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Joaquín Leguina: "No me resigno a que el patriotismo sea exclusivo de la derecha"

Dice que no está en edad de pelear, pero se refiere a las peleas internas de partido, de su partido, el PSOE está ni se le espera.

Dice que no está en edad de pelear, pero se refiere a las peleas internas de partido, de su partido, el PSOE está ni se le espera.
Joaquín Leguina | D.A.

Dice que no está en edad de pelear, pero se refiere a las peleas internas de partido, de su partido, el PSOE, en cuyos órganos ni está ni se le espera. En otras peleas, como la que desde hace años buscan los nacionalistas con el resto de españoles, sí está, y de los primeros, con su último libro –Los diez mitos del nacionalismo catalán (Temas de Hoy)– bajo el brazo. Se trata de una colección de argumentos para desmontar las falacias de unos aprendices de brujo, los nacionalistas, con más fe que ciencia. Argumentos de tipo histórico, económico, jurídico y político, informados todos por el principio de que el primer derecho de cada ciudadano es el de no ser expulsado de su país; por consiguiente, el primer deber del Estado -de un Estado decente- ha de ser la defensa de ese derecho.

–Gonzalo Altozano: De los mitos que denuncia en su libro, casi la mitad son de tipo histórico.
–Joaquín Leguina: Los poderes existentes en cada momento siempre han buscado apoyarse en relatos que los legitimen, aunque sean burdas manipulaciones. En el caso del nacionalismo catalán, la cosa viene de lejos. Ya en el siglo XIX se suprimió y quemó cuando hizo falta del Archivo de la Corona de Aragón, como denunció el medievalista Antonio Ubieto. Y a la muerte de Franco la revista L'Avenç se marcó como objetivo aprender a hacer una historia nueva.

–G. A.: ¿Una historia nueva?
–J. L.: Sí, a favor de una Cataluña independiente. Una historia política, partidaria, alejada de la neutralidad y la parcialidad, del hermoso oficio de analizar y narrar el pasado con rigor y buena fe. Es decir, una historia que fuera todo lo contrario de la historia científica.

–G. A.: Uno de los miembros del consejo asesor de L’Avenç era Josep Fontana.
–J. L.: Historiador que pasó de la ciencia al mito por una cuestión de militancia. A propósito, Fontana venía del PSUC, como tantos otros, entre ellos, este que parece el primo de Zumosol, solo que en calvo: Romeva. Sobre estos comunistas catalanes se tiene que escribir una historia. Pero una historia de la infamia.

–G. A.: Pero los comunistas no son los únicos que han abandonado lo racional, lo solidario y lo internacionalista para rendirse a todo lo contrario: el nacionalismo.
–J. L.: Pocas cosas más difíciles de explicar que la capacidad de penetración de una ideología tan reaccionaria como el nacionalismo en la intelectualidad y la izquierda, incluido el sindicalismo. Todavía recuerdo a los líderes de Comisiones Obreras y UGT en Cataluña retratándose a favor del derecho a decidir. Era como si hubieran terminado de creerse que ser español es cosa de pobres.

–G. A.: Una rendición así, ¿cómo se explica?
–J. L.: Mediante dos errores que ha cometido la izquierda: pensar que todos los que estaban en contra de Franco eran de los nuestros y creer que España fue un invento de la dictadura.

–G. A.: ¿Y adónde lleva ese doble error?
–J. L.: A no poder pronunciarte sobre determinados asuntos, como este del nacionalismo, sin que te pongan entre la espada del franquismo y la pared del silencio o de la negación de la patria, de la patria común e indivisible de todos los españoles.

–G. A.: Usted sí se pronuncia.
–J. L.: Porque no me resigno a que el patriotismo sea exclusivo de la derecha. ¿Acaso no eran patriotas Fernando de los Ríos o Luis Jiménez de Asúa, o tantísimos otros socialistas? Es verdad que a lo a mejor no iban gritando "¡Viva España!", pero lo mismo que los obreros en las fábricas que cumplen y han cumplido con su deber. Porque mi idea de patriotismo, al igual que la del almirante Nelson, es precisamente esa, que cada uno cumpla con su deber.

