Este martes se cumplían siete años del día en el que los catalanes otorgaban a Artur Mas una victoria electoral rotunda: con un38,47% de los votos CiU -¿se acuerdan de CiU?- se hacía con 62 escaños en el Parlament en lo que sin ser una mayoría absoluta parecía más que suficiente, y de hecho lo fue, para gobernar con comodidad.
El resultado de estas elecciones se interpretó como una especie de vuelta a la normalidad -¿les suena el concepto?- tras el lapso de siete años que habían supuesto los tripartitos de izquierdas que habían aupado a la presidencia primero a Maragall y después a Montilla.
Lo cierto es que hasta no hace tanto en Cataluña "la normalidad" era que gobernase CiU: lo había hecho desde 1980 hasta el 2003 con diferentes altibajos electorales, pero siempre aferrado a un poder del que, como se ha visto posteriormente, el clan Pujol hacía un uso presuntamente más que delictivo.
Mas empezó a gobernar en solitario, pero contó con el apoyo del PP -¡del PP!- para aprobar los presupuestos tanto en 2011 como en 2012. Los populares no quisieron entrar el gobierno, por supuesto, y ni siquiera llegaron a votar afirmativamente estos presupuestos, pero su abstención bastaba para que se aprobasen y esto fue lo que ocurrió.
El principio del fin
Sin embargo, en lugar de prolongar una legislatura que podía haber llevado hasta su final sin excesivas complicaciones políticas, en 2012 Artur Mas decidía convocar elecciones. Lo hacía unos días después de reunirse con Mariano Rajoy y pedir al presidente, en el peor momento de la crisis, un pacto fiscal que supusiese más dinero para la quebrada administración catalana.
Lo cierto es que la Generalidad atravesaba una situación lamentable desde el punto de vista económico: la malísima gestión del tripartito se agravaba con la crisis y Mas se mostraba totalmente incapaz de solucionar los problemas presupuestarios que más tarde se han parcheado en parte con la entrega de monstruosas cantidades de dinero a través del FLA.
Tras esta reunión con entre Rajoy y Mas desde el Gobierno se llegó a hablar de "chantaje" y se filtraron unas palabras amenazantes que el de CiU habría pronunciado en Moncloa:"O aceptas o te atienes a las consecuencias".
A partir de ahí Mas se convirtió en un furibundo nacionalista y con él convirtió también en separatista a su partido o, al menos, eliminó progresivamente todos los restos de catalanismo pactista que pudiesen quedar en CiU, La coalición creada por Pujol trabajaba desde el primer día en la construcción de la nación catalana, pero en ese momento adelanta los plazos y pone fecha al gran proyecto de la independencia: lo antes posible.
Así, el entonces President se presentó a las elecciones con la autodeterminación como principal argumento electoral, pero la apuesta tuvo un resultado desastroso: en lugar de afianzar su mayoría e incluso llegar a la absoluta -tal y como pronosticaban algunas encuestas al inicio de la campaña- perdió un 8% de voto y doce diputados. Mientras, los grandes beneficiados de este cambio en CiU eran, por un lado ERC y la CUP –los primeros doblaban el resultado de dos años antes y los segundos entraban por primera vez en el Parlament-; y por el otro Ciudadanos, que triplicaba su representación hasta tener 9 diputados.
A Mas no le quedó otro remedio que pactar con ERC un gobierno cuyo único programa político era el procés y cuyos integrantes prometían una estabilidad –entre ambas formaciones sumaban 71 de los 135 diputados del Parlament-, que nunca existió. Llegaron las Diadas masivas –la de ese año fue la primera-, el dinero fluyó como un maná sobre todos aquellos que apoyasen el separatismo y Oriol Junqueras, que había sido candidato de su partido por primera vez, empezó a tomar protagonismo como Consejero de Economía de la Generalidad.
El mismo día que se firmó el pacto Mas prometía una consulta que, efectivamente, llegó el 9 de noviembre de 2014, si bien anulada por el Tribunal Constitucional aunque sus propios promotores no le diesen rango de referéndum. Sólo unos meses después se acordaba disolver el Govern en otoño e ir a unas elecciones autonómicas que los separatistas calificaron de "plebiscitarias".
