Dio lugar mi "post" anterior, es decir, el anterior al anterior que escribía mi conbloguero Pablo Molina, a una pequeña polémica de los lectores, y, dado el asunto del que trataba, nada menos que sobre la vida y la muerte, las existencias truncadas o las "realizadas", creo que a pesar de pequeña era una discusión de cierta altura. Con la excusa de la muerte de Michael Jackson a los cincuenta años, venía yo a poner en cuestión en aquel "post" que el cantante hubiese desaparecido prematuramente y no, como pienso, a punto de hacerlo extemporáneamente. Es decir, mi opinión es que Jackson había desaparecido más o menos a la edad indicada, haciéndole el Destino un favor, pues la estética de la eterna juventud peterpaniana en que había basado todo su personaje ya no podía estirarse más. La eterna juventud resulta que siempre dura bastante menos que una eternidad.
Aprovechando este fenomenal deceso, como digo, venía a poner en cuestión que la esperanza de vida de hace menos de un siglo, cuarenta años de media, implicara menos vida que la de ahora con ochenta. No sólo creo en las vidas a lo ancho más que a lo largo, sino en que a partir de cierta edad, y sin necesidad de estar enfermo (y sé que estoy siendo políticamente incorrectísimo) al hecho de despertarse por las mañanas más que vida, al menos tal como yo la concibo, lo podemos llamar duración. Algunos lectores no estuvieron nada de acuerdo.
De hecho, me pareció que alguno me llamaba adolescente, chistoso o cosa así por opinar así. Lo último que quisiera es ser una especie de doctor Montes en bloguero, un sembrador de desesperanza y muerte. Lo que yo estimo por vida plena no tiene por qué ser lo que la mayoría del público tiene como tal. Sólo quiero expresar una opinión creo que tan válida y tan seria como las demás. Nadie me paga para ser un optimista antropológico ni escatológico, para creer que a partir de la jubilación empieza "la edad de oro", así que los que esperen encontrar aquí la fuerza del pensamiento positivo van arreglados. Tengo para mí que la vida en toda su amplitud sólo dura unas pocas décadas, engorrosamente las primeras, y que, al igual que Manuel Vicent decía que te haces viejo cuando te sorprendes a tí mismo diciendo más de tres veces al día "qué barbaridad", la vida se reduce mucho y adquiere un tono incuestionablemente más sombrío cuando la mayoría de tus temas de conversación entre amigos (o entre matrimonios, en esas espeluznantes tenidas obligadas por parejas) versan sobre la comida, algo que suele ocurrir a partir de los cincuenta, según tengo observado. ¿Que hay que seguir cumpliendo años porque sí, porque la alternativa no es apetecible o al menos poco clara? Sin duda. Sólo me faltaría que me tomaran por un inductor al suicidio por "dignidad", que no hay tal sino todo lo contrario. Hay que resistir al menos mientras se pueda conservar el sentido del humor y ser capaz de hacer una buena frase. El sentido del humor es el único madero flotante que al final le queda a los desesperados tras su naufragio.
Simplemente detesto el lenguaje "feliciano" del buen rollito contemporáneo que nos tratan de colocar los medios, y como los "dandies" a partir de Baudelaire, me horrorizan ciertos ciclos naturales por muy naturales que sean, y me gustaría escapar de la decadencia a través de la artificialidad. Vano intento, lo sé. Pero al menos puedo quejarme con más o menos amargura de lo que no tiene remedio, si ustedes me hacen la merced de seguir leyéndome.