–G. A.: Habrá quien le reproche no haber alzado la voz cuando Zapatero mandaba en España y en el socialismo.
–J. L.: Sí que lo hice, dentro y fuera del partido, pero no en el grupo parlamentario porque el mando –o sea, Zapatero– no dio ocasión. Su llegada al poder supuso un giro copernicano en la política territorial que había mantenido hasta entonces el PSOE.

-G. A.: ¿Les cogió por sorpresa?
-J. L.: En una ocasión, se reunieron a cenar Bono, Chaves, Ibarra, Maragall y Zapatero. Fue entonces cuando se decidió acotar el proceso de reforma catalana dentro de unas líneas que no deberían ser sobrepasadas. El núcleo del acuerdo luego se completaría y formalizaría en un gran acto del PSOE en Santillana del Mar. Con lo que no contábamos entonces era con la promesa que Zapatero haría a Maragall de apoyar el estatuto que saliera del Parlamento catalán.

–G. A.: Estatuto que fue algo más que un proyecto de ley.
–J. L.: Fue un acta de rendición y, al mismo tiempo, una máquina mortífera que acabó desalojando de la política a casi todos aquellos que lo elaboraron. Se pretendió meter por la ventana del estatuto lo que no cabía por la puerta de la Constitución. O dicho con otras palabras: reformar la Constitución a partir de un estatuto.

–G. A.: Zapatero lo justificó todo con un discurso según el cual lo común y lo singular, lo general y los hechos diferenciales no tenían por qué ser contradictorios ni mutuamente excluyentes.
–J. L.: Es decir, ¡la gallina! O la cuadratura del círculo. Un galimatías, en cualquier caso, muy propio de él. La doctrina zapateril en este asunto no era fácil de entender y menos de conciliar.

–G. A.: ¿Y no hubiera sido mejor para todos que su partido no se hubiera bajado de su propuesta competencial cuando aún se estaba redactando la Constitución?
–J. L.: La propuesta del PSOE distinguía claramente tres tipos de competencias: las atribuidas al Estado, las compartidas entre el Estado y las comunidades autónomas y las exclusivas de las comunidades. No prosperó porque a los nacionalistas no les interesaba una Constitución cerrada. Lo que explicaría un Título VIII que, al igual que aquellas fincas a las que se refería una famosa ley agraria franquista, sigue siendo "manifiestamente mejorable".

–G. A.: Pero no solo el PSOE ha cedido terreno a los nacionalistas, también la derecha, Aznar incluido.
–J. L.: Hay que distinguir el Aznar de la primera legislatura del de la segunda.

–G. A.: ¿Con cuál se queda usted?
–J. L.: El de la segunda lo hizo mejor. La mayoría absoluta le permitió cambiar de actitud en asuntos autonómicos y dejar de escuchar a los nacionalistas, aunque, quizás, simplemente dejó de escuchar (ya se sabe, impasible el ademán).

–G. A.: ¿Y el de la primera? ¿Cómo lo hizo el Aznar de la primera?
–J. L.: Se vio necesitado del apoyo de los nacionalistas, lo que llevó, de repente, a hablar catalán en la intimidad. Pero lo grave no fue esto.

–G. A.: ¿Y qué lo fue?
–J. L.: Que eliminó el concepto de gobernador civil por el muy humillante de subdelegado, y todo porque se le puso en los huevos al señor Pujol. Y más grave aún: no solo no recurrió la Ley de Política Lingüística de la Generalidad, sino que presionó hasta límites insoportables al entonces Defensor del Pueblo, Álvarez de Miranda, para que no la recurriera, y no la recurrió.

–G. A.: Hay quien se ha referido a esa ley como la nueve milímetros parabellum del nacionalismo catalán.
–J. L.: Con la Ley de Política Lingüística el nacionalismo convirtió un derecho en un deber. A falta de señales físicas diferenciadoras, los nacionalistas han ido convirtiendo la lengua en la principal seña de identidad. De esta manera, la lengua no es vehículo para la comunicación, sino expresión de la conciencia nacional. Por eso los nacionalistas detestan el bilingüismo.

