Mariano Rajoy dejó caer políticamente a Rita Barberá. Le costó tomar la decisión, le resultó muy doloroso por ser su amiga y aliada, pero finalmente dio la orden. Una buena parte del PP la quería fuera, y la inmensa mayoría calló y no la respaldó. "He solicitado mi baja porque así me lo ha pedido el partido", puso por escrito la senadora el 14 de septiembre. "Ha abandonado el partido, le pedimos que renunciara a la militancia y, a partir de ahí, el presidente del PP no tiene ninguna autoridad para con ella", se lavó las manos inmediatamente Rajoy. Días después, la otrora referente buscaba su escaño en el Senado ya en el Grupo Mixto.
Después de aquello, el presidente buscó el acercamiento con Barberá, siempre en privado. Hablaron en varias ocasiones y Rajoy, consciente de que estaba "baja", le dio ánimos de cara a su declaración ante el Tribunal Supremo. Un consuelo que en ningún caso vino acompañado de un gesto público: nadie del PP estuvo con ella arropándola en ese duro paseíllo. "No es del PP", zanjó Pablo Casado, en rueda de prensa en Génova13, cuando a pocos metros la senadora era interrogada. No hay dudas para el entorno de Barberá: "Murió de pena" y "la principal aportación la han tenido los suyos".
Solo basta revisar la hemeroteca para comprobar cómo el PP, poco a poco, fue alejándose de Barberá. Y cómo ella, indignada, se lo hizo saber a sus interlocutores a nivel nacional o regional a través de duros mensajes de texto. El fin de su época en el Ayuntamiento de Valencia, tras años encadenando históricas mayorías absolutas, precipitó los acontecimientos, al tiempo que se multiplicaban las informaciones sobre presuntos escándalos, cargos de su confianza eran imputados y la presión mediática y política se hacía más y más grande.
Así ocurrieron los hechos
En mayo de 2013, después de la petición expresa de su "amigo" Rajoy, Barberá anunció que optaría a la reelección. "Jamás he dado un paso atrás", dijo a su partido, que entonces la ovacionaba. Seguía siendo "la jefa" aunque las encuestas no le aseguraban la mayoría absoluta. "Para mí no hay mayor honor que ser alcaldesa, aquí estoy y aquí estaré, nada desgasta más que estar 22 años en la oposición", sentenció. Desde Génova, pese a que entonces el caso Urdangarín ya estaba en las portadas, se le respaldó sin fisuras: "Me parece fantástico", zanjó María Dolores de Cospedal en junio. "¡Qué hostia… qué hostia!", admitió explícita Bárbera la noche electoral, en mayo de 2015, a Serafín Castellano. Fue el inicio del declive.
En enero de 2016, Barberá ya constató que un sector del PP empezaba a removerse. La Policía detenía a Alfonso Rus y a otros antiguos dirigentes del PP valenciano y Rajoy, en negociaciones con Albert Rivera, trató de transmitir firmeza. Empezaron las suspensiones de militancia, pero preocupaba especialmente la senadora. "De Rita no sabemos nada porque hay secreto de sumario", deslizaron. Entonces, plantear posibles decisiones contra la exalcaldesa eran "palabras mayores". "No está acusada de nada ni ha sido llamada a declarar. No puedo decir nada distinto de que está absolutamente limpia", quiso dejar claro Rajoy.
El presidente reclamó "mesura", pero la presión fue aumentando y también la brecha interna. En febrero, se aparta a Barberá de la presidencia de la Comisión Constitucional, aunque siguió en la Diputación Permanente, lo que le garantizaba el aforamiento. Y se empiezan a filtrar las duras conversaciones y SMS con altos cargos de Génova y el PP valenciano. "Ella se queja de que el partido no la está defendiendo, está cabreada y lo paga con nosotros", según informó uno de sus interlocutores. "Cuidado con lo que decís, recordad por qué estáis ahí, porque yo di la cara por vosotros", escribió a Isabel Bonig. A partir de ahí, rompieron el contacto.
Barberá cada vez estaba más dolida, más sola, más acorralada políticamente. Y los periodistas hacían guardia en su domicilio privado. Su silencio y la fotografía de ella tras el visillo de su piso ahondó el enfado de los vicesecretarios generales y algunos altos cargos. "Lo que tiene que hacer es pensar qué es lo mejor para el partido y que lo anteponga a sus intereses personales", declaró Alberto Fabra, con quien estuvo siempre muy distanciada. Le estaba enseñando públicamente la puerta de salida.
