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Crónicas murcianas

Un ferviente católico sin fe en defensa del judeocristianismo

Con permiso de mi conbloguero, yo sí voy a hablar del Cristo de Monteagudo, sin referirme para nada al caso concreto, que no hay por qué. Porque, en fin de cuentas, qué es el asunto "Cristo de Monteagudo" (recordemos, para uso de no murcianos: se trata de un monumento de Jesús, más o menos fusilado estéticamente del "Corcovado" de Río de Janeiro, presidiendo la vega de la capital de Murcia y al que la ola de curanderismo ético que nos invade quiere retirar o mejor demoler como muestra de "aconfesionalidad") sino otra manifestación más de la guerra no declarada a la cultura occidental que mantienen, desde la caída del Muro, tanto la izquierda más o menos huérfana -será huérfana, pero siempre disfruta de padrinos multimillonarios, vaya una cosa por la otra- como el islamismo rampante, pasando por todo tipo de roñas y costras "altermundistas". El Cristo de Monteagudo somos todos. Me refiero, desde luego, a liberales y católicos conservadores, pero también a cualquiera que viva de Chechenia para acá (aunque no sé quién dijo, con humor y quizás hasta con acierto, que Oriente empezaba a partir de Alemania) y no tenga esa mala conciencia tan fácil de cambiar por una buena y barata que padecen por ejemplo los socialdemócratas, no digamos ya de socialdemócratas en adelante. O más bien hacia atrás.

Multitud de lectores, o los mismos lectores muchas veces, se han enredado tras la entrada anterior de Pablo Molina en una discusión sobre si es compatible o no ser liberal y católico a la vez. Desde luego tiene que ser compatible, porque vamos todos en el mismo barco. Es contra todo lo que representa ser liberal y también ser conservador católico (o anabaptista) contra lo que va el "tsunami" que hemos nombrado en el párrafo de arriba. Sobre eso no le ha de caber a nadie ninguna duda. Mejor que no empecemos a ponernos etiquetas de buenos o menos buenos. Mejor que no empecemos a separar a los que se van a salvar de los que lo tenemos más crudo. Si quieren saber dónde me encuentro exactamente dentro del "barómetro salvífico", les diré que me considero un ferviente católico sin fe. Un católico a machamartillo sin la "gracia". Aunque yo, como saben los que no me tratan, tenga bastante de monje eremita (si bien con una desafiante y, créanme, del todo aceptada tendencia al erotismo, por supuesto heterosexual) nunca me he preocupado en exceso por lo que hay después, porque me aterroriza más bien todo lo que hay antes. Antes de entenebrecerse creo que irremediablemente mi visión de la existencia, creía más bien de manera vaga en la vida eterna. En los últimos años, lo que ya era vago se ha diluido casi por completo. Aunque en mi descargo diré que creo aún menos en la vida temporal, o interina, o sea, en ésta. El teólogo Von Balthasar, una de las lecturas obligadas para San Juan Pablo II (permítanme que me adelante a llamarlo santo) dijo aquello de que el Infierno existe, "pero puede que esté vacío". Supongo que no será muy ortodoxo, o tal vez sí, pero para mí el Infierno absoluto consistiría, después de morir, en mantenerse en alguna forma de consciencia perenne pero escasa, impotente para revivir momentos o seres que hemos querido. En cualquier caso, procuro ser bueno luchando con los medios que tengo por una civilización terrenal en la que creo sin asomo de duda, la judeocristiana.

Y sobre esto va, en realidad, no sólo el "affaire" del Cristo de Monteagudo, sino todo, absolutamente todo lo que ha venido ocurriendo en España desde el año 2004. No nos olvidemos, ni por un momento, de quién es el enemigo, y por qué medios quiere destruirnos.

Postdata: admiro a los polemistas católicos, como por ejemplo al impagable Chesterton. O al vizconde de Chateaubriand, por no citar siempre al mismo que cita todo el mundo. Yo mismo me considero un polemista católico. Sin la "gracia", hemos dicho, pero polemista católico al fin (soy al fin un niño educado en el "Opus", de lo que jamás, ni siquiera en la loca juventud por la que nunca pasé, he renegado). Pero si ser polemista católico significa apuntarse a, por decirlo de manera diplomática, repugnantes tesis como que lo de las torres gemelas fue cosa de los propios servicios secretos estadounidenses, como ha emitido, si no he leído mal, algún interviniente en este "blog", me apuntaré a polemizar como miembro supernumerario de la secta Moon o, ya que nos ponemos, como iniciado en los esoterismos de la orden del "Amanecer Dorado". No estoy dispuesto a pasar por según qué opiniones, ni a leerlas. Los hechos de aquella mañana espléndida y con suave brisa cálida del interior de septiembre del 2001 en Nueva York han sido, probablemente, el acontecimiento que más me ha marcado en mi vida. Por denunciar hasta sus últimas consecuencias lo que, a partir de entonces de manera palmaria, estaba en peligro en Occidente me echaron fulminantemente de periódicos y me vi reducido a la marginalidad mediática, de lo que hoy sólo me he recuperado en parte. No quiero aburrirles.

Justo cuando se cumplía un año de aquello, ni un segundo más, estuve a pie de socavón del "world trade center". Muchos de los congregados, algunos arrodillados de dolor, habían perdido a seres queridos, y la misma atmósfera se lo recordaba vívidamente. Me recorrió un escalofrío por la espalda que aún no ha salido serpenteando de mi interior. La mañana resultaba idéntica a la de un año antes, sin nubes, brillante y con suave brisa cálida del interior. El silencio era impresionante. Sólo susurraba ligerísimamente la brisa, a la oreja. Como si el tiempo se hubiese parado un instante antes de los atentados. Como si nada hubiese pasado. Pero el planeta ya era otro. Para polémizar de según qué cosas, ya está lo más "troll" de la web de "El país", aquel papel que tituló en portada "el mundo en vilo a la espera de las represalias de Bush" (Arcadi Espada estuvo muy fino, y frío, diciendo, mientras todavía escribía en la edición catalana del "periódico global", antes independiente de la mañana, que era absurdo titular el periódico de un día con los hechos que se esperaba que ocurrieran al siguiente) . Dentro del "invierno mediático" hay millones y millones de cavernas que se hacen eco de estas "grandes exclusivas". Aquí, de ninguna manera.

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