–G. A.: ¿Solo lo detestan?
–J. L.: También lo persiguen, lo que supone un ataque directo a las personas. En mi libro reproduzco una circular de la Generalidad según la cual el personal de la sanidad catalana siempre hablará en catalán, independientemente de la lengua que utilice su interlocutor, "incluso cuando constate que el paciente tiene cierta dificultad de comprensión".

–G. A.: No es ese el único documento que recoge.
–J. L.: Recupero también uno de veinte folios que se filtró a la prensa en 1990 y cuyas ideas venían operando desde diez años atrás. El documento, al que en su día casi nadie dio importancia, marcaba la estrategia que Pujol llamó "fer país", es decir, hacer país.

–G. A.: ¿Cuáles eran las líneas maestras de la estrategia?
–J. L.: Inculcar el sentimiento nacionalista en la sociedad catalana. El documento hacía referencia a un ámbito geográfico, el de los Países Catalanes, que sobrepasaba los límites del Principado. Y propugnaba un férreo control social mediante la infiltración en casi todos los ámbitos, incluidos el ocio o la proyección exterior, sin olvidar, por supuesto, la enseñanza y los medios de comunicación.

–G. A.: ¿Por qué tanto empeño en la enseñanza y los medios?
–J. L.: Porque son las dos palancas más efectivas para manipular las conciencias.

–G. A.: Y todo este proceso de construcción nacional al margen, supongo, de la Constitución.
–J. L.: Se refiere el profesor Santiago Muñoz Machado a una Constitución aparente. Una Constitución no publicada en ninguna parte y cuyos preceptos no se pueden citar, pues no están escritos, sino que son imaginarios y se elaboran siguiendo procedimientos desconocidos. Lo único visible de esta Constitución aparente es que está desplazando enérgicamente a la Constitución escrita: la Constitución española.

–G. A.: A Pujol podrán reprochársele muchas cosas, pero no que viviera montado en la improvisación. ¿Tiene también Artur Mas su hoja de ruta?
–J. L.: Sí, una hoja de ruta hacia ninguna parte y cuyo primer paso consistió en una demostración de fuerza en la cual el pueblo catalán se expresaría a favor de la independencia. Sucedió el 11 de septiembre de 2012, día en que el nacionalismo situó a Cataluña en un horizonte de conflicto civil y fractura social, hasta el punto de que la divisoria de las aguas en la política catalana está hoy entre los partidarios de la secesión y los contrarios a ella.

–G. A.: ¿Y una vez sacado músculo qué?
–J. L.: Mas se presentó en Madrid para plantearle a Rajoy "las justas reivindicaciones del pueblo catalán", es decir, un pacto fiscal que otorgase a la Generalidad un modelo como el del cupo vasco.

–G. A.: El sistema de concierto merece una digresión en el relato de la hoja de ruta.
–J. L.: Lo que merece es una revisión por tratarse de una reliquia del antiguo régimen que ha sobrevivido por accidente. Lo que quizás no todos sepan es que la fórmula del pacto fiscal se ofreció a los nacionalistas catalanes al comienzo de los debates constitucionales.

–G. A.: ¿Por qué la rechazaron?
–J. L.: Porque pensaban que una Generalidad que comenzara su andadura cobrando impuestos a los ciudadanos corría el riesgo de no consolidarse.

–G. A.: O sea, que su victimismo en este supuesto no se sostiene.
–J. L.: Forma parte de los llantos y el crujir de dientes con los que expresan sus frustraciones los nacionalistas, lo mismo que de su memorial de agravios eterno y, a la vez, renovado.

–G. A.: ¿Incluimos ahí el "Madrid nos roba"?
–J. L.: Madrid no, Madrit, con t, su necesario enemigo exterior, y cuyo grano cuando se rasca termina por joderles todos los argumentos.

