa. Y ello, a pesar de que el punto de partida es similar para todos los grupos (entre 5 y 6 puntos).
Por último, si se compara el sentimiento de unión hacia la UE con la intención de voto de los catalanes, la tendencia no deja lugar a dudas. Partiendo de un posición similar en 2016, los votantes de los partidos constitucionalistas se sienten hoy más unidos a la UE que hace un año, y lo contrario sucede con los separatistas. De hecho, los votantes del PDeCAT eran los más europeístas en 2016, mientas que ahora son los que muestran un menor apego a la UE, tan sólo superados por las bases de la CUP y ERC.
Así pues, el referéndum que plantea Puigdemont sobre la pertenencia de Cataluña a la UE no parece, a priori, un exabrupto, sino que recoge la actual desconfianza hacia la UE que prima entre las filas separatistas. De mantenerse esta percepción, por tanto, todo apunta a que el movimiento independentista se desprenderá de la bandera europeísta que, hasta ahora, blandía en contraposición a la española, a imagen y semejanza de lo que ha sucedido con otros nacionalismos euroescépticos que han emergido en los últimos años.
Prueba de ello es que el porcentaje de votantes de Junts pel Sí y la CUP que piensan que una Cataluña independiente quedaría fuera de la UE se ha disparado del 22% al 49% en lo que va de año, según una encuesta de Metroscopia.