Conforme se vayan acercando las elecciones municipales y autonómicas del próximo curso, veremos "instruir telediarios" a nuevos (o galvanizados para la ocasión, de entre los muertos) casos de supuesta corrupción que afecten a cargos del PP. Como que el sol sale por levante, como que en noviembre aparece la castañera de la esquina, como que en primavera vuelven las golondrinas, es seguro que el aparato del Estado a partir de septiembre querrá llegar en territorios como Murcia con las llamadas "alcantarillas del Ministerio de Interior" y su auténtica red de espionaje telefónico donde no llega, con una gestión del país decente, el Ejecutivo. La altura del Gobierno socialista parecerá mayor si no tiene Oposición con la que compararse, una vez reducida a la caricatura de unos simples golfos apandadores.
Y eso que hasta el momento esta manera de entender la acción política le ha reportado al PSOE un éxito electoral bastante descriptible en los territorios que no controla. Se hecho, ha sido contraproducente. Les ha quitado votos, no se los ha dado. Entre las filas del socialismo se quejan, con suficiencia aristocrática, de que la ciudadanía no sabe entender su labor de desinfección, y que parece que a esa misma ciudadanía no le molesta la convivencia con la corrupción del PP. Pero en realidad a la ciudadanía lo que le molesta es cuando el PSOE y su aparato judiciomediáticopolicial trata de ganar las elecciones una y otra vez con su misma acostumbrada película grandilocuente y amañada, cuando, desde el inolvidable "vídeo del doberman", la hemos visto tantas veces que todos podemos recitar los diálogos de memoria. El problema es que ya no es creíble. Han inflado tanto las superproducciones, han tratado a tantos presuntos implicados de tercera mano que pasaban por allí como si fueran peligrosos terroristas, han abierto los telediarios en tantas ocasiones con casos que luego se han quedado en simple aire de buñuelo, que incluso en los casos en que había algo sospechoso parecía, como en el resto, que no había nada. Incluso a veces las terminales del Gobierno socialista han instruido tan desastrosamente lo que había, cuando había, que ha sido la mejor manera de limpiar expedientes de personajes como poco discutibles.
En Murcia todo esto ha quedado bien a la vista, y la gente no es definitivamente tonta. Todas las "gambas" que ha podido meter el Ministerio de Interior o el mentado aparato judiciomediáticopolicial en Murcia las ha metido. Pueblos tomados por los cuerpos militarizados como en un estado de sitio, jueces que por venganzas familiares meten en la cárcel durante un mes a alcaldes sin nada sólido a lo que agarrarse para ordenar esa gravísima medida, a día de hoy inexplicada e inexplicable... Lo último que ha salido es el "affaire" de San Javier, pero a partir de que suban las temperaturas en otoño habrá muchos más. Si el asunto de San Javier son los impresionantes indicios que ha aportado la acusación hasta ahora, y lo que se recoge en sus medios de confianza (inexistentes grandes negocios conjuntos en Valencia entre el ex alcalde de San Javier Pepe Hernández y el veterano promotor Martínez Esparza, rutinarias concesiones por convocatoria pública en el municipio sanjaviereño para el mismo promotor Esparza, usando supuestamente "información privilegiada", que sólo le vienen costando un dineral a éste mientras el Ayuntamiento le adeuda una millonada, quedando para pagársela al ya te veré), entonces estamos ante lo que los inversores en bolsa llamarían "un chicharro". Otro más en Murcia. Un "chicharro" es algo que parece una buena inversión para los opositores al poder regional murciano pero que al final les acaba costando perras. O, como acostumbradamente, los votos.