Después de una semana absolutamente esperpéntica, Pedro Sánchez dejó el pasado día 1 de ser secretario general del PSOE y en el partido socialista se abre un periodo de incertidumbre que terminará, o al menos es de esperar que termine, con unas primarias y un Congreso que elijan a un nuevo líder.
Un periodo, probablemente de varios meses, en el que sin duda asistiremos a varios episodios convulsos y en el que, casi para empezar, los socialistas tendrán que decidir si permiten gobernar a Rajoy, lo que a día de hoy parece la opción más probable dado el demoledor resultado que podrían tener para el PSOE unas elecciones en diciembre.
Porque tal y como apuntan unas encuestas que ni siquiera recogen lo peor de la crisis, el PSOE ya estaría pagando en intención de voto el lamentable espectáculo que medios y televisiones retransmitieron al minuto el pasado sábado pero, ¿va eso a favorecer a Podemos? Y, sobre todo, ¿va a hacerlo a medio y largo plazo? Siempre que el PSOE haga bien sus deberes, por supuesto, hay razones para pensar que no y aquí vamos a resumirles algunas.
Adiós al Gobierno
La primera consecuencia de la crisis en el PSOE es que Podemos se ha alejado, quizá definitivamente, de la posibilidad de formar parte de un gobierno. Adiós al CNI, a RTVE, al ministerio de Interior o a Defensa, y gran disgusto para el exJEMAD Julio Rodríguez, por ejemplo.
El problema no es sólo la evidente pérdida de poder, sino el hecho de que probablemente Podemos necesita la argamasa de ese poder para mantener unido a un grupo político que en realidad es un puzzle en el que se mezclan diferentes facciones de extrema izquierda, nacionalismos de todos los colores y, por supuesto, intereses personales de toda una constelación de líderes –regionales o nacionales– que no siempre reman en la misma dirección: Iglesias y Errejón, por supuesto, pero también Teresa Rodríguez, Rita Maestre, Ada Colau, Baldoví y Oltra, Beiras y sus mareas…
Si el PSOE se ha partido en dos lo cierto es que Podemos corre peligro de partirse en doce y, si la calma llega por fin a Ferraz y el gobierno a Moncloa, las luchas interinas que ocuparán el escenario político-mediático serán las del partido de los círculos.
Adiós a las elecciones
Muchos estamos convencidos de que Mariano Rajoy estaría encantado de ir otra vez a las urnas aunque, prudentemente, el presidente lo ha negado en público. Se abre ahora una negociación para la que ni siquiera estamos seguros de que haya interlocutores dentro del PSOE, pero que algunos incluso ya dan por iniciada y que, muy probablemente, acabará en una abstención que los socialistas ofrecerán en bandeja de plata, porque como ya ha señalado el presidente de la gestora, Javier Fernández, en caso contrario la perspectiva más que evidente es un descalabro electoral que es inevitable.
Y es que, tal y como dicen los más radicales dentro del partido puede que la abstención sea letal para PSOE, pero lo sería dentro de un par de años, como mínimo, y no el 18 de diciembre, en poco más de dos meses.
De hecho, los abstencionistas tienen a su favor un calendario que, si se evita la del 18 de diciembre, abre un tiempo sin convocatorias electorales de una amplitud inaudita en los últimos años: a expensas de lo que pueda ocurrir en una Cataluña impredecible, las primeras elecciones en el horizonte serían las andaluzas de marzo de 2019.
Incluso un previsible adelanto electoral de las generales no parece posible antes de bien avanzando 2018, un tiempo quizá suficiente para afianzar el nuevo liderazgo socialista y hacer olvidar en parte el escándalo de estos días.
El sorpasso se pospondría, por tanto, al menos dos años en los que en la práctica Podemos tendría que adaptarse a la vida en el Congreso –un terreno que hasta el momento Iglesias ha demostrado no dominar tan bien como el plató televisivo– y en el que, además, probablemente será irrelevante en el constante juego de acuerdos y carambolas parlamentarias que será necesario para aprobar casi cualquier ley.
Es decir, en la práctica la furibunda oposición de Podemos será irrelevante, mientras el PSOE, manejando bien sus cartas y la debilidad parlamentaria del PP, puede llegar a presumir de imponer reformas del agrado de su electorado.
Los votantes del PSOE no se irán a Podemos
Las elecciones de junio parecían el momento idóneo para pasar de votar socialista a votar podemita: todas las encuestas anunciaban el sorpasso, los de Iglesias y los de Garzón se habían dado el abrazo de Sol y Unidos Podemos parecía ser la opción definitiva para aquellos votantes que quisieran un gobierno de izquierdas o, incluso, la más fiable para los que tuviesen como único norte evitar el de Rajoy.
Sin embargo, la unión de Podemos con los restos de Izquierda Unida no sólo no le comió terreno al PSOE sino que perdió votos. Tampoco en las elecciones autonómicas del País Vasco y Galicia se puede decir que los malísimos resultados de los socialistas hayan catapultado a las candidaturas de Podemos o en las que estaba el partido morado, que en ambas comunidades autónomas sobrepasaron a los socialistas, pero estuvieron muy lejos de lo que esperaban y en ambos casos su resultado les hace irrelevantes.
Es más, las primeras encuestas publicadas que incluyen en parte el descalabro del PSOE, reflejan que esos votantes no se convierten en seguidores de los de Iglesias: según el sondeo de GAD3 para ABC publicado el lunes 3, el PP recogería la mayor parte de lo que se dejan los socialistas; en el de SocioMétrica para El Español de ese mismo día parece que es Ciudadanos el que se hace con la porción más grande de ese pastel.
