La manifestación de este fin de semana en Palma ha demostrado una vez más la capacidad de la sociedad civil para levantar su voz en defensa de lo que cualquier persona puede considerar como su derecho más elemental: la libertad de usar su propia lengua, en su propia tierra, y el derecho a que sus propios hijos puedan recibir enseñanza asimismo en la lengua materna.
Esta libertad, tan elemental como digo a ojos de cualquiera, resulta violada sistemáticamente en España desde hace algunos años por quienes pretenden comportarse con el español y los españoles como si fueran invasores extranjeros. Y la tragedia resulta de que son nuestros propios compatriotas los que se ensañan con el castellano en la vida pública y, cada vez más, en la propia esfera privada de las personas.
De ahí que debamos celebrar que en el seno de la propia sociedad civil hayan surgido iniciativas como la del Círculo Balear con Jorge Campos a la cabeza, dispuestas como la Galicia Bilingüe de Gloria Lago a actuar en consecuencia con los principios y a denunciar rotundamente la actual discriminación del castellano en múltiples regiones de España, porque lo que denuncian es en primer lugar la represión de nuestro derecho reconocido constitucionalmente a la libertad lingüística.
Pero estar dispuesto a semejante denuncia significa además, en la España actual, enfrentarse a un tupido entramado de intereses y, por si fuera poco, a la ira violenta de los profesionales juveniles del insulto, la pintada, la provocación y la agresión física. Ya han reventado manifestaciones en Galicia, y este fin de semana han aparecido pintadas en la sede del Círculo Balear cuando todavía resonaban los ecos del éxito de una reunión cívica que, por encima y por debajo de las siglas de los partidos, congregó a varios miles de ciudadanos por una causa común.
Allí había personas de toda clase y condición unidas por la defensa de la libertad lingüística. Era la ciudadanía hecha clamor sin odio, sin revancha, sin insultos. Fueron los de siempre, los que dicen ser progresistas, y en aras de esa progresía se permiten todo lujo de furibundas acusaciones y embustes, los que lanzaron los improperios a unos ciudadanos que lo único que hacían era ejercer otro de sus derechos más elementales, como es el de manifestarse pacíficamente.
Es importante ver a las personas salir de casa para reivindicar aquello en lo que creen, para defender aquello a lo que creen tener derecho. Es importante que los ciudadanos ejerzan como tales no solo a la hora de depositar su voto sino también en los momentos que ellos consideren oportuno, porque se les está intentando imponer desde el Estado una conducta, una lengua, una cultura, una moral… En este como en otros casos, debemos movilizarnos para apelar a nuestros derechos y libertades, y el mensaje parece claro: tenemos una Constitución democrática y debe ser aplicada cada día, porque debe ser una guía y no un trofeo que se coloca en el estante de la biblioteca para mostrar a los invitados nuestra hazaña.
Por eso también es importante ver a un chico de 11 años defender su derecho a examinarse en la lengua común de su Nación, el español. Él, como con un atisbo de conciencia democrática, comprende algo que muchos españoles adultos han olvidado.