Tales días de Pascua como estos, en otros calendarios tachados, en un tiempo ido que todavía no se ha doblado sobre sí mismo para volver, los muertos de mi casa hacían cosas de vivos. En ese exceso de ensimismamiento que estoy comprobando que consiste la edad adulta, pienso mucho en aquel tremendo bullicio doméstico de ciertas navidades pasadas, con un gran pavo blanco, prehispánico, aleteando siempre cabeza abajo en la despensa aguardando a que le trufaran y, en la calle, guardias franquistas con media cáscara de huevo en la cabeza subidos sobre una montaña de botellas de sidra barata que les regalaban los viandantes. En mi infancia los preparativos de la navidad en el hogar eran algo minuciosísimo y coral, como si en lugar de conmemorar un nacimiento estuviéramos celebrando, a conciencia, el venidero fin de todo.
Y, en efecto, estábamos celebrando por anticipado el fin de todo aquello, y pensar en eso me deja sin ganas siquiera para sentir nostalgia. La navidad, hoy, no nos parece que sea ni la cáscara vacía de la navidad de la época en que aún habíamos escuchado esta palabra menos de diez veces en boca de los mayores. Va reduciéndose, nuestra navidad, y acaramelando su resplandor hasta convertirse en una especie de rito en penumbra, donde hasta los muebles de la casa familiar, los de siempre, parecen otros, más pequeños no sólo de como los recordábamos en la infancia, sino más pequeños incluso que el año anterior. Parecen encogidos por un progresivo miedo.
Todo se apaga sin sentir, hasta el ánimo de pedir dinero, de modo que el único que viene a pedir el "aguilando" es el señor borroso que durante el año cuida que la lápida del panteón familiar no se mueva de su sitio, como por otra parte hacen normalmente las lápidas sin necesidad de que nadie haga nada concreto. Hasta la vulgar intendencia nos sume en pensamientos graves: nos damos cuenta de que ya no hay que sacar los supletorios de la gran mesa del salón para que quepan en las celebraciones todas aquellas sombras que hacían en navidades lejanas cosas luminosas, todas esas transparencias que una vez fueron seres ciertos. Pronto podremos celebrar la navidad familiar sobre un velador y sobrará sitio.