Mientras tanto, el padre de la patria, fundador de Convergencia y presidente de la Generalidad durante 23 años admitía tener dinero en el extranjero y se hacía evidente un escándalo de corrupción de dimensiones colosales que ha afectado a toda la familia del molt honorable y, por supuesto, al partido que el propio Jordi Pujol había creado.
Junts, pero yendo a menos
Tras una mala gestión, bajo la sobra del escándalo Pujol y perdiendo progresivamente terreno en las encuestas en favor de ERC, Mas ideó una forma de posponer el previsible descalabro: los nacionalistas se presentarían a esas elecciones plebiscitarias en una lista única con miembros de CiU, de ERC y de la "sociedad civil" como Carme Forcadell, hasta poco antes presidenta de la ANC.
Aun así, el resultado electoral no fue el esperado: en medio de una asfixiante presión separatista Junts pel Sí tuvo cinco puntos menos de los que habían tenido CiU y ERC por separado tres años antes. La lista se quedó en 62 diputados –nueve menos de los que tenían los dos partidos y justo los de CiU tan sólo cinco años antes- y necesitó de la CUP para poder formar un gobierno que, por exigencias de la formación anticapitalista, ya no tuvo a Mas como presidente.
De hecho, los separatistas no sólo no alcanzaban el 50% de votos que parecía requerir la llamada al plebiscito, sino que en conjunto retrocedían ligeramente respeto a 2012.
Del otro lado, la polarización favorecía a Ciudadanos: los de Rivera –en esta ocasión comandados por Inés Arrimadas- casi triplicaban sus votos y sus escaños y se convertían en la segunda fuerza del Parlament con 25 diputados, mientras el PSC seguía su caída, el PP sufría un notable varapalo y los "comunes" irrumpían en la cámara autonómica, pero con menor fuerza de la esperada.
Desde entonces el panorama se nos presentaba con Puigdemont de presidente, a Junqueras de vicepresidente y un gobierno que dependió para todo de la CUP, probablemente el único partido del mundo capaz de celebrar una asamblea con más de 3.000 afiliados y que el resultado de la votación sea un empate a 1.515 votos.
Cuando llegues al fondo, cava
De nuevo ha sido una legislatura corta, más que agitada y en la que lo único encima de la mesa volvía a ser el procés. A trancas y barrancas y sorprendiendo a algunos muy propensos a dejarse sorprender –como Mariano Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría, por poner sólo dos ejemplos- Puigdemont, Junqueras y los suyos llegaron a convocar el referéndum ilegal del 1 de octubre, falsamente amparados en las leyes de desconexión que se aprobaron en el Parlament en las lamentables sesiones del 6 y el 7 de septiembre.
Se celebró el referéndum ilegal gracias a la penosa actuación del Gobierno, pero ahí pareció terminar el impulso de los nacionalistas, que llegaron a la declaración de independencia con una evidente sensación de desánimo, que han caído como un castillo de naipes con el 0.155 aplicado por Rajoy y que, en un acto de rebeldía sin precedentes, se han plegado todos a participar en las elecciones convocadas por el Estado opresor.
Puigdemont, presidente accidental, ha decidido ser el candidato del PDeCAT, el partido que trata de agrupar a los restos de CDC. En el camino se quedó también aquella Unió de Duran i Lleida tan querida por tantos en Madrid, pero tan poco votada en Cataluña. Tras esta travesía la formación que hace sólo siete años tenía 62 escaños podría quedarse en 15 según el promedio de las encuestas publicadas hasta el momento.
Nada podía hacerse en Cataluña sin contar con la CiU de Pujol o la del propio Mas, en este plazo récord lo más probable es que el PDeCAT de Puigdemont no pueda hacer nada en Cataluña. Uno de los mayores desplomes políticos que se recuerdan y, además, a pesar de contar con TV3, Catalunya Ràdio y la inmensa mayoría de los medios hipersubvencionados de la región. Seguramente no será de la forma que esperaban, pero lo cierto es que Mas y Puigdemont se han ganado su lugar en la Historia: en la del desastre.