–G. A.: ¿A qué se refiere?
–J. L.: A las balanzas fiscales, método con el que pretenden avalar el mito del "Madrid nos roba", del "España nos roba". La balanza fiscal consiste en calcular cuánto ingresa el Estado proveniente de una comunidad autónoma y cuánto se gasta en aquel territorio. La diferencia entre esas dos cantidades nos daría el superávit o el déficit que tiene dicha comunidad respecto al Estado.

–G. A.: Hasta ahí es fácil de entender.
–J. L.: Lo complicado viene cuando toca hacer la correspondiente cuantificación, lo cual requiere una metodología compleja.

–G. A.: Póngase en manos de un experto.
–J. L.: Ángel de la Fuente, autor de Balanzas fiscales: una breve introducción, un estudio realizado con datos de los ejercicios 2001 a 2005. Según De la Fuente, Cataluña tendría un déficit neutralizado de entre un 5 y un 6% del PIB de la región, lo que la colocaría sobre la recta de la regresión.

–G. A.: ¿Eso qué significa?
–J .L.: Que Cataluña paga lo que tiene que pagar y recibe lo que tiene que recibir según la norma que se aplica en España a todas las comunidades autónomas.

–G. A.: ¿Y Madrid?
–J. L.: Madrid, en cambio, arroja un saldo fiscal negativo del 12% del PIB, siendo su PIB por persona el más alto de España.

–G. A.: Entonces es Madrid la que con más legitimidad puede entonar el "España nos roba".
–J. L.: Tampoco. Porque la noción de balanza fiscal encierra una idea confusa.

–G. A.: ¿Cuál?
–J. L.: La de que los tributos los pagan los territorios, cuando lo cierto es que los pagan las personas, físicas o jurídicas. Así que la única balanza fiscal que cabe imaginar es la de los tributos pagados por don José García menos el valor de los servicios públicos recibidos por don José García, y todo calculado por don José García.

–G. A.: Un tipo minucioso, don José García.
–J. L.: E insolidario. En cualquier caso, ¿alguien le haría el menor caso si se presentara con una pancarta en el número 2 de la calle Alcalá, sede del Ministerio de Hacienda, pidiendo que le equilibren su balanza fiscal?

–G. A.: Quizá si se cambiara el nombre y el apellido por unos de rancio abolengo nacionalista...
–J. L.: El problema es que el primer apellido catalán en la provincia de Barcelona es Ferrer y ocupa el número 32.

–G. A.: ¿Explica eso, señor doctor en Demografía por la Sorbona, la obsesión demográfica de Pujol?
–J. L.: Eso también viene de lejos, de comienzos del siglo XX, con Vandellós, un científico social catalanista, cuyas tesis advertían de una invasión de Cataluña por los charnegos. Pujol retomó ese hilo y montó un instituto demográfico (con profesionales muy competentes, por cierto), cuyo objetivo era la potenciación del modelo familiar para garantizar la sustitución biológica.

–G. A.: Dejemos a Pujol y a su numerosa prole a disposición judicial y retomemos el relato de la hoja de ruta de Mas donde lo habíamos dejado: en su visita a Rajoy solicitándole el cupo catalán.
–J. L.: Rajoy debió decirle que no estaban las magdalenas para tafetanes o, dicho de otra manera, que ni había dinero ni estaba dispuesto a abrir el melón de una fórmula de financiación autonómica imposible de generalizar.

–G. A.: ¿Contaba Mas con un plan B?
–J. L.: Sí: la disolución del Parlament y la convocatoria de unas elecciones bajo el leit motiv del llamado derecho a decidir, un ejemplo de la perversión del lenguaje, algo propio del discurso demagógico.

–G. A.: ¿Por qué?
–J. L.: Porque decidir es un verbo transitivo que necesita obligatoriamente de un objeto directo para que su significado sea completo, y en este caso ese complemento directo no aparece por ninguna parte.

–G. A.: Y el objeto directo no puede ser otro que…
–J. L.: … el derecho a decidir la autodeterminación.

