ETA asesina a un policía, tres militares y al periodista López de Lacalle
En torno a las once de la noche del miércoles 7 de mayo de 1975 ETA asesinaba a tiros en Bilbao al inspector de policía FERNANDO LLORENTE ROIZ cuando iba a entrar en su domicilio de la calle Calixto Díez.
Fernando regresaba a su casa, tras terminar su jornada laboral. Antes de subir a su domicilio, había entrado en el Bar Garrote que estaba lleno de público que contemplaba un combate de boxeo televisado. Allí se encontró con unos amigos, con los que bebió dos chiquitos. Después recogió una bota de vino que había dejado en el bar para que la arreglasen y salió en dirección a su casa. Acababa de terminar el décimo asalto del combate.
Para entonces su esposa, María Icíar Ortueta Ozamiz, había recibido una llamada telefónica de un desconocido preguntándole si había regresado su esposo, a lo que respondió negativamente.
Los clientes del bar escucharon los disparos en el momento en que Fernando abandonaba el establecimiento. Un testigo presencial relató que todos se tiraron al suelo y que los disparos fueron aislados, de pistola, y no en ráfaga. Cuando salieron, el inspector ya estaba sobre la acera, en la puerta de su domicilio. Un vecino que se encontraba asomado a la ventana afirmó que vio correr a toda velocidad a dos individuos en dirección a la calle General Salazar.
Fernando Llorente fue auxiliado por sus vecinos y amigos. Inmediatamente le trasladaron en un taxi al Hospital Civil de Basurto, donde falleció minutos después en la unidad de reanimación del centro hospitalario.
Al día siguiente los restos mortales de Fernando se trasladaron a la Jefatura Superior de Policía de Bilbao. Unas doscientas personas aguardaban la llegada del cadáver en un ambiente de gran tensión. El funeral se celebró a las 12:30 horas en la propia Jefatura. Su viuda dio muestras de gran entereza, y antes de iniciarse el funeral dijo que perdonaba "de todo corazón a quienes han asesinado a mi marido". El director general de Seguridad, Francisco Dueñas, le impuso a título póstumo la Medalla de Oro al Mérito Policial con distintivo rojo, máximo galardón que prendió en la bandera española que cubría el féretro.
Fernando Llorente Roiz, de 51 años, era natural del pueblo santanderino de Villanueva de Villaescusa. Había ingresado en el Cuerpo General de Policía veintisiete años antes. Estuvo destinado un año en Valladolid, regresando después a Bilbao, donde permaneció en distintas secciones de la Jefatura Superior. Primero en la llamada Brigada de Orden Público 091, donde llegó a ocupar el puesto de jefe de sala de la misma Brigada. Desde nueve años antes de su asesinato había pasado a la sección del Documento Nacional de Identidad, a petición propia y debido a problemas de salud ya que tuvo que ser sometido a una intervención quirúrgica de vesícula. Estaba casado con Icíar Ortueta Ozamiz, hija de un afamado corredor de motos de los años 40, Javier Ortueta, y tenía tres hijas de 20, 17 y 3 años en el momento en que su padre fue asesinado.
A las diez y media de la mañana del 7 de mayo de 1981, ETA asesinaba en el centro de Madrid a tres militares del servicio directo del Rey, en un atentado que iba dirigido contra el jefe del Cuarto Militar de la Casa Real, el teniente general Joaquín Valenzuela Alcívar-Jáuregui, que resultó herido de gravedad. El atentado lo ordenó el dirigente de la banda terrorista Juan Lorenzo Lasa Mitxelena, alias Txikierdi y lo ejecutaron Henri Parot y otros miembros del grupo Argala de ETA.
El atentado se produjo a las 10:30 horas en pleno centro de Madrid, al hacer explosión un artefacto que dos terroristas montados en una motocicleta depositaron instantes antes en el techo del vehículo en el que circulaban los militares. Los dos terroristas siguieron al Dodge oficial y, cuando se encontraba en la calle Conde Peñalver, se pusieron a su altura. Parot, que iba de copiloto, depositó el artefacto explosivo colocado dentro de una bolsa de un supermercado con unos imanes para que se adhiriera al techo. Estaba fabricado como una carga hueca para dirigir la onda expansiva hacia el interior del coche y multiplicar sus efectos. Tras la operación, los terroristas huyeron en dirección al Retiro. Apenas unos instantes después, y sin que el coche de escolta pudiera reaccionar, la bomba hizo explosión. Los militares fallecidos fueron el teniente coronel GUILLERMO TEVAR SECO -ayudante del teniente general Valenzuela-, el suboficial de escolta ANTONIO NOGUERA GARCÍA, y el soldado conductor MANUEL RODRÍGUEZ TABOADA.
