El líder de Unió, Josep Duran Lleida, dejó el cargo de secretario general de CiU pocos días antes de que estallara el caso de los Pujol con la confesión del patriarca del clan. Ya había abogado entonces por la refundación de su propio partido para crear una suerte de Podemos de derechas, idea que mantiene y que ha transformado en una conferencia política sin políticos prevista para finales de este mes.
Se trata de la plataforma con la que Duran pretende afrontar el futuro de Unió sin CiU. Y si hasta ahora la versión generalizada era que el histórico dirigente "socialcristiano" manejaba a su antojo el partido y controlaba hasta el menor resorte, las últimas semanas han puesto de manifiesto que la mayoría de los altos cargos de Unió, designados todos ellos por el propio Duran, dan la espalda a su proyecto y se "afilian" sin dudarlo al de Artur Mas.
En el grupo de CiU del Parlamento autonómico, por ejemplo, nueve de los catorce diputados de la cuota de Unió ya se han mostrado favorables al doble sí en la pregunta del referéndum del 9-N. La posición oficial y por la que hace campaña el partido democristiano es por el sí a la primera pregunta y libertad de voto para la segunda, igual que los ecosocialistas de Iniciativa per Catalunya, pero el grueso de Unió es decididamente independentista.
A pesar de la incomodidad que a Duran le produce el proceso, el separatismo catalán no se entendería sin Unió. El presidente de la Associació de Municipis per la Independencia (AMI) es Josep Maria Vila d'Abadal, alcalde de Vich por Unió, partido que abandonó hace poco más de un año por discrepancias con Duran. El presidente del Pacte Nacional pel Dret a Decidir, Joan Rigol, es otro de los dirigentes históricos de Unió. Rigol fue presidente del parlamento catalán y pasaba por ser un moderado. Además del Pacte, -que agrupa a partidos, sindicatos y toda clase de asociaciones, incluidas las deportivas-, preside el patronato que gestiona la construcción de la Sagrada Familia.
Otro de los más destacados impulsores del proceso es el secretario de Universidades de la Generalidad, Antoni Castellà, también dirigente de Unió. Y la actual presidenta del Parlament, Núria de Gispert, a la sazón preboste democristiana, se suma las grandes figuras del separatismo.
Por si no fuera suficiente que dos de las cuatro grandes secciones del movimiento separatista -a la AMI y el Pacte se han de sumar la ANC con el aditamento de Òmnium y el Consell per a la Transició Nacional (CATN)- estuvieran en manos de Unió, además de la presidencia de la cámara regional, los dos departamentos de la Generalidad responsables del 9-N también son para políticos del partido: Ramon Espadaler, consejero de Interior y máxima autoridad de los Mossos d'Esquadra, ha mostrado una gran sintonía con Artur Mas y dado sobrados ejemplos de independentismo; y Joana Ortega, que era la figura más moderada de Unió y menos sospechosa de radicalismo, ha sido la encargada de montar el 9-N en calidad de vicepresidenta del ejecutivo catalán. No se ha distinguido por su apasionamiento en la tarea, pero sí por su profesionalidad, de tal manera que Mas ha podido decir que ya está todo listo antes de que el Tribunal Constitucional vuelva a suspender el referéndum.
Los contactos de Duran con Moncloa, Zarzuela y el gran empresariado contrastan con su aislamiento en la política catalana, en la que la sala de máquinas del proceso separatista tiene más que ver con la en apariencia moderada Unió que con Convergència o Esquerra. Sólo Josep María Pelegrí, consejero de Agricultura de la Generalidad, parece al margen de la oleada separatista que se adueña de Unió y que predice la fusión por absorción del partido de Duran en una "nueva" Convergència que empieza a conocerse como "el partido del president".