–G. A.: ¿Por qué lo ocultan?
–J. L.: Porque Naciones Unidas solo reconoce la autodeterminación de los pueblos colonizados.

–G. A.: Y Cataluña, que se sepa, no es una colonia.
–J. L.: Sería la primera de la historia en la que los que mandan son los colonizados y los realmente excluidos son los supuestos invasores.

–G. A.: Tampoco lo son Escocia y Quebec, le dirán, y allí se han celebrado referéndums.
–J. L.: Son supuestos históricos distintos. ¿Hay que recordar que Cataluña ha formado parte de la Monarquía Hispánica o del Estado español desde el siglo XVI? Por otro lado, el fundamento de esos procesos foráneos no es un principio operativo por encima de las leyes, sino el cumplimiento estricto de sus previsiones legales.

–G. A.: Quizás por eso Mas ha dejado últimamente de recurrir al Derecho Internacional para llamar a las puertas del Derecho Civil.
–J. L.: Con la frivolidad que le caracteriza, comparó la situación de Cataluña y el resto de España con la de un matrimonio que ya no se entiende. Puestos a buscar figuras aplicables al caso, mejor que el divorcio lo describe el pro indiviso.

–G. A.: En el pro indiviso todos somos propietarios.
–J. L.: Y quien quiera romperlo habrá de hacerlo según unas reglas. Si los nacionalistas quieren hacerlo de otra manera, han de saber que están atentando contra mis derechos. Y mis derechos se defienden con la ley en la mano.

–G. A.: La ley, otra vez la ley.
–J. L.: Que es lo que separa la civilización de la barbarie. No hay democracia sin ley, sin imperio de la ley.

–G. A.: ¿Y si el próximo 27 Artur Mas se salta la ley –una vez más– y sale al balcón de la Generalidad para proclamar el Estado Catalán?
–J. L.: Lo mismo hizo Companys el 6 de octubre de 1934 y, con buen sentido, fue detenido y enviado una temporada a la sombra.

–G. A.: Pero la mayoría del pueblo catalán…
–J. L.: La mayoría del pueblo catalán siempre será una pequeña minoría de todos los afectados por la secesión.

–G. A.: ¿Entonces el Estado nunca ha de avenirse a celebrar un referéndum de autodeterminación?
–J. L.: Si lo hiciera, firmaría su sentencia de muerte.

–G. A.: ¿Y si se celebra y los catalanes votan no?
–J. L.: Ya se encargarían los nacionalistas de insistir hasta que saliera .

-G. A.: ¿Y una vez logrado el ?
–J. L.: Entonces el resultado ya no sería reversible. De lo que se deduce que la única alternativa política en un hipotético Gobierno de una Cataluña independiente estaría reservada solo a los grupos partidarios de la independencia.

–G. A.: Hablando se entiende la gente, dijo aquel.
–J. L.: Soy partidario del diálogo, pero no de la rendición. Y soy partidario del diálogo con los catalanes, no con los nacionalistas, a los que hay que bajar del burro. Porque el gran error ha sido confundir Cataluña con sus élites políticas.

–G. A.: Le van a llamar separador, fabricante de independentistas y no sé cuántas cosas más.
–J. L.: Eso me lo llamarán los terceristas, los del ni sopa ni teta, aquellos que tanto se cuidan de no molestar a los nacionalistas, pero a los que importa menos el maltrato a los catalanes que se sienten españoles. Pues que sepan que no me van a callar la boca.

–G. A.: ¿Pero sirve de algo hablar? ¿No es demasiado tarde? ¿Acaso solo quepa ya conllevar el problema?
–J. L.: Eso decía Ortega, que el problema catalán no tenía solución, que solo cabía conllevarlo. Pues no estoy en absoluto de acuerdo. En este asunto no existe nada inexorable y las opiniones de los catalanes, como las de cualquier ser humano, no son fijas, sino variables, y dependen en buena medida de la capacidad de convicción que demostremos los no nacionalistas. Hay que dar la batalla y hay que darla con decisión. Porque las únicas batallas que se pierden son las que no se dan.

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