Además del teniente general Valenzuela, hubo otros veinte heridos que se encontraban en las inmediaciones: Basilio Vega Vallejo, Pilar Pastoriza Orozco, Víctor Fernández Ortiz, Paula Corchado Denche, Manuel Matey Bande, María Melitona García García, Ángel Vizcaíno Alba, Celia Arselina del Son Sánchez, Antonio Núñez Gómez, María Teresa del Pozo Pérez, María de los Reyes Esteban Ortiz, María Pilar Garrido Egaña, Luis Hinojosa Fernández, María Pilar Sanz Veguillas, María Montserrat Malo Arrondo, Julio Jorge Apestique Infiesta, María Dolores Infiesta Díaz, Juan Sánchez Martín, Constantino Fernández Espinosa y María Molinero Martín. A medianoche, el estado del teniente general Valenzuela era relativamente satisfactorio. De acuerdo con el parte médico emitido, había "cierto grado de optimismo, aunque el pronóstico sigue siendo de gravedad". Todos los heridos fueron recuperándose de las heridas sufridas.
La capilla ardiente de las víctimas se instaló en el Regimiento de la Guardia Real, en El Pardo, y fue visitada esa misma noche por los Reyes de España. El triple asesinato provocó una respuesta ciudadana sin precedentes hasta entonces. Millones de españoles, siguiendo el llamamiento de partidos y sindicatos, paralizaron su actividad durante unos minutos al día siguiente para expresar su rechazo.
En medios militares se temía desde hacía tiempo una acción espectacular de ETA en Madrid, y esa era probablemente la razón de que durante el fin de semana anterior al atentado se adoptaran medidas especiales de vigilancia en la I Región Militar. La guarnición de Madrid estuvo acuartelada tras el atentado durante tres horas. Por la tarde surgió el rumor de la dimisión del ministro del Interior, Juan José Rosón, extremo que fue rápidamente desmentido por fuentes oficiales.
Este atentado de ETA suponía un paso más en la estrategia de la tensión que había iniciado otro grupo terrorista, los GRAPO, con el asesinato del general González de Suso. Tras el atentado, grupos de extrema derecha se manifestaron frente al Cuartel General del Ejército, injuriaron al Rey y pidieron la interrupción del proceso democrático. La preocupación existente tras el atentado quedó reflejada en las declaraciones hechas esa misma noche por el presidente del Gobierno vasco, Carlos Garaikoetxea, quien afirmó que ETA, los GRAPO y otros grupos terroristas buscan objetivamente idénticos resultados: "Provocar el hundimiento del proceso democrático". En el mismo sentido se expresó el secretario general del PSOE, Felipe González, en una conferencia de Prensa celebrada en Madrid.
ETA reivindicó el atentado el 7 de mayo mediante llamadas telefónicas a diversos medios informativos de Bilbao. En 1992 fue condenado por este atentado Henri Parot a penas de 30 años por cada uno de los tres asesinatos y a otros 26 por el asesinato frustrado del teniente general Valenzuela. En 1993 fueron condenados a las mismas penas Juan Lorenzo Lasa Mitxelena, Txikierdi, como inductor y cooperador necesario, e Isidro Garalde Bedialauneta, como cooperador necesario.
Antonio Noguera García, cabo de la Guardia Real, casado y con tres hijos, tenía 39 años. Era natural de Frigiliana (Málaga). Su vida laboral la inició en un comercio de calzado, y de allí paso a la escolta de Franco. Cuando fue asesinado pertenecía a la Guardia Real.
Manuel Rodríguez Taboada, soldado de la Guardia Real, tenía 36 años. Natural de Orense, con 23 años se trasladó a Madrid para ingresar en la guardia motorizada de Franco. De aquí pasaría al servicio de la Casa Real. Estaba casado y tenía tres hijos.