El PP era una olla a presión, y Rajoy volvió a salir en su defensa. Fue el 22 de febrero en El Cascabel de 13TV. "Yo la conozco desde hace muchos años y no sé de qué se le acusa. ¿Tengo que expulsar a la señora Barberá? Tendría que saber de qué se le acusa. No es tan fácil", contestó, y sacó una lista de cargos del PP investigados por la Justicia sin que luego fueran culpables de nada. Cospedal también se situó de su lado, frente a barones territoriales y otros miembros de la cúpula. Pero, en marzo, el juez inició el trámite para pedir al Supremo la imputación de Barberá, y llegaron las sonrojantes grabaciones y la apertura del sumario por parte del juez. "Había mucho dinero negro" y "corrupción política total", en palabras de María José Alcón, clave durante años en la estructura local. "Hay vida fuera de la política", declaró Casado.
Barberá compareció dos veces y lo negó todo, pero en Génova no gustaron sus explicaciones. "No explica nada, no convence nada y no ayuda nada", mostró su disgusto Javier Maroto, a coro con otros miembros de la cúpula. El 15 de marzo, Fernando Martínez-Maillo llamó a la exalcaldesa, acomodada en su escaño en la Cámara Alta, y le informó de que el Comité de Derechos y Garantías le abría tanto a ella como a su anterior equipo un expediente informativo. Durante todo el día, explicó el número tres del PP, habían estado estudiando el sumario del caso Imelsa y "algunas cosas" necesitaban ser "aclaradas". "Si es imputada, tendrá que devolver el carnet del partido", deslizaron.
Para ese momento, la percepción generalizada en el PP es que Barberá hacía mucho daño político resistiendo en el Senado, aunque ni Rajoy ni Cospedal lo dijeran nunca públicamente. El 3 de mayo, la exalcaldesa rindió cuentas ante el órgano interno, que dejó todo como estaba. Mientras, la presión mediática no cejó. "Estoy deseando llegar a Valencia para meterme en la cama", dijo la protagonista en julio, en el Senado. El 13 de septiembre, el Supremo movió ficha y abrió causa contra ella por blanqueo de capitales. Ese día, la exalcaldesa tenía un billete de AVE para ir a su cita en el Senado, pero la dirección del PP le pidió que se quedara en Valencia. Fue una jornada aciaga para el partido. Y arreciaron las presiones, con la amenaza de Ciudadanos de no apoyar a Rajoy en caso de que Barberá no dimitiera encima de la mesa.
Con enorme disgusto, Rajoy tomó una decisión: Barberá tenía que dejar el partido. No se lo quiso decir él, y se lo encomendó a Maillo, que mantuvo con ella una dura negociación de horas. Se negó y tuvo que tomar partido Cospedal, su amiga. En un momento dado, se le amenazó con la convocatoria del Comité de Derechos y Garantías, que aprobaría su expulsión. Y, al fin, su demoledor comunicado. "Expreso mi deseo de NO DIMITIR del Senado", avisó a navegantes. Alberto Núñez Feijóo y Alfonso Alonso, a las puertas de unas elecciones, le reclamaron que diera un paso. "Así, además de dar una muestra más de mi entrega al PP, evito que nadie se ampare en mí para esconder sus resultados electorales", escribió Barberá, en un mensaje velado a Alonso. Cristina Cifuentes también le emplazó a que se fuera "voluntariamente".
A partir de ahí, todo el PP asumió el mensaje de que ya no era del partido para hacer como si no existiera. Rajoy y Cospedal rehusaron pedirle el escaño, y se dieron por satisfechos. Con el paso de los días, el presidente descolgó el teléfono y habló con ella. Barberá se fue al Grupo Mixto, en concreto el 19 de septiembre, rodeada de enorme expectación. El día 20, el Supremo la citó para el 21 de noviembre. "Ya no es del PP", repitieron en Génova. Fue sola al Alto Tribunal, aunque recibió el apoyo privado del presidente. Dos días después, la terrible noticia y la conmoción generalizada de sus antiguos compañeros. "Se hace muy duro esto", dijo, noqueado, Rajoy en los pasillos del Congreso. A escasos metros, en el hotel Villa Real, había fallecido su amiga y otrora aliada política.
Con el PP en estado de shock, Rafael Hernando declaró que el PP apartó a Barberá para protegerla, evitó hacer autocrítica y se centró en cargar contra los medios de comunicación, en especial contra La Sexta. La realidad es que el partido repudió, por las razones anteriormente expuestas, a quien se afilió en Alianza Popular en 1976 y fue "la alcaldesa de España". Según Francisco Camps, "murió de pena". "Ha sido un enorme honor ser su amigo y por eso estoy aquí", declaró Rajoy en el funeral de Barberá, donde fue bien recibido por la familia de la senadora.