A la secretaria general del PP María Dolores de Cospedal, después de prestar estos días un inestimable servicio a la gárrula psicosis nuclear genuinamente celtibérica, ya no le quedan demasiadas supersticiones populares a las que dar pábulo, con tal de ser un día presidenta de la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha. Apenas confirmar, con la autoridad que le da su cargo a dedo y sus múltiples lecturas que probablemente nunca ha tenido, que si sales a actuar en un teatro ataviado de amarillo vas a morir en el escenario, que tocar la joroba de un giboso da buena suerte, que si tiras accidentalmente la sal debes echarte luego un pellizco por detrás del pescuezo si no quieres atraer a las furias y las potencias, o que si te cae la oruga de la procesionaria en el pelo desde un pino te quedas calvo. Porque las otras supersticiones contemporáneas de la España profunda esta ilustrada postmoderna ya las ha abonado muy a su sabor: que si mandas agua del Tajo a Murcia allí la utilizan no para la agricultura sino para regar "insostenibles" campos de golf para ricos y que los residuos nucleares son eso que indefectiblemente se
termina filtrando al ecosistema y dando lugar al crecimiento de ajos de Pedroñeras gigantes, perdices de La Roda del mitológico tamaño del ave Roc y manchegos mutantes con la cabeza igual de voluminosa que José Bono.
Esta señora, después de sus últimas hazañas dando gusto a lo peor de las consejas de viejas progresistas, se va a apuntar próximamente, me imagino, a las reputadas tesis científicas a la par que progresistas de que las antenas de telefonía móvil producen tumores malignos en las cabezas de las comunidades de vecinos o que en una de cada dos hamburguesas de cadenas norteamericanas se han encontrado incisivos de rata. En eso de hablarle "en necio" al Pueblo no le gana Lope de Vega. ¡Como que ni Bono, y ya es decir, le gana en rústica demagogia!
Cospedal ha llevado demasiado lejos lo de querer ganar las elecciones de su barrio expedientando al alcalde castellanomanchego de Yebra que se ha mostrado a favor de acoger un depósito de residuos nucleares en su término municipal. No interesa aquí la cuestión de si ese burgomaestre quería ese depósito en su pueblo porque es o no parte interesada. Si es un corrupto, que se lo demanden. Porque aquí la cuestión es saber si el infundamentado temor popular hispánico contra la energía nuclear, bien regado por las tesis altermundistas y en definitiva soviéticas desde el 68, va a sufrir un impulso o no desde las propias filas de la derecha conservadora, a la que se suponía a salvo de esta superstición. Ya hemos visto que, en efecto, la derecha conservadora va a hacer todo lo posible por seguir aquellas ya rancias tesis venidas directamente de Moscú que alentaban contra el desarrollo del primer mundo, siendo la energía nuclear un objetivo principal.
Si de Cospedal, quien ha ha demostrado ser absolutamente irresponsable para tener aunque sea un cargo de pedánea en el PP y abrumadoramente incompetente para ser la segunda de Rajoy, ya se había puesto en contra de una política hidrológica nacional y ahora de una política energética también nacional (nadie había hecho tanto, ni los batasunos hace treinta años contra Lemóniz, por excitar los atavismos de los españoles contra la energía nuclear), nada obsta para que la secretaria general del PP siga en su vena populista en clave local y, cuando gane las elecciones internas de su tierra, declare que sobre el espacio aéreo de su terruño sólo pueden ya sobrevolar las grajas y las milanas bonitas.
CODA: Adjunto abajo, con el ánimo declarado de iniciar una agria polémica con mi conbloguero Pablo Molina, amante del "nada en en plato, todo en la cuenta", una columnilla publicada esta semana con mi firma en un diario gratuito "Crónicas del Sureste", sobre el cierre previsto del restaurante "El Bulli" para dentro de dos años y la inquietante amenaza de su "chef" de volver, tras ese lapso, con más intelectualidad de la fina.
Dos años son muy pocos para arreglar la situación de la gastronomía
El estrepitosamente célebre restaurante El Bulli ha hecho tanto daño a la gastronomía que en sólo dos años en que va a permanecer cerrado, según su responsable Ferrán Adrià ("para investigar"), va a dar tiempo a arreglar bien poca cosa. Se tardan miles de años en llegar a comer como es debido, según delata la historia de la humanidad, y cuatro reportajes satinados para ricos "snobs" en dejar de hacerlo. Sí, soy uno de esos energúmenos a los que les gusta mancharse los dedos de grasa multisecular, que estiman que la cocina no es una secta anabaptista dedicada a la fisión nuclear sino una artesanía propia no de creadores sino de honrados copistas, y que están convencidos de que todo anda raro en el mundo desde que la experiencia coquinaria está secuestrada no por los pecadores de gula sino por los intelectuales. No dudo de que Ferrán Adrià sea un genio pero por esa genialidad tenemos que sobrellevar como podemos en provincias a otros tropocientos mil millones de criptoadriàs, paradriàs o pseudoadriàs que
hacen que la existencia del original termine por no compensarnos. Bienvenidos sean nuestros imitadores, dirá este catalán maestro de la quimioterapia palatal, porque de ellos será la culpa. Ferrán Adrià ha tenido el inmenso mérito de descubrir algo no tan evidente: que hay mucha gente que odia comer. Recuerdo lo que me decía siempre el hoy profesor de Derecho Penal de la UMU, José Muñoz Clares: "me jode comer". El cliente ideal de Adrià si no fuera porque le jode también pagar. Escribió Camba que los ingleses comen por cumplir deportivamente con el trámite. Está visto que el éxito mundial de Adrià consiste en que hay una buena porción de público que si pudiera viviría del aire a condición de que se lo cobraran.