Guillermo Tevar Seco, teniente coronel de Infantería, tenía 56 años. De origen aragonés, estaba casado y era padre de tres hijos. Era diplomado en carros de combate y en automóviles.
El domingo 7 de mayo de 2000, la banda terrorista ETA asesinaba al periodista y columnista de El Mundo JOSÉ LUIS LÓPEZ DE LACALLE. Eran aproximadamente las 9:45 horas. La víctima, de 62 años de edad, regresaba a su domicilio en la calle Ondarreta de Andoain. Cuando se disponía a abrir el portal, un terrorista le disparó a quemarropa. López de Lacalle recibió inicialmente dos disparos en el tórax y, posteriormente, fue rematado en el suelo con otros dos tiros en la sien y en la nuca. Los autores del atentado huyeron en un vehículo por una de las salidas de Andoain a la carretera N-1, en dirección a San Sebastián, situada a poco más de trescientos metros del escenario del crimen.
José Luis había abandonado su vivienda poco antes de las nueve de la mañana. Se dirigió a la librería Stop, donde compró ocho periódicos diferentes. Desde ahí se fue caminando hasta el Bar Elizondo. Poco después, tomó el camino de regreso hacia su casa, donde le esperaban dos terroristas.
Junto al cuerpo de José Luis López de Lacalle había dos bolsas con los diferentes periódicos que había comprado, desde Abc hasta Gara, y un paraguas granate. El cadáver permaneció tapado con una sábana durante aproximadamente tres horas, y su levantamiento se produjo en torno a las 12:30 horas por orden del juez de guardia, que dispuso su traslado al Instituto Anatómico Forense de Polloe, en San Sebastián, para practicarle la autopsia.
En el momento del atentado, en el domicilio de José Luis López de Lacalle se encontraba sólo su hijo Alain, de 21 años y estudiante de Derecho. Su otra hija, Aitziber, médico de 28 años, estaba en Ginebra. La esposa, María Paz, estaba en el momento de los hechos en el domicilio de sus padres. María Paz era profesora jubilada de una ikastola.
En el lugar del crimen se personaron de inmediato un hermano del fallecido y su esposa, así como una cuñada que venía de pasear por el monte y que, al ver el cadáver de su familiar, comenzó a gritar "¡asesinos, asesinos!".
Poco después de que la Ertzaintza acordonara la zona y se hiciera cargo de la investigación, fueron llegando distintas personalidades, como el director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, que se desplazó desde Madrid; el portavoz del Gobierno vasco, Josu Jon Imaz; el subdelegado del Gobierno en Guipúzcoa, Eduardo Ameijide; Joseba Egibar, portavoz del PNV y natural de Andoain; Ramón Jáuregui, dirigente del PSOE; Manuel Montero, rector de la Universidad del País Vasco; el escritor Raúl Guerra Garrido; Consuelo Ordóñez, hermana del concejal donostiarra del PP Gregorio Ordóñez, y Antxon Karrera, dirigente de EB-IU, entre otros. También acudieron el vicepresidente del Gobierno español, Mariano Rajoy y el ministro de Interior, Jaime Mayor Oreja.
Años antes de ser asesinado, había recibido amenazas de muerte, mediante pintadas cerca de su domicilio o a través de carta. El 27 de febrero de 2000 un grupo de desconocidos lanzó varios cócteles molotov contra su casa, que impactaron en un balcón. El consejero de Interior, Javier Balza, explicó que se puso en contacto con López de Lacalle a raíz del ataque a su vivienda en febrero. Aseguró que en este caso, como en el de todas las personas amenazadas, se establecieron medidas especiales de precaución por parte de las patrullas de cada municipio, que vigilan con especial intensidad los domicilios y los destinos de estas personas.
Joseba Pagazaurtundúa, también asesinado por ETA tres años después, denunció la relación que pudo haber entre el asesinato de López de Lacalle y la construcción de la autovía de Leizarán. El periodista escribió decenas de artículos denunciando que la modificación del trazado de la autovía, tras un pacto entre PNV y PSE después de una campaña de atentados de la banda asesina, era una clara concesión a ETA. Según cuenta Pagaza en su vídeo denuncia, un alto dirigente del PNV le dijo a José Luis en Zaráuz: "te vamos a tapar la boca", algo que se materializó con la no publicación en El Diario Vasco de un artículo del periodista denunciando las concesiones a ETA en este asunto. "José Luis López de Lacalle no volvió a escribir más para El Diario Vasco, a pesar de que le dijeron que escribiera sobre lo que él quisiera, menos sobre la autovía de Leizarán", denuncia Pagaza, y añade que le confesó que un alto cargo del PSE tuvo que ver con la decisión del periódico de no publicarle su último artículo.
