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Crónicas murcianas

Un diputado con copas

Cuando uno acaba de perder a un hijo de veinte años no podemos pedirle que termine guardando siempre las formas. Hay tragedias íntimas que hacen que las cosas del mundo, de cualquier mundo (este o el otro), ya no sean más las nuestras. El Tribunal Supremo acaba de mandar un suplicatorio al Congreso de los Diputados para poder juzgar al diputado por Murcia Arsenio Pacheco, que al parecer dio positivo en un test de alcoholemia. El diputado no estaba un poco "alegre", sino precisamente muy triste.

Ya oigo las jeremiadas contra Pacheco de la izquierda abstinente, que asegura no haber bebido jamás antes de conducir como promete no haber fumado nunca: como licencia literaria, para ilustrar vidas ejemplares. A eso lo llaman "la verdad poética", lo contrario de la verdad. Dirán que el PP, después de lo del también diputado Nacho Uriarte, que no tiene excusa, o lo de Pacheco es un partido político de borrachos al volante. Beber es de derechas. La única superioridad ética que reconozco a aquellos a los que todavía la policía de tráfico no les ha retirado el carnet es la potra de que aún no los han pillado. Nada más.

No pretendo absolver de su responsabilidad al diputado Pacheco (uno de los escasísimos que de verdad ha dado la cara por Murcia en el Congreso), al que detuvieron cuando se dirigía a casa tras una cena de caballeros. Las cenas de caballeros incluyen siempre algo de alcohol, porque lo de la menta poleo se lo dejamos a la ministra Espinosa. La culpa la tiene Pacheco por vivir retirado en Abanilla, una población calcárea llegando a la cual dicen que alguna gente ha sido abducida por los extraterrestres. No, no pretendo absolver de su responsabilidad al diputado Pacheco, porque lo único razonable que se puede hacer tras una cena en condiciones es lo que dicen testigos históricos que hacía en las ocasiones especiales el gobernador civil en Murcia durante el período transicional, Federico Gallo (curiosamente, la voz que retransmitió por la tele el triunfo de Massiel en Eurovisión): que, tras algunos brindis, algunas muestras de exaltación de la amistad y algunos cantos regionales, y antes que se llegue al desacato a la autoridad, tu chófer oficial te acarree al hombro como un saco y te deje en la puerta, si no en la cama, de tu domicilio. Aquello de Gallo sí que era guardar la dignidad institucional. Las buenas costumbres se han perdido. Desde que hasta los presidentes conducen sus propios vehículos de madrugada, no hay manera de tomar ninguna bebida para hombres.

No estoy disculpando, pero no soy capaz de pedir que no fume y que no beba sino leche desnatada después del trabajo al tipo que la vida ha pateado con la baja de un hijo intelectualmente superior (Alberto Pacheco Modino era uno de los pocos ejemplares postadolescentes que he conocido con auténtica voracidad por el saber) y algunas otras supremas humillaciones que callo. Cuando el incidente alcoholémico, aún se condensaba el aire respirado por Alberto en la habitación donde, por enfermedad, tuvo su fin. Hace apenas unas semanas el diputado me dio un libro de poemas póstumos del hijo. Alguno llamado "Morir". "Moriré rencoroso con la vida, hambriento de venganza..." Cómo voy a opinar lo mismo que en el caso Uriarte. Eso no salvará a su padre de que babeen sobre su incidente los cuáqueros de la doble moral. A mí me importa de Pacheco que como representante de los ciudadanos que le pagan no sólo cumplió con el mandato, sino que lo salvó, cuando rompió la disciplina de grupo (sólo o en compañía de otro: Alberto Garre) en contra de la tramitación del Estatuto de Castilla-La Mancha en el Congreso. Cuando todos tengan los cojones de hacer lo mismo, seré franco partidario de que los diputados sólo lleven una vida santa.

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