Cuando el 14-m de hace cuatro años, Murcia fue el único lugar de España, y me honro en proclamarlo para el resto de la nación que no lo sabe, en que el "tsunami" gallináceo y la riada de "caliche" diarréico que hizo ese estrago en la moral colectiva que todavía dura no se notó absolutamente nada. Fuimos, sí, algo que por desgracia no hemos sido siempre, sobre todo cuando nos da inmoderadamente por el pancismo y la "cansera", fuimos, digo, los "murcianos de dinamita" del poeta oriolano Miguel Hernández. Unos cuantos justos y firmes y libérrimos patriotas de los de verdad de entre ese aluvión de plumas que anegó sobre todo esas "construcciones nacionales" y paisitos kosovares varios donde tanto se las dan de bravos soldados contra la opresión (¡ja!).
Bueno, para ser exactos, hubo una sola persona en Murcia que notó algo: el incauto bedel de la entonces sede central del PP regional, cuyo nombre no recuerdo porque nunca lo he sabido, que el sábado 13 salió a dejar la basura (no sé si la basura mediática) y la horda del "pásalo", congregada allí para gritar "asesinos", le administró una minuciosa y tumultuaria, a fuer de heroica paliza. Pero excepto el inocente bedel, nadie más. Vale, vale, si insisten, añadiremos que es posible que los servicios de limpieza del ayuntamiento tuviesen que fregar con zotal la zona donde habían estado concentrados los de la manifa congregada por Rubalcaba, ante una concentración inusual de sebo sindicata, liendres alternativas y "rastas" tratadas con guano de palomo. Pero nada más. Murcia fue el único lugar de España en donde el partido de un Gobierno víctima de un intento (triunfante, como se vio luego) de golpe de Estado no perdió ni un solo voto. Ni uno. Que se dice pronto, si vds. recuerdan bien aquellas circunstancias casi prebélicas.
No sólo eso. En todas las elecciones posteriores el PP, y digo bien, el PP, no un candidato u otro o una votación regional o bien nacional (puesto que la tónica se ha repetido de forma prácticamente calcada tanto si han sido elecciones autonómicas y locales como de cualquier otro pelaje) ha aumentado aún más su vivero, que ya partía de una mayoría absolutísima hasta prácticamente, como ocurrió en las últimas elecciones, dejar a la oposición en la clandestinidad. Pero como en Murcia todo es manifiestamente empeorable para un socialismo que, antaño, creía tener en esta tierra un feudo eterno y sesteante como el de Chaves o el de Ibarra, resulta que recentísimas encuestas electorales en la región arrojan el siguiente y por tantos conceptos ejemplar resultado: Mariano Fernández Bermejo, ministro de Justicia, ofensivo murciano de ocasión y cabeza de lista por la región para estas elecciones es, si se confirman mínimamente las estimaciones de voto, el peor candidato socialista de la historia desde la Transición, en cualquier parte de España y con mucha diferencia sobre todos los demás. Para decirlo suavemente, no ha caído del todo bien en una tierra de la que se nota demasiado que no sabe nada, tierra que lo ve generalizadamente como un tipo que sólo ha venido a perjudicar con un uso partidista cuando no ilegal, y desde luego prevaricador, de los recursos del Estado y tierra que además siente particular aversión por el su típico estilo sobrado del señoritismo foráneo de toda la vida (recuérdese que Murcia es una tierra de caseros, de guardas de finca de riquillos de fuera, donde no ha habido nunca una burguesía con dinero y en la que, a lo máximo, sólo tres generaciones nos separan a todos del hambre). La diferencia entre PP y PSOE ya era por ejemplo en el municipio/metrópoli de Murcia, que aglutina a un tercio de la región, del doble de representantes a favor del PP. Algo que parecía insuperable de no venir un "paquete" como Bermejo a la región, y si hacemos caso a encuestas que en comicios anteriores han solido acertar. El PP regional, el día 9, está al parecer cerca de obtener un diputado más con cerca del sesenta por ciento de los votos, con lo cual no hay quien dé más. No nos da nada de miedo el señor Bermejo con sus dientes (o con su sarro) de lobo, por mucho que los enseñe en los mítines, eso parece claro. Como diría el poeta José María Álvarez de Cartagena, "uno de los siete u ocho liberales que hay en el mundo", como le gusta definirse, "la intensidad de su odio no será nunca comparable a nuestro desprecio".