A pesar de las amenazas y los ataques, se negó a abandonar Andoain. "Los franquistas me encarcelaron cinco años, pero jamás se atrevieron a agredir a mi familia", dijo en una entrevista en El Diario Vasco el día que atacaron su domicilio con cócteles molotov.
El funeral por José Luis López de Lacalle se celebró al día siguiente 8 de mayo, a las siete de la tarde, en la Iglesia de San Martín de Andoain. A primera hora de la mañana, el cuerpo fue trasladado al cementerio de Andoain, en donde por deseo de la familia hubo un entierro en la intimidad.
En 2001 fue detenido por la Ertzaintza el etarra José Ignacio Guridi Lasa con el revólver con el que asesinó a De Lacalle. Fue condenado a 30 años en 2002. En enero de 2009 fue condenado el exjefe de ETA Javier García Gaztelu, alias Txapote, a otros 30 años por ordenar el asesinato del periodista. En noviembre de 2009 fue extraditado por Francia el etarra Asier Arzalluz Goñi, alias Santi, Epeta y Sendoa, presunto coautor de los asesinatos de José Luis López de Lacalle y de los guardias civiles Irene Fernández Perea y de su compañero de patrulla, José Ángel de Jesús Encinas en Sallent de Gallego (Huesca) en agosto de 2000. Anteriormente ya había sido extraditado temporalmente para ser juzgado en España por otros atentados.
José Luis López de Lacalle tenía 62 años y era de Tolosa (Guipúzcoa). Estaba casado con María Paz Artolazábal y tenía dos hijos: Aitziber, de 28 años, y Alain, de 21. Pasó por la cárcel durante el franquismo por su significación como militante del Partido Comunista. Fue uno de los fundadores de Izquierda Unida en el País Vasco, aunque pronto se desligó de la coalición, a la que criticó con dureza por su presencia en el Pacto de Estella.
Trabajó como gerente de una empresa y en una cooperativa y en el momento de su asesinato era colaborador del periódico El Mundo, en cuyas páginas analizaba semanalmente la actualidad política desde 1997. También pertenecía al consejo editorial del periódico. Su último artículo, "El cambio necesario", se publicó el 2 de mayo, cinco días antes de ser asesinado. José Luis reclamaba elecciones anticipadas después de que ETA y el PNV hubiesen pactado romper con las "fuerzas españolistas".
Después del asesinato de Miguel Ángel Blanco participó en la constitución del Foro de Ermua, del que era miembro destacado. "Nunca he soportado que la vida ajena se utilice como instrumento de presión política", escribió José Luis en su columna de El Mundo "La niebla y el trasluz" el 25 de julio de 1998.
Se autodefinía como vasco no nacionalista: "Me duele la Euskadi negra. Me gustaría una Euskadi armónica e integrada en el autogobierno. Me siento más vasco fuera del país (...). Me identifico en iguales términos con una España reconciliada, democrática, civilizada, plural, habitable, abierta a la modernidad y al mundo. No me preocupa lo más mínimo que su integración en la UE signifique una pérdida de soberanía a chorros (...). Por las mismas razones que no soy nacionalista vasco, no soy nacionalista español".
En la página donde se presenta la Fundación José Luis López de Lacalle puede leerse: "José Luis fue un luchador por la libertad, y también uno de sus más convencidos usuarios. Su espontaneidad, su ausencia de complejos, su optimismo y su sonrisa permanente trazaban un perfil incompatible con la sociedad atemorizada que nos quieren imponer. José Luis fue una persona irrepetible y con él mataron también una parte de nuestros mejores sueños".
Como dijo su viuda, las únicas armas que utilizó en su vida fueron "una máquina de escribir y un bolígrafo". Con ellos denunció las injusticias de la dictadura franquista, del nacionalismo vasco excluyente y el terrorismo de ETA. Después de asesinarle, el entorno proetarra siguió atacando la memoria del periodista, con pintadas en su localidad donde podía leerse: "De Lacalle jódete asesino".