En un Gobierno en el que no hay hueco para nada más que no sea la economía y en cómo revertir la difícil crisis que azota el país, los gritos de independencia llegados de Cataluña pillaron primero con el pie cambiado para después admitir en privado un desconcierto “total” sobre qué hacer o decir para combatir el órdago nacionalista.
Quienes conocen al presidente no ponen en duda su patriotismo, si bien afirman que no esperaban que la bola fuera haciéndose tan grande. “Ni Artur Mas se lo esperaba, porque no le conviene ni a él ni a nadie y ahora nos ha metido en un lío muy serio”, asegura un ministro. El momento más delicado llegará cuando, en caso de ganar las elecciones regionales con mayoría absoluta, se vea con fuerzas de plantear un referéndum sin el consentimiento del Congreso de los Diputados, que esta misma semana ya dejó constancia de su rechazo frontal.
El Ejecutivo espera que no llegue ese escenario. Y para ello ha ido modulando su discurso hasta convertir la defensa de una España unida, sin fisuras, como marca electoral tanto en Galicia como en el País Vasco. “Votar a Feijóo es votar por la unidad de todos los españoles”, proclamó Mariano Rajoy en el mitin más importante de campaña. Para Antonio Basagoiti, está en juego la España constitucional con un PNV que es “primo hermano” de CiU.
En Cataluña, que celebra sus comicios en noviembre, no habrá otra idea encima de la mesa: “Somos España. Cataluña es España y debe saber de los riesgos que supone salirse de ella. Existe una falsa realidad que debemos descubrir”, afirma un cargo de la dirección nacional del PP. “Una Cataluña fuera de España sería una Cataluña fuera del euro, sin empresas porque saldrían huyendo, más pobre y con más paro”, resume. El Gobierno se desplazará casi en pleno a la región, al igual que la cúpula del partido que le sustenta -la próxima Interparlamentaria del partido será, por ejemplo, en Barcelona-.
Alicia Sánchez Camacho también contará con el presidente. La agenda ya se está diseñando, pero se espera una presencia “muy activa” en la que hará pedagogía. Por ejemplo, como la que hizo Soraya Sáenz de Santamaría desmontando este jueves las semejanzas con Escocia en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros. “No nos podemos esconder, porque estamos ante una circunstancia extraordinaria”, afirman desde el PP. Y confesar que es un problema, y gordo, ya es un cambio de actitud con respecto a las primeras respuestas a la crisis, cuando se trató de minimizar.
En pleno órdago secesionista, llegó el día de la Fiesta Nacional, el primero para Rajoy. Un chute de patriotismo para un Gobierno que no fue recibido con abucheos o silbidos por parte del público, como sí le ocurría a José Luis Rodríguez Zapatero. Y en los habituales corrillos, si de algo se habló fue de España.
En los despachos y comidas fuera de agenda pública, el presidente sigue creyendo que al final no se planteará la consulta, y rememora lo ocurrido con el plan Ibarretxe en el País Vasco. Ése es el recorrido según Rajoy, que ha tenido que tranquilizar a más de un empresario preocupado. Con ellos coincide en que las dudas sobre un país fuerte también “cotizan en Bolsa”, como dijo la vicepresidenta. Y aunque espera que las aguas vuelvan a su cauce, no las tiene todas consigo. Como dice uno de sus asesores, “no ayuda la campaña electoral, pero ahí estará el Gobierno para decir la verdad de lo que supondría la ruptura”.