¿Puede cambiar esto si cambia la posición del PSOE respecto a la investidura de Rajoy? Es posible que lo haga a corto plazo, pero lo que se vislumbra es una tendencia clara: es difícil aventurar que los socialistas que aún no se han pasado a Podemos vayan a hacerlo ahora, el PSOE puede seguir perdiendo votos, es obvio, pero parece que los vasos comunicantes entre los de Ferraz y Podemos se han roto o, al menos, no son tan grandes como antes.
La posible vuelta del PSOE al centro
El movimiento de los barones socialistas se desató, según explicaba García-Page el lunes después del convulso Comité General, al darse cuenta del acuerdo casi firmado entre Sánchez, Podemos y los nacionalistas.
El llamado "gobierno Frankenstein" para muchos era un auténtico suicidio para el PSOE, especialmente desde la posición de debilidad que supone tener sólo 85 diputados. Sin embargo, es imposible pasar por alto que eso es lo que han venido haciendo los socialistas allí donde han tenido la oportunidad y, de hecho, es lo que ocurre en la actualidad en Baleares, la Comunidad Valenciana o Aragón.
La situación de emergencia podría ser la razón del golpe de timón, pero cabe pensar si no se ha llegado a un punto en el que el PSOE está decidido a un cambio de rumbo con el que recuperar una posición más central en el tablero político.
En este sentido, cabe recordar también el discurso de Susana Díaz el jueves 29 ante el Comité Director del PSOE andaluz, en el que dejó muy claro que ella cree que su partido debe diferenciarse más de Podemos porque "entre el original y la copia la gente acaba eligiendo el original".
Esta transición parece esencial para los socialistas porque, efectivamente, si juegan la partida en el campo del populismo tienen todas las de perder. Si finalmente se produce este viraje al centro, con la capacidad que tienen los socialistas de arrastrar a la opinión pública y con el apoyo en los medios que podrían encontrar es probable que, poco a poco, el extremismo de Podemos se fuese quedando más y más arrinconado muy a la izquierda, en una posición marginal del tablero político desde la que es imposible ganar elecciones.
El empujón de las primarias y el nuevo líder
Por otro lado, el proceso de cambio en el PSOE atravesó el sábado día uno el que será, probablemente, el punto más bajo –ciertamente, es difícil imaginar nada peor– pero lo que queda por delante debería tener un efecto totalmente opuesto: un proceso de primarias bien llevado tiene un efecto muy positivo en la opinión pública, así como un congreso triunfal para el ganador.
Presencia masiva en los medios, un nuevo rostro para un país ávido de novedades y, de nuevo, la fuerza de un partido que emerja unido de la crisis y con un mensaje más claro puede no ser, desde luego, una mala tarjeta de presentación para disputarle el espacio de la izquierda en las elecciones.
¿El final de la luna de miel con los medios?
Aunque el PSOE no esté en su mejor momento para imponer condiciones a Rajoy a la hora de negociar su abstención, sí hay una que no sería difícil acordar, puesto que a largo plazo interesa a los dos partidos: dar la batalla en los medios a Podemos.
Por esta razón, sea más larga o más corta no es difícil aventurar que lo más probable es que esta legislatura suponga el final de la luna de miel de Podemos con unos medios de comunicación en los que hasta el momento han tenido carta blanca.
La cuestión es compleja porque lo cierto es que la profesión periodística está más que escorada hacia la izquierda, por lo que el éxito de Podemos en los medios es hasta cierto punto natural, pero no hay duda alguna que desde el poder y con el acuerdo del PP y el PSOE habría grandes cambios en nuestro panorama informativo y, muy especialmente, en las televisiones.
La propia actitud de Podemos reforzará al PSOE
El complejo de inmensa superioridad moral e intelectual de los líderes de Podemos hace en no pocas ocasiones se pasen de frenada, como se dice popularmente. Las amenazas preventivas en los gobiernos autonómicos a los que apoya a un presidente socialista o el espectáculo de personas reconociendo ser militantes de Podemos y protestando en la puerta de Ferraz pueden tener un efecto no buscado: reforzar a un PSOE cuyos militantes y votantes pueden sentirse agredidos.
El partido morado se ha mostrado en más de una ocasión –recuerden la famosa rueda de prensa en la que Iglesias se quedó con medio gobierno– como un socio desleal para el PSOE y sus injerencias en la crisis socialista están disparando esa percepción que, tanto desde puertas adentro de Ferraz como desde puertas afuera del partido, profundizará en la idea de la excesiva arrogancia que Pablo Iglesias y los suyos transmiten a un electorado que, a tenor de lo ocurrido en junio, puede estar ya harto de ella.
Que los líderes de Podemos ya se apresten a hacer leña del árbol aún no caído del PSOE y a hacerlo a golpe de insulto como Iglesias el miércoles, puede tener el efecto que tuvo aquella llamada a la cal viva en el Congreso.
Pérdida de poder municipal
Por último, tensar en exceso la cuerda con el PSOE puede tener un resultado que Podemos por ahora no parece contemplar, pero que podría ser durísimo para ellos: la pérdida del poder municipal.
Con la única excepción de Barcelona, en todos los ayuntamientos en los que hay "alcaldes del cambio" éstos dependen del PSOE. Pretender que si hay una desconexión autonómica eso no tendrá consecuencias en Madrid, Zaragoza o Cádiz es mostrar, una vez más, una arrogancia difícil de explicar.
Aunque los resultados de Podemos en las ciudades en las que gobiernan han ido empeorando elección tras elección, lo cierto es que ese escaparate es el único en el que Podemos puede transmitir al resto de España que es capaz de gobernar y de trasladar de alguna forma su programa electoral a hechos.
Sin ese escaparate la sensación de que el partido de Pablo Iglesias es un partido radical que nunca llegará al poder será –aún– mayor.